Serie del Caribe: ¿Un parche en la herida?

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Panamá derrotó a Cuba 3-1 en la final de la Serie del Caribe. Foto: AP.

Lo que son las cosas: Venezuela vive una situación política inestable, argumento principal por el que la Serie del Caribe de béisbol, prevista para celebrarse en Barquisimeto, tiene un futuro muy incierto a días de comenzar. Su celebración, incluso, pende de un hilo, pues la opción de no realizarla este año es una de las contempladas. Ante tanta premura y suspenso, aparece Panamá como el salvador del aprieto, sirve como sede del torneo y además es uno de sus integrantes. Eso sí, el plantel istmeño, entre los seis involucrados, es el que más pequeño tiene las letras de favorito.

El equipo panameño, aunque era el local, no se encontraba en su país a dos días del inicio del torneo. Es más, llegan a su territorio sin apenas descanso desde México, donde estuvieron en la Serie Latinoamericana y quedaron fuera de la final. Toros de Herrera, el representativo canalero, nunca imaginó que la vida diera vueltas y los incluyera en un evento en el que nunca habían estado. Aprovechan la oportunidad: abren con triunfo y terminan venciendo en la final a Cuba. Es el único elenco que gana cuatro veces y su segundo título aparece después de prácticamente 70 años. ¿Qué les parece?

La edición que concluyó este domingo en el estadio Rod Carew desde el comienzo pedía a voz en cuello no desdeñar la historia. La historia dictaba unas cábalas muy interesantes, que de cumplirse, les permitiría a los Leñadores de Las Tunas regresar a Cuba al camino de la corona. Sucede que en 1952, 1956 y 1960 los antillanos terminaron campeones en ese trío de lides acontecidas en Panamá, donde los anfitriones siempre terminaban vencidos por el oro. Pero lo ocurrido este domingo alteró el curso de lo augurado y a los locales recibir de súbito este evento mejor no les pudo salir.

Al final, los Toros con pizarra de 3×1 complacieron a su fanaticada e impidieron que los adversarios repitieran un cetro que no ganan desde 2015. Sacarle provecho en el primer capítulo a un tímido inicio del villaclareño Freddy Asiel Álvarez, quien luego plantó otro cariz, prácticamente fue la sentencia definitiva. De hecho fue así, toda vez que las dos carreras de ese inning hubiesen bastado para fulminar a un equipo cubano que arrastró durante toda la justa el ancla de una famélica ofensiva.

Para ganar, sea donde sea, es necesario que el bateo y el pitcheo rindan, que exista cohesión entre ellos como si se tratara de un matrimonio que acumula años de excelente convivencia. No obstante, lo ocurrido en el parque Rod Carew se salió de esos felices términos y fue el cuerpo de lanzadores el que tiró siempre del carro. Aunque parezca paradójico, después de las constantes críticas recibidas por el pitcheo cubano desde hace rato, lo cierto es que en el escenario internacional son los serpentineros quienes sacan la cara y los bateadores quienes la esconden. Y así, simple y llanamente, es casi imposible ganar.

Los maderos de los cubanos, salvo contadas excepciones, simulaban fusiles con pólvora mojada, artefactos pocos útiles cuando las necesidades requerían de sus funcionamientos. Los números y los hechos, en este caso, son los argumentos más fidedignos para entender por qué Cuba no pudo ganar esta Serie del Caribe, a pesar de contar con una valiosa coraza como fue su pitcheo.

En cinco juegos nada más fabricaron nueve carreras, menos de dos por choque, y no lograron pisar el home más de tres veces en ningún partido. Por si fuera poco, a esa paliducha realidad hay que agregarle que solo tres bateadores, con Alfredo Despaigne a la cabeza, impulsaron al menos una carrera, y de ese trío, Frederich Cepeda y Carlos Benítez no figuraron en la novena titular de los dos primeros encuentros.

Para echarle más leña a la crisis, bateadores de grandes posibilidades y responsabilidades como Yosvani Alarcón y Yurisbel Gracial transitaron por el torneo sin glorias y muchas penas. El primero no ligó indiscutible alguno, coleccionó varios ponches y su cabeza pareció estar bien lejos de donde debía estar, mientras que Gracial, con todo y su excelente rendimiento en la Liga Japonesa, no demostró otra verdad que estar totalmente desajustado en este torneo. Y cuando pasa eso, naturalmente que las opciones de lograr carreras se reducen mucho.

