Las historias de los cubanos que se convirtieron en reyes de la droga en Miami

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De izquierda a derecha, Linero, Jay, Magluta, Barroso, Willy y Taby (agachado). Foto: Netflix.

A finales de los años 70, durante toda la década siguiente y hasta comienzos de los 90, los señores Salvador “Sal” Magluta y Augusto “Willy” Falcón fueron los equivalentes más reales que alguna vez existieron de Tony Montana, ese icono cinematográfico del narcotráfico, encarnado magistralmente por Al Pacino en la cinta Scarface. El tema es que, más allá de Hollywood y sus licencias poéticas, bajo el sol floridano, este par de socios armó y administró una de las operaciones de drogas más grandes de las que se tiene registro en los Estados Unidos.

Condenados en 2003 a sentencias de 205 y 20 “temporadas” en prisión, respectivamente, Sal y Willy (quien se declaró culpable) llegaron a ser los enlaces más exitosos de los carteles colombianos durante más tiempo del que cualquiera pudiera imaginar, pese a que no se escondían demasiado y se dedicaron a acaparar la atención con sus extravagancias, sobre todo sus pasiones por los botes de lujo.

Magluta y Falcón, ambos nacidos en Cuba, se mudaron hacia EEUU cuando eran pequeños y durante la infancia se convirtieron en grandes amigos. Eventualmente, en sus etapas adolescentes, no pasaron de ser desastres escolares, quienes, espoleados por las vicisitudes vividas por cada una de sus familias y una severa alergia por los estudios, decidieron abrirse camino en el mundo de los estupefacientes.

Sus comienzos tuvieron lugar tímidamente, cuando compraban algunos gramos y los distribuían por la Pequeña Habana. Por ahí, su asociación con el capo Jorge Luis Valdés demoró en convertirse en algo grande, pero un buen día el jefazo necesitó ausentarse y buscó que alguien se encargara de “pasar” 300 kilos de cocaína. Ahí entraron estos muchachos, quienes asumieron la responsabilidad de echarla a correr y terminaron cumpliendo, para asombro del propio Valdés.

Cuando Jorge Luis fue arrestado y condenado a 10 años en un “recinto estatal todo-incluido”, Sal, el cerebro, y Willy, todo carisma, vieron la oportunidad de ocupar la silla vacía y a partir de ahí dieron riendas sueltas a sus ambiciones, aunque es justo decir que tuvieron muchísima ayuda de varios jóvenes entusiastas de las aventuras de alto riesgo al filo de la ley.

Entre los principales integrantes de la “empresa familiar”, tal y como mismo la  calificaron al ser entrevistados para la serie documental Cocaine Cowboys: The Kings of Miami (Netflix), estuvieron Justo Jay, distribuidor en una etapa inicial; Pedro “Peggy” Roselló, sustituyó a Jay cuando fue detenido y procesado; Gustavo “Taby” Falcón, hermano de Willy que fungía como una especie de vicepresidente ejecutivo; Ralph “Cabeza” Linero y Juan “Recut” Barroso, pilotos de lanchas y leales “obreros” a las órdenes del clan.

Mientras por detrás del tapete iban incrementando los envíos desde Colombia, los cuales eran traídos por vía aérea, depositados en los cayos y luego trasladados hacia la península por vehículos acuáticos de alta velocidad, Magluta, Falcón y sus amigos se convirtieron en estrellas de las carreras de lanchas motoras, disciplina en la que se gastaron millones de dólares y en la que obtuvieron títulos como el Offshore Challenge del ’86, eso sin contar que Sal llegó a integrar la comisión supervisora de la American Power Boat Association.

Alrededor del aeropuerto de Opa-locka se creó también una cadena de distribución, y por ahí surgió el apodo vaquerizo, pues se puso de moda entre los traficantes vestir con botas altas, sombreros y otros accesorios que les hacían lucir más como trabajadores de granjas que mafiosos.

Sus tentáculos, alargados a golpe de mucha “falopa” y billetes verdes, llegaron a meterse en lo más profundo de las instituciones de Florida, al punto de “invisibilizarse” para la mayoría de agentes de la ley. Junto con eso, sucedió que mantuvieron una política de no violencia, elemento que les ayudó a volar bajo cuando otras bandas criminales se dedicaban a repartir plomo contra sus rivales.

No obstante, poco a poco fueron llamando la atención de autoridades de “más arriba”, hasta que un Gran Jurado fue empoderado con el objetivo de darle forma a un caso en contra suya. Durante largo tiempo se mantuvieron alejados de la justicia, en parte por la enorme cadena de sobornos que sostenían y también por las decenas de identificaciones falsas y casas seguras con las que contaban para mantenerse fuera de la vista. Pese a ello, Magluta fue arrestado en una ocasión, pero un guardia que le debía un favor lo soltó al día siguiente y le permitió continuar y extender sus actividades hasta la costa oeste, exactamente hacia Los Ángeles.

