«68 Whiskey», o cuando «Grey’s Anatomy» se fue a Afganistán

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Vista de pasada, 68 Whiskey parece solo una serie sobre médicos del ejército que están desplegados en Afganistán. De hecho, el término que da título a esta producción de Paramount Network, se usa generalmente para designar a galenos que se encargan de dar los primeros auxilios a soldados heridos sobre el terreno, así que por ahí todo parece tener sentido, ¿o no?

Sí, por supuesto que en esta serie hay doctores de todas formas, tamaños y colores, vestidos de camuflaje; heridas que harían “devolver” a unos cuantos de estómago sensible y hasta las habituales tramas en donde los personajes pasan de la parte profesional y eligen ir directamente al divertido pasatiempo de involucrarse emocionalmente entre ellos.

Más o menos, la serie es algo similar a lo que resultaría si los muchachos de Grey’s Anatomy o Chicago Med se fueran de vacaciones al Medio Oriente y, luego de aterrizar, se olvidaran de dar pena y decidieran, en cambio, tirarse unos buenos chistes ahí, al calor de las balas. Quizás no es la descripción más exacta, pero más o menos por ahí va la premisa de esta dramedia (para los del final de la clase: drama + comedia), inspirada en la producción israelita de 2016, Charlie Golf One.

Atreverse a bromear con algo tan serio como la guerra es algo que ya había hecho la icónica M.A.S.H. (1972-1983), serie que contaba las peripecias de un equipo de “sanadores” en la Corea de los años 50. Esa vez la idea no era solamente hacernos sonreír, sino exponer un discurso antibelicista.

No hay dudas de que M.A.S.H. sirve de inspiración fundamental para 68 Whiskey, pero a diferencia de su predecesora espiritual, aquí no vemos tanto la crítica a las intervenciones preventivas, ni a la dichosa costumbre norteamericana de andar por ahí escupiendo plomo en nombre de una distribución “más equitativa” de los recursos fósiles.

Eso sí, humor hay y funciona. Las situaciones hilarantes que son capaces de generarse en medio de las explosiones y disparos son realmente momentos dignos de ver. Sin embargo, son los pequeños detalles dramáticos que se deslizan entre chascarrillos lo que hace que nos tomemos más en serio a los personajes y la propuesta en sí.

Entre tanta tontería intencionada (no se nos ocurre un mejor término), los elementos de romance que le ponen al protagonista Cooper Roback y su crush, o el drama familiar oculto tras el alistamiento de Mekhi Davis en el ejército, son solo un par de ejemplos que ayudan a dar color al elenco y, además, a balancear unos guiones que a ratos se dispersa demasiado entre el sexo y los momentos graciosos.

Aunque, increíblemente, 68 Whiskey tiene un poco más de éxito en el mismo terreno en donde falló la satírica y absurda Catch-22 (Hulu), sólo araña la superficie de algunos temas que podían haberle dado un sentido más trascendental.

El guion de Roberto Benabib pretende tocar aristas sensibles de la realidad estadounidense, y a pesar de intentarlo, peca de epidérmico. Con asuntos como la duración de la guerra, la política de inmigración del país o el sombrío rol de los contratistas privados en la guerra se podía haber sido más mucho más incisivo, pero ese es nuestro punto de vista y al creador seguramente sólo le interesaba llegar hasta donde lo hizo.

De cualquier manera, 68 Whiskey es un programa al que no estaría mal darle una oportunidad. Si, por un lado, le falta confianza para atreverse a algo más que provocarnos carcajadas, logra esto último con éxito, y eso ya es algo que se agradece.

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