El baile cubano que ayudó a Bruce Lee a revolucionar las artes marciales

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Bruce Lee bailando Cha cha chá. Foto tomada de Hong Wrong.

Si a un cubano le mencionáramos el nombre de Bruce Lee (“brujlí” para nosotros), inmediatamente le vendrían a la mente varias imágenes de este archiconocido artista, quien, por los años 60 y 70, maravilló al mundo con sus habilidades para el kung fu, en películas tan famosas como Operación Dragón, Juego con la muerte o El regreso del dragón.

Sin lugar a dudas, el creador del Jeet Kune Do quedó inmortalizado gracias a escenas donde demostraba su encomiable capacidad para repartir “tundas”. De toda ellas, es muy recordada la secuencia en la que le da una soberana paliza a Chuck Norris (sí, el mismísimo) en el Coliseo Romano, o esa otra en la que aparece vestido con un mono amarillo y un par de zapatillas Adidas y que, con el paso del tiempo, ha terminado quedándose en nuestra memoria como la estampa “por defecto” de este gran hombre, conocido por el apelativo de “Li, el pequeño dragón”.

Ahora, si de pronto le dijéramos que al bueno de Lee Jun-Fan, (que era su nombre original) también se le ponía la «cabeza mala” cuando bailaba ritmos latinos, no sería raro que usted empezara a dudar de nuestra credibilidad. Por eso le pedimos un poco de paciencia, pues vamos a explicarle al detalle esa historia.

Resulta que en la década de los 50, Jun-Fan era un muchacho buscapleitos, que se pasaba los días involucrado en peleas callejeras con tal de mostrar sus aún incipientes dotes de luchador. A causa de los frecuentes dolores de cabeza que le daba a su madre, la señora decidió meterle en cintura a través de un método inesperado.

Sucedió entonces que Grace Ho, quien además de ser madre de cinco hijos era mitad alemana, pensó en ¿el baile? como la mejor manera para que aquel muchacho gastara toda esa energía sobrante mientras aprendía unos nuevos movimientos en el proceso.

Al jovenzuelo eso no pareció interesarle demasiado, pues estaba enfocado en intentar aprender el camino de las artes marciales. Sin embargo, no tuvo otra alternativa que comenzar a ir cada lunes, miércoles y viernes, a las seis de la tarde, hasta la casa de Ye Xiaoqing, profesora de bailes de salón.

En lo adelante sucederán muchísimos encontronazos entre el joven Lee y el cha-cha-chá, ese diabólico baile de origen cubano que resulta más difícil de vencer que cualquier rival que hubiera tenido antes. Todo cambió un día en el que la instructora le sugirió seguir el patrón maleable del agua, si es que deseaba “cogerle la vuelta” al pegajoso ritmo.

A partir de entonces, el joven se fue convirtiendo en un verdadero rey del cha-cha-chá y empezó a usar sus conocimientos como moneda de cambio para recibir clases de kung fu del shifu Wong Shun Leung, a quien también le interesa aprender a moverse como un latino. Más adelante, con la situación pendenciera y académica bajo control, tendrá el honor de ser alumno de Ip Man, legendario maestro y creador del estilo Wing Chun.

Para 1958 las cosas no pueden irle mejor: se ha coronado como “Crown Colony Cha-Cha Champion” y, a la vez, ha conseguido que los “acuáticos” consejos de la señorita Ye, —curiosamente coincidentes con la propia filosofía de Ip Man—, le ayuden a convertirse en el campeón de kung fu de la ciudad. La cereza del pastel son las chicas que le llueven al notable alumno y bailarín.

Una noche todo se torció. Bruce se vio obligado a “castigar” a tres abusones con sus técnicas de combate y, para suerte suya, uno de ellos era sobrino de un poderoso integrante de las tríadas (organizaciones criminales de origen chino). La policía acudió otra vez a su casa, con la advertencia de que, si volvía a meterse en problemas, iría a la cárcel.

La solución que encontraron Lee Hoi-Chuen y su esposa es enviarlo al lugar donde había nacido, por coincidencia, hace 18 años, cuando ambos se encontraban de gira junto a una compañía teatral. Su destino será San Francisco, urbe norteamericana donde será recibido por su tía Agnes.

Para abril de 1959, un joven de procedencia china aterriza en el aeropuerto internacional de La Ciudad de la Bahía. A la hora de dar su nombre, decide seguir el consejo materno de presentarse con el nombre que le ha dado la enfermera que le trajo al mundo. Tiempo después, el mundo llegará a llamarlo como Bruce Lee, que quizás signifique algo parecido a “dragón que baila cha-cha-chá”.

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