No fue hasta 1991 que a los cowboys les llegó el momento de comenzar a pagar por sus delitos. El primero en caer fue Peggy, quien, tras un acuerdo con las autoridades, reveló la ubicación de sus ex compañeros. Luego de un despliegue espectacular, fueron capturados Magluta, Willy, Linero y otros miembros del grupo. El único que consiguió evadir esta serie de redadas fue Taby, y lo hizo tan bien que se mantuvo oculto junto a su esposa hasta 2017, cuando la policía lo descubrió paseando en bicicleta por la zona de Kissimmee, Florida, y después lo mandaron encerrar por once años.

La acusación contra Sal y el mayor de los hermanos Falcón incluía cerca de dos docenas de cargos, entre los que destacaban el haber introducido alrededor de 75 toneladas de cocaína de contrabando hacia Estados Unidos, como resultado de lo cual recaudaron ilícitamente alrededor de 2.1 miles de millones de dólares.

Si grandes fueron los crímenes, de gran escala también resultó el juicio, al cual acudieron abogados célebres de ese tiempo como Roy Black, Martin Weinberg y Albert Krieger, quienes se encargaron de defender a “los muchachos”, incluso cuando estos no podían disponer oficialmente de sus “ahorros” para pagarles.

Pero la influencia y la cantidad de efectivo escondida por Magluta eran tan enormes, que él y sus cofrades crearon, con la ayuda de su amante, confidente y contable ocasional, Marilyn Bonachea, una red de “asistentes legales” que les permitió usar la ley a su favor para seguir administrando el negocio, tener sexo con sus parejas o alguna prostituta aleatoria y, en resumen, todo tipo de actividades que les permitieran mantenerse lejos de las celdas solitarias asignadas a la mayoría de ellos.

Mientras estaban encerrados, la organización adoptó maneras más violentas para eliminar a posibles testigos y otras personas que pudieran ayudar a convencer sobre su culpabilidad. A la par de todo eso, tomaron medidas que les aseguraran una sonrisa al cierre del proceso, algo que terminó sucediendo en 1996, cuando fueron exculpados de todos los cargos, para sorpresa de, prácticamente, todo el mundo.

El golpe de realidad sobrevino un año después, cuando la investigación conducida por la Oficina del Fiscal de los Estados Unidos, reveló que Sal y Willy habían sobornado al presidente y demás integrantes del jurado, lo cual derivó en nuevas acusaciones contra ellos y su propio equipo de estelares representantes legales.

Finalmente, la historia se cerró de una forma parcial a inicios de este siglo, cuando Magluta fue hallado culpable de 12 de las 39 imputaciones en su contra y fue sentenciado, tras algunos reclamos legales, a pasar 195 años tras las rejas, sitio en donde, según ha declarado Billy Corben, director de la docuserie, quien ha mantenido correspondencia digital con el capo, está pasándolo muy mal. Hoy está pidiendo ser liberado por compasión.

Por su parte, Falcón terminó cumpliendo su condena y posteriormente fue deportado a República Dominicana. No se ha vuelto a oír de él.

Peggy obtuvo un castigo de 24 años, de los que solo completó cuatro y medio. Sin embargo, en 2007 recibió otros 12 años en libertad condicional tras haber tenido sexo con una menor, pero en 2012 incumplió este pacto y acabó arrestado. Su última tropelía registrada data de 2017, cuando, tras ser entrevistado por las cámaras de Netflix para la serie documental estrenada recientemente, cometió la tontería de intentar venderle cinco kilogramos de droga a un agente de la DEA.

Jay completó casi dos décadas en prisión y, tras salir, se ha mantenido fuera de problemas, al menos públicamente. Su hijo, Jon, es actual jugador de los Chicago Cubs, equipo de las Grandes Ligas de Béisbol.

Linero, quien reconoció su responsabilidad desde el principio, fue liberado en 1999 y hoy se dedica a los botes, negocio que le permitió ponerse al servicio de la producción y hasta interpretar un rol inspirado en él mismo en la película Miami Vice (2006).

Barroso, igual que el anterior personaje, se declaró culpable y terminó testificando contra sus antiguos empleadores luego de que él y su hijo fueran atacados en una gasolinera. Tras cumplir sus años, se ha mantenido alejado del crimen.

Valdés, predecesor de Sal y Willy, completó una década en la cárcel hasta 1995, tras lo cual buscó amparo en el cristianismo, consiguió su título de doctor en la Universidad de Loyola y ahora ofrece conferencias (en persona y a través de YouTube) sobre cómo la religión cambió su vida.

Finalmente, Bonachea, quien testificó en varios juicios contra Magluta y Falcón tras ser arrestada en posesión del libro de cuentas de la “familia”, estuvo un largo tiempo en el Programa de Protección de Testigos. Tras salir de su ostracismo, contactó con los realizadores Alfred Spellman y Billy Corben, autores de los filmes Cocaine Boys I (2006) y II (2008), para contarles y darles acceso a fotos y documentos relacionados con Magluta y Falcón. Actualmente vive tranquila y planea escribir un libro, ha dicho uno de los realizadores del audiovisual.

Si desea conocer más a fondo toda la historia de estos “vaqueros de la cocaína”, le recomendamos buscar la serie en Netflix o a través de alguna otra vía.

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