Alberto Sicilia, el narcotraficante cubano que protagonizó dos espectaculares fugas de cárceles

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Alberto Sicilia. Foto tomada de El Cierre Digital.

Cuando los guardias de Lecumberri descubrieron el túnel de 40 metros que se extendía hasta una casa cercana al precinto, no supieron si llorar o echarse a reír. Una fuga de la cárcel más brutal de México, conocida como El Palacio Negro, era algo que no se veía a menudo, pero menos usual era que el mismo reo consiguiera completar dos en menos de un año.

En julio de 1975, Alberto Sicilia Falcón (Matanzas, 1945) se había convertido en inquilino del penal. El cubano llevaba varios años posicionado en el top de narcotraficantes del continente americano.

Desde sus primeros años, Sicilia tuvo que abrirse paso a golpes, casi literalmente. La dictadura batistiana ahogaba al país, y con tanta inestabilidad a su alrededor, el muchacho sintió cómo se exacerbaba su carácter violento y contestatario. Determinó, entonces, unirse a la resistencia revolucionaria y, tras el triunfo de los barbudos, decidió que aquello tampoco era para él.

Todos los cambios en su vida habían tenido un toque tormentoso. Por ejemplo, luego de haber participado y resultar herido durante la invasión de Playa Girón, logró escapar milagrosamente en un vuelo de PanAm hacia Miami, sitio en donde alternaba la escuela con la venta de bienes robados.

Luego ingresó en el ejército, de donde terminó expulsado por acusaciones de sodomía. A continuación, intentó cursar una carrera universitaria, aunque su idea se vio frustrada debido a la persecución a la que fue sometido por sus antiguos compañeros de lucha anticomunista. Tras mucho bregar, decidió que era tiempo de un cambio de aires.

Años más tarde, ya en Lecumberri, sintió algo similar. Un tipo como él: hiperactivo, sociópata y lujurioso hasta los límites de lo posible, no estaba a gusto entre esas paredes. Convocó a sus acólitos para ayudarlo a escaparse de aquel recinto que antes había hecho perder la razón a incontables personas.

Cuando un helicóptero se posó sobre ese sitio hediondo y olvidado por Dios, el asombro que causó fue suficiente para distraer a todos y permitir que Sicilia se agarrara de la soga que le lanzaron y lograra recuperar su libertad. El tema fue que, solo semanas más tarde, una delación anularía su “pase temporal” y, como consecuencia, sería devuelto a su amargo y nuevo hogar. Entonces recordó una lección de su pasado y decidió apostar por un método distinto al de la fuerza bruta.

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Tras su fracaso en Miami, Alberto tomó su auto, condujo hasta San Diego y de ahí viajó a Tijuana, desde donde cruzó hasta México. Por aquellos años, el jefe de gobierno en esa nación era Gustavo Díaz Ordaz, gran enemigo de todo lo que oliera a izquierda, además de controlador obsesivo de los medios de comunicación. En ese contexto, Alberto Sicilia arribó a la ciudad fronteriza en la que comenzó a asentar realmente su legado criminal.

En el estado de Baja California, este intrépido matancero logró establecer, hacia finales de los 60, un negocio sólido que distribuía opiáceos por toda América, buena parte de Europa y Asia. Paralelamente a las drogas, cimentó una lucrativa alianza con la CIA, a disposición de la cual puso sus rutas comerciales con tal de armar a varias guerrillas anticomunistas americanas.

Durante los años 70, fue clave su asociación con el empresario hondureño Ramón Mata Ballesteros, artífice en la siguiente década de la poderosa conexión entre los cárteles de Cali, Medellín y Guadalajara, etapa en la que destacarían nombres como el del colombiano Pablo Escobar y el mexicano Miguel Ángel Félix Gallardo, conocido como “El jefe de jefes”.

Sin embargo, por aquel momento, Sicilia era el gran protagonista del narcotráfico de este lado del Atlántico, puesto que se ganó asesinando a sangre fría y por mano propia a cuanto opositor le salió al paso. Según describió James Mills en el libro El imperio subterráneo. La complicidad secreta entre crimen y gobierno, este personaje era dueño de “una innata facilidad psicópata para cambiar una carcajada por un rictus feroz, para descargar su pistola ante algún enemigo o ex amigo, o para escaparse espectacularmente de la cárcel”.

Alberto conjugaba esos rasgos con un espíritu megalómano que le convirtió en habitual anfitrión de bacanales en fastuosas mansiones o yates blindados, poseedor de incontables autos y otros artículos de lujo. Igualmente, logró establecer relaciones, más o menos íntimas, con diferentes figuras de la farándula, entre quienes estuvo Irma Serrano, “la tigresa de la canción ranchera”.

Así era reflejada la fuga de Alberto en la portada de un medio de la época. Foto tomada de DCubanos.

Todo aquello era posible, entre otras razones, debido a los jugosos ingresos mensuales de su organización, los cuales en su momento cumbre se calcularon en 20 millones de dólares, cifra que, de acuerdo al incremento inflacionario sucedido hasta la fecha, sería ahora casi cinco veces mayor.

Justo en el punto climático de su recorrido criminal, Alberto Sicilia fue atajado por las autoridades, quienes sintieron que tanto exceso se les iba de las manos. Tras vejarle y obtener todas las confesiones que creyeron necesarias, las fuerzas del orden dispusieron que su destino a largo plazo sería Lecumberri, aunque el capo tendría alguna cosa que decir al respecto.

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Frustrada su libertad por segunda ocasión, el líder narco pensó en una estrategia más sutil para escabullirse de la ley. Compró una residencia próxima al penal, inmueble que fue transformado en la base de operaciones desde donde se orquestó su segunda y más increíble fuga.

Una vez descubierto el agujero existente en su celda, los asombrados agentes descubrieron un túnel de 40 metros de largo y 80 centímetros de ancho que llegaba hasta el susodicho domicilio. Luego, las autoridades fueron hasta el 25 de Tercera Cerrada, San Antonio Tomatlán, México D.F., y encontraron el asombroso arsenal de herramientas y planos que habían servido para concretar la escapada del señor Sicilia y otros dos prisioneros: Alberto Hernández Rubí y José Egozzi Béjar.

La fuga, perpetrada el 26 de abril de 1976, fue la gota que colmó el vaso para Lecumberri. Sólo cuatro meses más tarde la instalación fue clausurada definitivamente para ser reconvertida en el Archivo General y Público de la Nación, función en la que se mantiene hasta el presente.

Lo que vino luego fue otro episodio de persecución implacable para dar con el jefazo. Por suerte para la policía, esa vez solo anduvieron desvelados hasta el día 30 de abril, fecha en la que apresaron definitivamente al hombre, quien se hallaba escondido en la capital, exactamente en el número 73-B de Calle de Las Quemadas, Colonia Narvarte.

Desde ahí, el prófugo reincidente fue trasladado a la prisión de alta seguridad de La Palma, hoy renombrada como Altiplano, y popularmente conocida como Almoloya. Allí vivió junto a los más peligrosos criminales mexicanos hasta que en 1999, a la edad de 75, le fue otorgada legalmente su libertad.

Hoy se desconoce si Alberto Sicilia está vivo o muerto. Lo que queda más claro es que probablemente haya sido él quien sirvió de inspiración a Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, protagonista en 2015 de la única fuga registrada en la historia de Almoloya.

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