«DMZ»: una guerra civil intensa, pero con demasiada prisa

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La Guerra Civil estadounidense es un fenómeno histórico, cuyas cicatrices aún se palpan en el alma de esa nación. El Norte y el Sur no han superado muchas de sus diferencias más de 150 años después y eso se ha trasladado a historias, que hoy pretenden reflejar, además de los dilemas implícitos, el temor a que la polarización social termine desencadenando una segunda parte de aquel terrible episodio.

En esa cuerda se encuentra DMZ, producción de HBO Max lanzada el 17 de marzo pasado y basada en el cómic homónimo de Brian Wood y Riccardo Burchielli (2005-2012), en el cual se nos presenta una versión de los Estados Unidos rota (nuevamente), como consecuencia de la Segunda Guerra de Secesión entre el gobierno federal y los Estados Libres de América (FSA, por sus siglas en inglés).

El centro de la acción está en la ciudad de Nueva York, dividida en tres partes debido al conflicto. Al noroeste está la zona controlada por los separatistas; en el sureste, o sea, en Brooklyn, Queens y Long Island, mandan los EEUU de toda la vida y en el medio de ambos bandos está la isla de Manhattan, conocida como la zona desmilitarizada (DMZ), en donde viven alrededor de 300 mil personas.

La protagonista de la miniserie de cuatro episodios es Alma Ortega (Rosario Dawson), una doctora que perdió a su hijo, Christian, durante la evacuación a inicios de la conflagración. Casi ocho años después, ella logró escabullirse hasta la DMZ con la intención de encontrarlo y, nada más que cruzó la línea roja que divide la urbe, se encontró con un mundo de pandillas, violencia, anarquía y muy pocas reglas.

Manhattan se halla regido por seis facciones principales: el Protectorado de Bowery, el Kolectivo de West Side, el Camino Muerto, la Calle Mercer, los Cuatro-Dos y los Spanish Harlem Kings, estos últimos controlados por  Parco Delgado (Benjamin Bratt), el ex de Alma, quien aspira a convertirse en el gobernador del territorio.

En su búsqueda, la mujer intentará reavivar su amistad con Wilson Lee (Hoon Lee), un traficante de poca monta que se ha convertido en todo un señor del crimen dentro de Chinatown. Con su ayuda, logrará dar con el muchacho, que ahora se hace llamar Skal y es un asesino despiadado a las órdenes de Parco.

Hechas las introducciones, hay que decir que la trama construida por Roberto Patino y dirigida por Ava DuVernay, tiene muchísimo potencial y eso se nota desde la escena inicial. Más allá del relato principal, ellos introducen varios personajes más que convierten a DMZ en una historia coral, en donde cada pieza parece estar bien colocada durante los primeros momentos.

Las conexiones entre estos parias que intentan sobrevivir en medio de los disparos de uno y otro bando, se perciben con sentido y se nota en ellos una realidad que no por distópica deja de ser sólida e identificable para la mayoría.

Sin embargo, hay un gran problema y es la brevedad con que se presenta la serie. En solo cuatro episodios, los guionistas están forzados a meter demasiado contenido y subtexto, lo cual hace que uno sienta como si faltara al menos un capítulo más. La narración se siente apresurada y sobrecargada todo el tiempo.

Con el paso del metraje, que redondea las cuatro horas, se hacen evidentes varios agujeros dentro de la urdimbre argumental. Lo que en un comienzo pareció bien armado, pierde sentido como consecuencia del acelerado tiempo que le dieron al show.

Al filo del cierre la cosa mejora, pero se sigue sintiendo como parte de algo más grande que no nos ha sido presentado como debería y necesita continuar si quiere desarrollar exitosamente todos sus postulados.

Sí hay que destacar la aproximación a las personas que no desean estar con el statu quo ni con los opositores. A partir de la DMZ y su gente, a pesar del salvajismo adquirido sobre la marcha, se muestra a un grupo que desea crear algo diferente. Está claro que tal vez le falta el conocimiento necesario de unos métodos más civilizados, pero en el fondo es eso mismo contra lo que protesta. Al fin y al cabo, no quiere más que la capacidad de decidir cómo vivir, aunque ello signifique sacrificar muchas cosas durante el proceso.

A nivel actoral, hay pocas o ninguna pega que poner. Dawson aporta la fuerza y la vulnerabilidad justas para su personaje, mientras el resto funciona como contraparte inmejorable.

Es esta una propuesta interesante, pero con más fallas que las que nos gustaría aceptar. Entre sus contras, ya lo habíamos mencionado: la necesidad de un mayor metraje. Por la parte de los pros: algunos diálogos y momentos realmente conmovedores, gracias a los cuales uno siente que esta serie merecería, al menos, una temporada más, con tal de hacerle justicia a todo lo que queda por decir. Es una pena que la pandemia haya forzado a HBO a cortarle las alas y dejarla solo en una serie limitada.

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