Ciro Ibáñez: “La primera vez que me dopé, fui mandado por el difunto Manuel Suárez”

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Ciro Ibáñez en la actualidad. Foto tomada de su perfil en Facebook.

De la época dorada de las pesas en Cuba hay nombres inolvidables, entre los que destacan Pablo Lara, Roberto Urrutia y Daniel Núñez, pero no son los únicos. Otro de los buenos exponentes en la palanqueta durante finales de los 70 y la década del 80 fue Ciro Ibáñez, quien, desde la división de 90 kilogramos, sentó cátedra a nivel doméstico y también impuso respeto en la arena internacional.

Nacido en La Habana el 18 de septiembre de 1959, de joven se crio en el municipio Cerro e hizo gran parte de su vida en ese lugar. Según contó en una entrevista exclusiva a Cubalite, su infancia estuvo marcada por el hecho de crecer en un barrio “complicado” y también por la idea fija de que, para vivir un poco mejor, había que ser atleta, marino mercante o músico.

“En mi caso, siempre tuve la ambición de ser alguien, así que decidí iniciarme en el camino del deporte. Mis comienzos no fueron sencillos porque yo no había pasado por la estructura que incluía la EIDE y la ESPA. Antes de pasarme a la halterofilia, estuve en clavados, ciclismo y atletismo. Mientras practicaba esta última disciplina, el profesor Juvenal Pérez insistió en que empezara en las pesas con el entrenador Oscar Cadierno”.

Tras no haber conseguido acceder a la pirámide del alto rendimiento, tuvo la suerte de que Javier González, medallista de bronce mundial en 1973 y amigo suyo, lo recomendara para realizar unas pruebas en el Cerro Pelado. Hasta allí llegó Ciro y en par de meses se ganó un puesto en la escuadra de mayores.

En 1978, un año después de haber sido escogido para el plantel absoluto, ya se había convertido en la primera figura de la división de 90 kilos. Trabajó durante un breve tiempo con el desaparecido Manuel Suárez y poco después estuvo con Ramón Madrigal, junto a quien se mantuvo durante casi toda su estancia en la mayor de las Antillas.

“La adaptación al equipo nacional fue difícil porque, además de los fuertes entrenamientos, había muchísima competencia interna. El tema es que todo el mundo quería sobresalir para poder montarse en el avión y vivir mejor. Eso hacía que tuviera que cuidarme de todo tipo de percances, que iban desde las indisciplinas con respecto a la preparación, hasta otros de tipo ideológico, algo que podía costarle caro a uno en esos tiempos en que Marcelino del Frade era una de las principales autoridades de las pesas en el país”.

El momento que Ibáñez consideró como el comienzo real de su carrera deportiva llegó en el mismo ‘78, cuando se proclamó campeón nacional a nivel juvenil y de mayores. A partir de ese instante todo marchó bien, hasta que sucedió el primero de sus “roces” con del Frade.

“Como excusa para truncar una parte de mi carrera y apartarme definitivamente de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, él usó el hecho de que yo me hubiera puesto una “trusa” de otro compañero. Creo que, de haber acudido a ese evento, podía haber aspirado al podio porque ya yo había hecho las marcas con las que se ganó allá”.

Tras aquel acontecimiento, dejó el deporte y se fue a estudiar y trabajar en la República Democrática Alemana, desde donde regresó en 1980 e inmediatamente recuperó su puesto en el equipo nacional.

Para 1981 obtuvo su primer título panamericano en la ciudad de Colorado Springs y posteriormente también se coronó en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana ’82. Tras haber finalizado en el quinto escaño del Mundial de 1983, comenzó a pensar en su participación en la cita estival de Los Ángeles ’84. Y de nuevo no fue posible.

“Previo a esa Olimpiada, había logrado hacer el récord mundial de envión y me encontraba en una forma buenísima. Desafortunadamente, poco después supimos que Cuba y los países socialistas de Europa no asistirían, noticia que nos dejó muy desilusionados a mí y a mis compañeros”.