Más de lo mismo fue presenciar a corredores que consiguieron el mérito de embasarse y luego su suerte se reducía a vagar por el infield, sin poder darle la vuelta al cuadro. El lastre de dejar corredores en circulación y producir poco no es nada nuevo para las selecciones cubanas y en Panamá ese punto, lejos de cambiar, se agravó y costó carísimo.

Panamá llegó a última hora a la Serie del Caribe y terminó quedándose con el oro. Foto: Roberto Morejón Rodríguez/ JIT.

Triste fue que el mentor Pablo Civil, a pesar de su pericia y consciente de las limitaciones ofensivas de sus alumnos, no movió lo suficiente una banca congestionada de hombres capacitados para conectar batazos de gran metraje y se mostró resistente al cambio con atletas como el jardinero Jorge Yhonson, quien se despidió con un average inferior a .100 y nunca encontró sustituto.

Ni siquiera en la novena entrada del juego por el título, cuando con un out su reemplazo era una movida cantada en pos de un supuesto empate en las muñecas de Despaigne, quien contrario a otras ediciones lució una espléndida forma deportiva, maquilló un tanto las penurias ofensivas del conjunto y demostró que si alguien es insustituible en la selección nacional es precisamente él.

Lo que a todas luces se enseñó previo a la justa como una de las principales facultades del elenco, el bateo de largo alcance, fue tachado en un estadio diseñado a favor de los lanzadores y que soportó la irrisoria cantidad de tres jonrones en el evento, dos firmados por peloteros panameños, casualmente.

Ante la imposibilidad de conectar jonrones, en la tropa dirigida por Civil era harto necesario la elaboración de jugadas que permitieran crear situaciones de carreras, eso unido a la velocidad. Sin embargo, lo que un jugador como Yuniesky Larduet —debutante en certámenes de este nivel— supo cumplir con gran efectividad, basado en el juego veloz y agresivo, no encontró reproducción en ningún otro pelotero cubano y de esa forma el abanico de alternativas se cerró, dependiendo el triunfo del poder o de la oportunidad, factores esos que, como he dicho, estuvieron mutilados.

El pitcheo colocó sobre la mesa un compendio de buenas noticias, encabezadas por la soberbia demostración de quien es hoy el lanzador más dominante de nuestro béisbol en torneos internacionales: el derecho Lázaro Blanco, autor de los dos éxitos cubanos e indescifrable en 12 entradas. Igual se llevaron elogios Freddy, Vladimir, Raidel, Moinelo, Yera… pero nunca se pudieron ver los lanzamientos de Alberto Pablo Civil, Yosbel Alarcón, Dariel Góngora y Yadián Martínez, pitchers que en diferentes momentos influyeron bastante en el primer título tunero.

Que ese cuarteto de serpentineros no haya escalado al montículo del Rod Carew obliga a replantearse si para Cuba es tan imperioso llevar a un torneo corto 13 lanzadores, cuando la confianza está depositada en los nombres habituales. Cuatro hombres que viajaron a Panamá en calidad de turistas, no se puede decir de otra manera.

Cuba ha comenzado el año con un segundo lugar en un evento de cierto nivel. Para algunos incluirse de nuevo en una final puede representar un parche en la herida que soporta desde hace tiempo nuestra pelota. Para otros incluirse en una final y no ganarla significa poco, sobre todo cuando se trata de un equipo que casi es nuestra selección nacional y en esta Serie del Caribe, a juzgar por los nombres, era el pretendiente principal a llevarse el primer puesto. Eso, no lo dudo.

En el horizonte aparecen compromisos en los que nuestro país aspira a salir victorioso. Los principales son los Juegos Panamericanos de Lima y más adelante el clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Japón 2020. Pero lo cierto es que si no se solucionan las fisuras enseñadas durante la semana pasada en Panamá, los sueños y ambiciones procuran desaparecer.

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D.L.R.

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