«Green Book»: Simple pero bella

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Imagen promocional de «Green Book». Foto tomada de HobbyConsolas.

Decía Cortázar que “todo es escritura, es decir fábula”, lo cual es difícil de creer a veces. El cine, en cambio, lo ha tenido muy claro. Todo film que comience con un “Basado en hechos reales” siempre llamará nuestra atención, y eso es un hecho demostrable. Sin embargo, este tipo de ganchos también supone un reto para los realizadores: que la obra trascienda la lentitud y la monotonía de la realidad sin perderse en los recovecos melodramáticos de la ficción.

Esa última es la promesa que desde su inicio nos declara Green Book, la película del año según la Academia de los Oscar; por otra parte, este texto también le promete algo: que no va de justificar o demeritar sus galardones (si espera eso, mejor no continúe la lectura) sino de explicar por qué usted la verá hasta el final.

La trama es realmente sencilla, casi un cliché. No ocurre nada que cualquier cinéfilo que se jacte de serlo no pueda adivinar. Pero a veces la vida es así, una madeja de historias “tipo”, tradicionales, que de no repetirse una y otra vez en la realidad tanto como en la ficción no fueran consideradas clásicas.

La narrativa épica más antigua (madre de todas las narrativas contemporáneas, si es que ha habido grandes cambios) instauró el dogma del camino del héroe. El protagonista emprende una travesía, se crece en ella mientras sortea los múltiples obstáculos que le asaltan hasta llegar a la cúspide de cuanto está destinado a ser, es decir, se vuelve un héroe próximo al más fatídico o al más feliz de finales. A veces, el personaje principal tiene acompañantes, amigos en el camino que de una u otra forma influyen en su transformación, o eso pasaba hasta que a Cervantes se le ocurrió enrolar en descabezadas aventuras al Quijote y a Sancho. Por primera vez había dos protagónicos que emprendían una ruta y terminaban ambos siendo algo que no eran al principio de la historia. Pues de eso va Green Book: dos personajes (Donald Shirley y Tony Lip), un camino (las largas autopistas de Estados Unidos) y dos metamorfosis (dos héroes).

La película no echa de menos los grandes sobresaltos, ni los subterfugios épicos de la narrativa, ni clímax y conflictos definidos en un cerrado fragmento de tiempo. El racismo de mediados de siglo pasado funge aquí como ambiente y conflicto a la vez, todo condensado en un viaje por ese infierno dantesco que representa ya en el imaginario histórico el Sur de los Estados Unidos, ese “sur profundo” donde parece haber heridas igual de profundas muy lejos de sanar. Todo esto es, por decirlo así, un ambiente conflictual de los más hostiles que pueda imaginarse. Y con eso basta.

Otro de los puntos a favor de Green Book es que consigue marcar una clara distinción entre dos conceptos que todavía hoy parecen confundirse: instrucción y educación. El buen gusto (lo que sea que eso signifique), la alta cultura y las formalidades de etiqueta son estrellas en una charretera que solo habla del nivel de instrucción al que, de una u otra forma, tuvimos acceso. Algo así ocurre con los militares graduados de prestigiosas academias que jamás han presenciado combate. En cambio, la amistad, la comprensión y la falta de prejuicios son una medalla al valor que brilla más en el pecho de un soldado raso que los galones de sus doctos oficiales.

Poco o nada vale la pena decir de la fotografía o la dirección. De las actuaciones tampoco hay nada más allá de lo que esperábamos: un Viggo Mortensen (Tony Lip) que nos ha acostumbrado a grandes -aunque no extraordinarias- actuaciones y un Mahershala Ali (Dr. Shirley) que a buen paso se abre camino entre la cúpula de estrellas hollywoodenses. Green Book es su historia, su toque humorístico en medio de tanta desgracia, su especie de mensaje aleccionador. Nada más.

Pues bien, ha llegado usted al final de esta malograda reseña sin recibir spoilers o, al menos, ninguno que no haya podido adivinar con solo ver el tráiler de la película. Ahora solo siéntese, comience a verla y al final -porque le garantizo que la terminará- quizás recuerde cuanto aquí le hemos dicho.

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