Bad Bunny, primero de su nombre

4 min


-1
Bad Bunny. Foto tomada de su perfil oficial en Instagram (@badbunnypr).

El sexo puede ser una lista de verbos, algunos infinitivos impersonales que han marcado la personalidad artística de Bad Bunny, nombre y verbo: mamar, meter, chupar… Esas cosas.

Hace un tiempo se me ocurrió este experimento: encerrar en un cuarto vacío a un grupo de feministas radicales y ponerle todas las canciones sexuales de Bad Bunny; comenzar, digamos, con esa letra lubricante de Te lo meto yo, y por ahí seguir, tres horas, no sé, hasta que le cojan asco a sus pezones, y cerrar con No te hagas, que es algo así como un emoji de sarcasmo. Si son buenas feministas, el resultado debe ser el vómito o una alferecía —supongo, para ellas es difícil la mesura ante tanta maldad fálica.

Pero el tema sexual en las lyrics de Bad Bunny no es resultado de la barbarie del gueto. Benito Antonio creció en la barriada Vega Baja, a pocos metros de la playa. No fue maltratado y tuvo una madre que lo quiso. Su educación le alcanzó para ingresar en la Universidad de Puerto Rico. El tema es que Benito, antes de ser Bad Bunny, era simplemente un puertorriqueño más, un empaquetador de supermercado con la calentura de los litorales, con el hambre sexual de los isleños. Vamos, un tipo joven fanático a las vaginas jugosas tanto como otros miles de millones de tipos jóvenes en el mundo.

Y puesto a tener 22 años y un par de canciones con contenido explícito, se encontró con el trap, un subgénero que le permitió expresar esas ideas que casi todos los días tienen hombres y mujeres, y que no dicen por pudor… El trap rebautizó a Benito Antonio y lo convirtió en el personaje Bad Bunny: gafas, un par de snickers, overol a veces; un cover de móvil con forma de vulva… El Conejo Malo es eso: un manual de estilo y una colección de outfits. Ah, y cerca de seis millones de seguidores mensuales en Spotify.

El sexo es verbo. Y Bad Bunny tiene las palabras y el descaro para marcar de espontáneo y natural lo que para otros es tabú. Este cantante boricua conserva la tradición del trap sur de Estados Unidos, con esa música en ocasiones densa y lenta, pero ha dejado de lado la oscuridad típica del subgénero, el alegato de las drogas —aludidas en temas como Krippy Kush, pocas otras— para encontrar cierta latin wave, letras donde el conflicto hombre-mujer es atacado desde todos los flancos, en todas las posiciones…

No hay que buscar calidad en las lyircs de Bad Bunny, ni coherencia ni siquiera métrica, porque el trap, desde siempre, prescinde de la rima para someterse al ritmo de la modulación. Tampoco es necesaria una interpretación, porque toda vagancia poética se cubre de la crudeza del mundo hoy. La música de Bad Bunny es el reclamo descarado y descarnado de una cultura occidental perezosa y fragmentada, de un hedonismo síntoma de la posmodernidad.

Quizás lo pertinente es ver la influencia pop en el Conejo Malo, esa argucia para tomar cualquier elemento de la cultura popular y meterlo en sus canciones, especie de intertextualidad. Puede hablar del iPhone, redes sociales y trending topics; plantear símiles de una relación de pareja “ideal” basados en personalidades famosas como Angelina Jolie y Brad Pitt; conjugar la promiscuidad con referencias a Michael Jordan y su número 23, cifra mítica para la cosmogonía particular de Bad Bunny. Todo esto acerca sus canciones a cualquier público, pues emplea códigos comunes de la contemporaneidad. Por eso sus seguidores aumentan. Ahí están los datos. Quien no escucha a Bad Bunny, lo baila.

Escucharlo, sin embargo, es todavía mejor. La novedad dentro del panorama de la música urbana no fue el estilo del boricua ni sus outfits. Su voz peculiar llamó la atención de sus adeptos, una voz que, por demás, no tenía precedentes en ese tono dentro de lo underground. Bad Bunny no es Michael Bublé, quede claro. Pero su instrumento lo ha hecho pieza codiciada en producciones de artistas asentados como Yandel y Daddy Yankee. Para ser preciso: ahora mismo el Conejo Malo marca la pauta del trap latino y es la referencia de la música urbana. Hacer dúo con Bad Bunny significa llenar las arcas.

Sus detractores hablan de voz falseada y auto-tune. Pero que le digan eso a T-Pain. Ya lo dije, el trap es, en concepto, la potenciación de los efectos sonoros, flow rapilento. Todo eso está en Bad Bunny, por encima, por debajo de su voz, orgullo de productores en la línea de Lex Luger. En fin, si van a sacrificar a los artistas que emplean el auto-tune, el pecado original lo carga Cher.

***

Recientemente leí noticias del compromiso social de Bad Bunny que, ante la inestabilidad política en Puerto Rico y las protestas populares, regresó desde Ibiza a su país para grabar una canción protesta junto a Residente, todo esto en una sola noche: ocho horas de vuelo, cuatro de grabación y producción. Ese sacrificio para que la gente despertara con un himno contra la discriminación y la homofobia de Ricardo Roselló.

Bad Bunny, que detrás de su nasobuco esconde la boca donde se guarda la patria, se acercó a la propuesta orgánica gramsciana sin siquiera saber quién es Gramsci. El compromiso de Bad Bunny con el pueblo que representa, “con mi gente de Puerto Rico”, como admitió mil veces en diez días, lo alejó de Ibiza, lo llevó de regreso al calor de los litorales, otra vez a la Vega Baja: el único lugar donde todavía puede ser Benito.

Anuncios

Te dejamos con uno de los temas del disco que grabaron Bad Bunny y J. Balvin:

Anuncios
Anuncios

0 Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

× ¡¡¡Contáctanos!!!