Edesio Alejandro: «Me ofrecieron millones, pero cada hombre es de donde le toca»

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Edesio Alejandro. Foto tomada de Diario Las Américas.

Edesio Alejandro Rodríguez Salva nació de una madre periodista y un padre ferretero. Criado en esa caldera bullente que es el barrio habanero de San Leopoldo, pasó por varias tribulaciones antes de tomar el camino de la salvación, ese que le permitió superar a sus predecesores y crear su propia historia en el plano terrenal.

Compositor, cantante y productor, este hombre ha interpretado temas o colaborado en la creación de artistas tan reconocidos como Gladys Knight, Scatman John o Johnny Ventura. Edesio tiene un toque casi mágico y una capacidad increíble para adaptarse, elementos que le han permitido navegar en aguas de toda índole y mantenerse a flote a pesar de cualquier obstáculo.

Su resiliencia es tan superlativa que incluso le ha permitido sobrevivir una batalla tan difícil como la del cáncer, maldita enfermedad que nos ha robado a grandes figuras de todos los tiempos, pero que él ha logrado vencer gracias al apoyo familiar y a su forma de ponerle el pecho a las constantes pruebas que plantea el ejercicio vital.

Quien fuera galardonado al cierre de 2020 con el Premio Nacional de Música accedió a conversar con Cubalite y compartir al menos un trozo de la sabiduría y las vivencias acumuladas durante décadas de recorrido por estudios y escenarios.

¿Cuál es su posición con relación a los premios?

Edesio Alejandro en la ceremonia de entrega de los Grammy en 2011. Foto: John Shearer / Getty Images.

Estoy de acuerdo con quienes afirman que no se trabaja con los premios como objetivo, pero a la vez debo decir que me encanta tenerlos. El reconocimiento, sobre todo del público, es más importante para un artista que el dinero. Para mí, por ejemplo, el pueblo de Cuba ha sido un regalo enorme, pues a pesar de todos los cambios por los que ha atravesado mi vida como creador, siento que siempre me han respetado y admirado.

No suelo participar en concursos desde hace muchos años. De joven, en 1984, me presenté y gané el XII Concurso Internacional de Música Electroacústica de Bourges, Francia, en la categoría de Música Electroacústica. Para mí fue un salto grande.

No obstante, ese tipo de experiencias es compleja, pues significa exponerse de una forma a la que uno no siempre está dispuesto. Pese a ello, a veces no queda otro remedio porque cuando uno hace la música de un filme, luego te pueden nominar aquí o allá, y por supuesto que siempre quisieras llevarte el trofeo.

Luego están los otros premios, los que recoges después de años de trabajo. Esos me gustan más. De entre todos los que me han tocado, el más grande es el que me entregaron a finales de 2020 en Cuba, pues el reconocimiento de mi país me hace particularmente feliz.

También fue un momento especial cuando el Gremio de Música Clásica de México me otorgó el Premio Batuta en 2019. En esa ocasión lo recibí nada menos que junto a Leo Brouwer y Plácido Domingo, entre otros.

Por otro lado, con Mambo Man ha sucedido algo inesperado, pues si bien al principio le dije a Mo Fini que tenía mis reservas con respecto a presentar la película en muchos festivales, debido a las consecuencias que podría tener en la distribución de la misma, hemos obtenido 64 premios y ahora mismo no damos abasto para participar en todos los certámenes que nos piden que les dejemos poner el filme.

¿Por dónde llega Mambo Man a su carrera?

En 2010, mi colaboración con Adriano Rodríguez había tenido éxito a escala mundial y, pasado todo ese tiempo, sentí la necesidad de saldar mi deuda con la música que me había levantado a principios de los ’90. Reuní un equipo de amigos y nos fuimos hasta el oriente del país para documentar los orígenes del son. Ahí nació la cinta Los 100 sones de Cuba, un trabajo que terminó convirtiéndose en algo más grande de lo que pensábamos, al punto de que el Museo Smithsonian, entre otros, la guardan en sus archivos como referencia fundamental para contar la historia de ese género tan cubano.