La oportunidad que se les dio a los deportistas de tener cierto consuelo fue participar en los Juegos de la Amistad, certamen alternativo organizado por la Unión Soviética, con el apoyo de naciones aliadas.

Durante su etapa como atleta activo, Ciro fue uno de los mejores pesistas de Cuba. Foto tomada de su perfil en Facebook.

El torneo de halterofilia se celebró en septiembre en Varna, Bulgaria, y allí se presentaron los mejores exponentes de esos territorios. Sin embargo, entre aquellos “monstruos”, Ciro logró llevarse una presea bronceada en la modalidad de envión, a pesar de haber lidiado con una fiebre extremadamente alta.

Después de tal actuación, la carrera deportiva del capitalino comenzó a mermar, no por falta de talento, sino por desmotivaciones y un cambio de prioridades en su vida. Ahora, desde la distancia, dice que en esa época no cumplieron con mejorarles las condiciones de vida a los integrantes de la escuadra nacional, algo que se les había prometido antes de los Juegos de la Amistad.

Por si fuera poco, en el 85’ tuvo un altercado con del Frade y Andrés Gutiérrez, que era el comisionado nacional. Como consecuencia de aquello fue expulsado y ambos le garantizaron que jamás volvería a ser parte de la selección.

No obstante, el oriundo del Cerro se mantuvo entrenando y en el nacional de ese año quebró las marcas de América. Esos resultados, en combinación con las salidas de del Frade y Gutiérrez, además de la presencia de Javier González como preparador en el Cerro Pelado, le permitieron regresar al conjunto. No obstante, ya el habanero tenía claro que su principal objetivo era marcharse de la Isla.

“En 1987 clasifiqué para ir a un torneo en Alemania. Luego de conseguir allá una medalla de plata, al regreso hicimos escala en Terranova, Canadá. En el aeropuerto, a la hora de salir hacia Cuba, me metí en la zona de inmigración y solicité asilo político. En ese momento bajaron a la gente del avión, sacaron mis maletas, me quitaron mis medallas y así comencé la andadura fuera de mi tierra”.

Al llegar a territorio norteño, como era lógico, empezó de cero. En ese lugar, el deporte de las pesas no era profesional como el béisbol o el boxeo, e inicialmente no pudo vincularse al medio que tanto conocía. No obstante, no pasó para nada inadvertido, pues fue campeón nacional entre 1993 y 1995, pero a pesar de ello tuvo que buscar otras alternativas para poder mantenerse.

“Debí redirigirme hacia otros trabajos en el mundo de los negocios. Me tocó hacer muchas horas y sacrificarme bastante, pero al final eso me dio buenos resultados y terminé adaptándome a este país, el cual, para mí, es el mejor del mundo”.

Con el tiempo, recibió ayuda para pagar estudios de francés y también perfeccionó su inglés. Luego inició su propia empresa de transporte, tuvo una discoteca, tiendas de ropa y así fue desarrollándose como emprendedor. “Aunque al servicio de otros pude vivir decentemente, siempre me gustó trabajar por mi cuenta”, narró Ibáñez.

Poco a poco, allá logró reunirse con sus dos hijos cubanos a principios de los 90 y a nivel profesional su situación cambió, pues en 1998 tuvo la oportunidad de irse a Europa, donde se convirtió en entrenador de la selección francesa. Más adelante, tras un período exitoso en la nación gala, se fue a España y en aquel sitio conoció a Abigail Guerrero, el amor de su vida.

Ibáñez junto a Abigail Guerrero y sus hijos. Foto tomada del perfil en Facebook de Ciro.

Actualmente, tras un período de trabajo con el equipo nacional canadiense, Ciro vive en Montreal con su familia. Junto a su compañera, quien fue gimnasta olímpica y durante 13 años integrante de la escuadra de pesas de su país, además de dos veces campeona mundial en la categoría Máster, administra el club de halterofilia Crossfit Guerriers y entrena a dos de sus hijos, Brayan, quien ya es campeón y doble recordista panamericano en la categoría sub-15, y Emily, de 11 años. Ambos son dos potenciales monarcas que tienen como meta continuar con el legado familiar.

