Tanta nostalgia

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Imagen ilustrativa. Jaroslav Devia/ Unsplash.

Tú siempre tienes cosas que enseñarme. Tú eras un filósofo marihuanero a los 22 años y eras triste, más que yo, por la muerte de tu abuela, por tu tío mostwanted, de cierta forma eso te daba orgullo. Pero afuera, en las guaguas, en las reuniones del sindicato, eras el resultado de tu barrio, y del negro, y del guapo; eras la forma en la que sobrevives y has hecho siempre: convivir con eso, con que naciste en un lugar caótico; eras el resultado de la lástima que sentías por ti, pero conmigo, y solo, y con la música, eras poeta: más poeta que ambia. Tus poemas hablaban tus martirios, la alcantarilla, el descaro, lo incierto, la luna, perder tiempo en una esquina, de que cercadel barrio habían apuñalado a tu barbero.

A los 22 años tú hablabas de que yo no me conozco y yo, en realidad, no había profundizado en qué es conocerse ni en lo que eso implica, tú hablabas de las peleas de perros y sacabas fotos con aquel bolígrafo, encendías el cigarro allí sentados en el sofá todas las tardenoches, y cuando no escribías, o escribíamos, veíamos Hancock y Caso Cerrado y reíamos mucho. Tú ya sabías fumar cigarros fuertes, a mí me daba igual fuerte que Hollywood porque estaba empezando, pero siempre teníamos competencia entre las cabezas y los ceniceros/ para ver cuál reventaba primero. Tú sabías ser tú. Qué te importaba si te querían o no te querían, si caes bien, no caes, te miran, no te miran. Yo sabía también ser tú y te calqué los tatuajes: tengo los mismos tatuajes que tienes.

A veces comprábamos marihuana. Tú ya sabías hacer pipas con pomos, quemando el centro plástico y poniendo un cilindro de metal, quemando la yerba encima y chupando un hueco en la tapa. El humo quedaba dando vueltas en el pomo, se aprovechaba el humo. A veces fumábamos en tu casa. A veces fumábamos en el estadio. A veces fumábamos en el parque. A veces por ahí. Siempre fumábamos y oíamos música en tu IPod blanco, Damian Marley, M.O.P., System of a Down. De esa manera, con la mente blanca, el tiempo ralentizado y la tristeza, las canciones se escuchaban más nítidas, había frío, hacíamos grafitis, reíamos mejor. Nunca llorábamos. A veces nos cogía la policía, preguntaba cosas. Tú tenías ideas de casarte, de tener niños, de dejarte dreadlocks, de hacer un cuarto en el techo de tu suegra. Yo tenía una novia que fue otra. Yo tenía una tristeza repetida y no sabía por qué. Tú la tenías, y tenías por qué, pero tu música sonaba dura, violines de guerra, lo tuyo era desvirgar las puertas aunque las hubieras encontrado abiertas.

A veces íbamos hasta Guanabo y grabábamos aquellas poesías con nuestras voces, sobre beats malísimos, yo trataba y trataba pero nunca pasé de secundarte y ahora, mira, he seguido escribiendo, ahora estoy viviendo de lo que escribo aunque no son poemas, y trato, más o menos, de contar mis martirios, el descaro, lo incierto, perder tiempo en una esquina, contar que cerca del barrio habían apuñalado a tu barbero. Ahora, mira, vivo con un niño en un cuarto que en verdad es de mi suegra y, cuando sé de ti, cuando pregunto, cuando te veo, sé que ya no escribes, que te comió el guapo, el lugar caótico, y sé que tienes la misma tristeza que tengo nunca sabremos por qué.

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Jesús Jank Curbelo
Jesús Jank Curbelo (La Habana, 1991). Padre de Ignacio en 2014. Graduado de Periodismo en 2016. Ha publicado Los Perros (novela, Guantanamera, 2017) y textos en revistas y antologías en dos o tres países. Guionista de espacios dramatizados para RadioArte (2013–2015). Reportero y columnista del diario Granma (2015–2018). Reportero en Periodismo de Barrio y columnista en El Toque.
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