Toda la sangre de Ana Mendieta

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Ana Mendieta. Foto tomada de artnet News.

La cabeza de Ana Mendieta dejó una marca sobre el techo de una tienda en los bajos del edificio donde vivía, en la calle Mercer Street. Al levantar su cuerpo, quedó rota la superficie en la que impactó la región occipital de su cráneo, una hendidura donde se acumuló la sangre. Cayó semidesnuda, apenas con ropa interior y algo de piel cubriéndole los huesos troceados. Es lo que sucede cuando alguien cae desde un piso 34: el cuerpo se fragmenta.

—¡No!

Fue la última palabra que gritó Ana —según la declaración de un vecino— antes de caer al vacío, defenestrada, probablemente por su esposo, el escultor Carl Andre, en un impulso homicida agravado por el alcohol…

“Mi esposa es una artista, yo soy un artista, y tuvimos una pelea […] Y ella se fue a la habitación, y yo la seguí, y ella se tiró por la ventana”.

Son fragmentos de la grabación de la llamada que hizo Andre al 911 para informar de la muerte de Ana. Cuando la policía llegó, el escultor tenía la cara arañada, y estaba tan borracho que ni siquiera recordaba lo que había dicho.

Andre fue acusado por asesinato, aunque finalmente absuelto por falta de pruebas.

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Ana Mendieta fue una niña Peter Pan. Con 12 años llegó a Estados Unidos junto a su hermana Raquel, de 14. No tenían familia ni conocidos. Hasta la emancipación de ambas, vivieron en iglesias, casas de acogida y campamentos de refugiados en Iowa. Ocho años después volvió a ver su madre; 18 años más tarde, a su padre, quien llegó de Cuba para morir al lado de su familia luego de estar preso más de una década en la Isla, por oponerse al gobierno de Fidel Castro.

El quiebre de la familia dañó la vida de Mendieta, quien siempre estuvo a medio camino entre el sentirse cubana y la necesidad de integrarse al nuevo contexto. Su vida artística comenzó en la Universidad de Iowa, donde obtuvo una maestría en Bellas Artes, en 1972. Ese mismo año creó su dos primeras obras, Grass on Woman, y Death of a Chicken, donde ya comienza a trabajar con la sangre como elemento mágico en relación con el cuerpo femenino.

Un año después realiza el performance Moffitt Building Piece: desorganiza su apartamento, rompe objetos, se unta de sangre en todo el cuerpo, entre las piernas, y se amarra a una mesa, desnuda, mientras exige al público presenciar la escena y comentarla. La obra es un homenaje a una estudiante de enfermería en la Universidad de Iowa, que fue violada y asesinada; es una recreación de la escena de violencia extrema sufrida por la víctima. Se trata de un alegato feminista, un reclamo ante la indefensión de las mujeres.

En lo adelante, la obra de Mendieta estará muy vinculada con el cuerpo, con la sangre y elementos rituales muy asociados a las religiones de origen africano presentes en Cuba, a donde viajó la artista varias veces a inicios de la década del 80. La santería, el arte aborigen y los mitos cubanos aparecen recurrentemente en los trabajos de Ana (el barro, arena, hierba, ramas, sangre), quien definió su arte como earth-body, por la relación de los elementos mencionados y su cuerpo femenino, siempre expuesto como en The Silueta Series, donde conecta con la Tierra desde el vínculo primario, inicio y fin del ciclo vital: la carne.

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Después de la muerte de Mendieta en 1985, se convirtió en ejemplo de lucha feminista. Actualemente, grupos como No wave performance Task Force o WHEREISANAMENDIETA, se ocupan de que la artista sea reconocida por su trabajo rompedor y avanzado en su tiempo, como una mujer que abrió nuevos espacios artísticos, combinaciones naturales entre el cuerpo, la memoria de la humanidad y la tierra como Gran Madre.

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En 1981, Ana volvió a su lugar de nacimiento, a sus raíces, para dedicar a la tierra patria un conjunto de piezas que tituló Esculturas rupestres. Las creó en las paredes de las cuevas de las Escaleras de Jaruco; figuras femeninas marcadas por su sexualidad. En las fotos del libro Ana Mendieta: A Book of Works, pueden verse como imágenes rotas, borrosas, bastante sexuales y voluptuosas, al molde de la mujer criolla.

Ana —que murió un 8 de septiembre, día de la Virgen de la Caridad del Cobre— se fue de este mundo incompleta, tal como fue, una mujer de fragmentos: algo de cubana, de estadounidense, siempre nómada. Tuvo en la sangre su arte y quizá la única constante vital que le importaba. Creó en su nombre, murió reconociéndola…

Dejó su marca.

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La vivificación de la carne. Foto tomada de Vice.
Sweating blood. Foto tomada de Vice.
Glass on Body Imprints. Foto tomada de artsy.net.

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