«Beef», la serie de Netflix que usa la risa para explorar emociones profundas

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El mundillo de las series está saturado de mediocridad. Cuando lo aceptemos, aprenderemos que todo lo que brilla en la pantalla está lejos de ser oro y que, como máximo, dos o tres de cada diez estrenos prometen regalarnos algo medianamente decente.

Debido a lo anterior, se siente una gran satisfacción cuando aparece (no tan) espontáneamente una de esas series que pone patas arriba nuestras expectativas y nos sorprende. Lo curioso es que, a estas alturas, el bombazo provenga de Netflix, plataforma que últimamente pega más palos de ciego que verdaderos exitazos.

El show en cuestión se llama Beef y tiene (de momento) una sola temporada de 10 episodios, disponibles en streaming desde el pasado 6 de abril. Desarrollada por la productora A24, la misma que estuvo detrás de la oscarizada cinta Everything Everywhere All At Once (2022), se atreve a mostrarnos una historia de antiamor que sirve para canalizar y visibilizar algunas facetas de las sociedad actual que merecen mucha más atención.

El relato pivota en torno a dos personajes fundamentales: Amy Lau (Ali Wong), la dueña de un pequeño negocio de venta de plantas y parte de una familia rica, formada por su esposo George (Joseph Lee), su hija pequeña June (Remy Holt) y Fumi (Patti Yasutake), su suegra metiche.

Como contraparte de Amy tenemos a Danny Cho (Steven Yeun), un contratista sin mucha suerte, que se ha visto obligado a mantener a su hermano gamer y cripto-entusiasta, luego de que sus padres perdieran el negocio familiar y tuvieran que regresar a Corea del Sur.

Un día, a la salida del supermercado, ambos están cerca de tener un accidente en sus autos, a lo cual ella responde mostrándole el dedo del medio. Acto seguido, él la sigue y, tras una suerte de persecución que termina sin colisiones, comienzan una “bronca” que irá escalando, o mejor dicho, rebajándolos a los dos cada vez más.

Danny y Amy son dos personajes rotos, inseguros y llenos de frustraciones, mediante los cuales el guionista Lee Sung Jin subvierte el orden de esas historias de encuentro fortuito, en donde dos personas terminan enamoradas, para crear algo diametralmente opuesto y, sin dudas, muchísimo más encantador, si es que cabe el término.

En esta miniserie que podríamos etiquetar como una versión (mayormente) asiática del filme Relatos salvajes, destacan sobre todo las representaciones de Wong y Yeun (también fungen como productores ejecutivos), como los rivales en este duelo de miserias humanas.

Ambos protagonistas son capaces de mostrarnos un rango de emociones que resulta increíble de ver: de la ira a la felicidad, pasando por unos silencios orgánicos escalofriantes, y también por bastantes lapsus de esa frustración contenida que los hace sonreír pese a sentirse con ganas de explotar. La pareja nos entrega actuaciones para enmarcar.

Otro aspecto notable de Beef es que va más allá de los roles principales en este cuento sobre la desmotivación, la falta de propósito, el síndrome del impostor, la (in)dependencia económica, la depresión y la ansiedad, cuatro de los elementos más perceptibles en el día a día de gente de hoy y que el creador canaliza, además, a través de otro grupo de personajes que, en mayor o mayor medida, representan con acierto el drama de tantas personas allá afuera.

Como principal lección que se puede intuir en esta historia está la necesidad de ponerse en el lugar del otro, practicar la empatía o como quiera que se le diga ahora mismo. Las situaciones dramáticas que se dan, por absurdas que parezcan muchas veces, son tan reales como la vida misma y están condicionadas, en la mayoría de los casos, por actitudes impulsivas que no buscan más que la satisfacción inmediata, sin pensar jamás en cómo eso hará sentir al otro y a uno mismo al final del día.

Temas duros aparte, hay que decir que la risa no falta. Tampoco es que vayamos a soltar la mandíbula en cada capítulo, pero las dosis son suficientes para mantener el balance entre tanta obsesión. Los diálogos suelen ser muy terrenales y funcionan como vehículos ideales para aterrizar buenas reflexiones disfrazadas de ocurrencias. Así, entre tanto sentimiento desatado, la comedia se abre paso, y la dramedia, ese género cada vez más popular, se impone.

Beef no es un show para todos, aunque ciertamente la mayoría de nosotros debería verlo e intentar asimilar al menos un par de sus mensajes. Profundo y divertido a partes iguales, es televisión de calidad que se atreve a meterse en el pantano de las emociones humanas y sacar en limpio un argumento verosímil y metafórico, que posiblemente siga teniendo vigencia con el paso de los años.

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