Sus otros tres descendientes también son muy cercanos a él: una de ellas trabaja en el ámbito de la cirugía estética, el varón mayor lo hace en el Servicio Correccional de Canadá y la otra chica es graduada de Ciencias Políticas. “Somos una familia muy unida y yo personalmente me considero un privilegiado de la vida. Afortunadamente están muy vinculados a lo que hago y todos somos felices”, confesó.

Por otro lado, según el exatleta, el deporte de las pesas en Canadá es más bien un hobby, no una opción de vida. El rendimiento no es una obligación, sino una exigencia de cada quien. Los jóvenes lo practican para tener una vida saludable y lo compaginan con sus carreras universitarias.

Una circunstancia que complace a Ciro allá es que no exista el dopaje, algo que recuerda que, durante su época en Cuba, fue instituido por el señor Marcelino del Frade y el difunto Manuel Suárez.

“En 1977, cuando llevaba pocos días en el equipo nacional, este último me mandó a que fuera a una taquilla a tomarme unas pastillas que yo no sabía qué eran, aunque tampoco pregunté, porque en aquel entonces ese tipo de actitudes podían meterte en problemas. Luego supe lo que era y también que el dopaje con esteroides anabólicos, testosterona y otras sustancias, fue traído por del Frade desde Europa y duró unos años, hasta que comenzó la lucha mundial contra esa práctica y poco a poco fue desapareciendo.

“Para ser completamente sincero, Daniel Núñez y yo dimos positivo en los Centroamericanos de La Habana ’82, pero eso se quedó tapado ahí, a lo interno. Fuimos regañados por José Ramón ‘el Gallego’ Fernández y creo que una respuesta que le di a él fue lo que me hizo caer en la lista negra de Marcelino”.

“Para mí, Pablo Lara y Roberto Urrutia son los mejores de todos los tiempos en Cuba, porque ellos nunca se doparon ni dieron positivo, a diferencia de Núñez, quien, en repetidas ocasiones, a veces oficial y otras extraoficialmente, fue sancionado por ello”.

A pesar de esos sucesos, Ibáñez admite que tales problemas no ocurrieron bajo la tutela de todos los entrenadores, pues el propio Madrigal jamás le instó a doparse, aunque reconoce que en varios casos sí era normal que otros mandaran a sus atletas a tomarse las pastillas.

“En mi época todo estaba bastante bien organizado y había preparadores muy competentes. Aunque no teníamos las condiciones óptimas, sí contábamos con lo fundamental para tener éxito como deportistas. Sin embargo, eso fue cambiando hasta hoy, pues pasamos de pertenecer a la élite mundial a luchar por un bronce a nivel panamericano como máximo. Hay que decir que también se ha desaprovechado la cantera de los Juegos Escolares, la cual prácticamente ni existe.

Mientras, “pasa que los actuales dirigentes han desatendido a muchas glorias del pasado, como el propio Pablo Lara, y falta más trabajo y exigencia con los talentos actuales. En mi tiempo, si no tenías resultados te quitaban recursos, pero ahora parece que no es así y al final eso conspira también contra el progreso del deporte.

“Otra cosa es la formación de los entrenadores, quienes, desde mi experiencia y conocimiento, tienen pocas opciones para superarse hoy. Si a eso le sumamos el éxodo de ese mismo personal hacia otros países y la falta de recursos que golpea severamente el desarrollo en la base, podemos entender por qué esa disciplina está en decadencia en Cuba”.

Más allá de lo meramente competitivo, para Ciro hay otros factores externos que hacen que una modalidad como el levantamiento de pesas no esté a la altura de otros tiempos más brillantes.

“En el sistema deportivo cubano, éramos trabajadores simples y de alguna forma estábamos atados al sistema, pues, si no teníamos una actitud acorde a lo que los dirigentes pedían, podíamos resultar afectados. Aquí en Canadá no pasa eso, pues existen las condiciones necesarias para entrenar y preparase con gente calificada y al final no importa cómo piense el practicante, sino el esfuerzo que ponga en función de sus metas”.

*Esta entrevista fue publicada en mayo de 2022.

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