Copa América, Día 3: Brasil no tiene piedad

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Alex Sandro anotó el primero de Brasil en la goleada a Perú. Foto: @CopaAmerica/ Twitter.

Uno supone una victoria sencilla, holgada, en el partido entre Colombia y Venezuela. A nadie se le ocurre pensar que lo visto ante Ecuador sea un síntoma, en lugar de un mal partido. A los cafeteros les cuesta crear, se estrellan con las defensas rivales, esperan una jugada magistral de Cuadrado, un pase filtrado de Carmona, una gran efectividad de Zapata y Muriel; por desgracia, nada de eso llega. Venezuela sabe sus limitaciones, empeoradas por la ausencia de varias de sus figuras, por eso espera atrás, a veces presiona arriba y se repliega rápidamente.

La primera mitad es pareja, sin grandes ocasiones para ninguno, con la vinotinto disputando el esférico, pero sin saber qué hacer cuando lo tiene. Colombia también carece de ideas. Cuadrado no desborda, Zapata no logra imponerse y Muriel no anda fino. En la segunda mitad, la cancha se desnivela y todo ocurre en terreno venezolano. Colombia asedia sin ideas claras, controla la situación sin encontrar por dónde dar la estocada. Venezuela es un fortín con un foso de cocodrilos; y si alguien logra pasar, ahí está Faríñez para sacar una mano milagrosa y ahogar el grito de gol. Hoy no se cumple eso de fortaleza sitiada, fortaleza tomada.

No habían pasado quince minutos de un arranque frenético y Brasil ya se encontraba encima en el marcador. Un mal despeje en el área, un centro de la muerte de Gabriel Jesús y una definición de goleador de Alex Sandro. Parecía la senda de una goleada; y entonces, inexplicablemente, Brasil se echó atrás y se dejó arrinconar por Perú. Los de Gareca no creaban ocasiones claras, pero sí dominaban; la canarinha a veces contratacaba sin mucha efectividad y los de Tite parecían diluirse poco a poco. El final del primer tiempo no dejaba muy buenas sensaciones para los anfitriones.

Con un toque mágico en el entretiempo todo cambió. Al campo saltó una aplanadora. Perú aguantó unos minutos antes que  el vendaval se desatase. Neymar recibió de espaldas, giró sobre sí mismo y al fondo de las redes (muy lento Gallese). Richarlison, desde el suelo, con una semivolea, fusila a boca de jarro. Y finalmente, la jugada colectiva, el fútbol fluido, la belleza brasileira; Everton pone el cuarto, aunque pudo ser cualquier otro. Lo importante es que Brasil despertó, desplegó su magia y espantó cualquier fantasma generado en el partido frente a Venezuela.

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