Tiempo después produje otros documentales y obras de ficción que aún están en proceso debido a retrasos técnicos que sucedieron. Entre esos proyectos está un documental sobre Adriano Rodríguez, un largometraje que protagoniza mi hijo Cristian y otra cinta de terror, temática para la que desde hace tiempo tenía ganas de componer música.

Como me interesaba hacer cine y escribir para ciertos géneros que usualmente no se hacían en Cuba, pensé en un musical con un estilo más moderno.

De pronto, un día me contacta Mo Fini, director y presidente de Tumi Music, discográfica que ha grabado a Omara Portuondo, Eliades Ochoa, Cándido Fabré y otros clásicos tradicionales. Él me propone hacer un filme basado en hechos reales y me pone como única condición que yo no debía hacer la música, pues la intención era promover el catálogo de la disquera a través de la cinta.

Ahí tuve una posibilidad increíble: contar con la música antes de la película. Fui, entonces, acomodando la banda sonora en base a las letras que me parecían precisas para cada momento y eso le dio una personalidad a Mambo Man.

Participar en ella ha sido una de las mejores noticias que he tenido últimamente, sobre todo por las reacciones generadas hasta ahora por el filme, que acumula numerosos galardones y algunos más que están por llegar.

¿Cómo evolucionó el Edesio rockero hacia el hombre de blanco?

Esa historia comenzó en 1992, cuando pasé uno de los peores momentos de mi vida. Mi hijo estaba recién nacido, me había separado de su madre hacía meses y comencé la relación con mi actual esposa, Ijorka, quien entonces se enfermó de lupus y estuvo muy grave.

Además de las cosas que me sucedieron a nivel personal, también vino el Período Especial, perdí mis instrumentos en un accidente y, para colmo, me quedé sin trabajo. En resumen, toqué fondo y en ese momento me tocó reinventarme.

Decidí irme a Canadá a fregar platos con tal de ayudar a mi familia. Por aquel tiempo también pasaba que me estaba empezando a quedar sin voz por cantar de forma rasgada. Mi tesitura se cerró como consecuencia de los esbozos nodulares que me salieron en la garganta.

Antes de partir de Cuba, Silvio Rodríguez me permitió ir a su estudio y grabar un demo con lo que estaba haciendo en ese momento. Una vez en Norteamérica, además de fregar platos, tuve la suerte de que un productor importante se fijara en mí y me llevara a una disquera para ofrecerme un contrato. Me daban cinco millones de dólares por cinco años, con la única condición de que “saltara” y me quedara a vivir en Estados Unidos.

Como cada hombre es de donde le toca y no de donde quieren que sea, no pude aceptar, pero sí asimilé unos consejos que me dio aquel productor. Él me dijo que los tipos sin dinero y sin demasiada voz, como yo, necesitaban buscarse su propio lugar en el espacio y descubrir su verdadera identidad. Me aseguró que cuando diera con eso, triunfaría.

Un día me invitaron a un concierto de Prince y, sobre el escenario, veo que entra un carro morado y se bajan dos tipos que empiezan a hablar junto a la música. Ahí descubrí el rap y entendí que por ese camino estaba la solución a mi problema de la voz y también la clave para dar con mi identidad.

Regresé a Cuba y pude traer algunos instrumentos para empezar de cero. Sin embargo, recuerdo que le dije a mi mujer que no iba a cantar más y que, en cambio, me dedicaría a trabajar para otros, haciendo música para cine, teatro, televisión y tal vez alguna que otra producción.

En ese estado me encontraba, medio deprimido, cuando un día escuché a Adriano Rodríguez, quien vivía muy cerca de mi casa, cantar una rumba y eso me “despertó”. Me fui para mi antiguo barrio de San Leopoldo y conecté de nuevo con el niño que fui, lo cual me ayudó a pensar en algo completamente diferente a lo que había creado hasta entonces.

Me metí en el estudio, escribí las primeras canciones mezclando rap con esa onda de funky, R&B y algo de rock, a lo que luego le incorporé las raíces cubanas del son, la conga o la rumba. El resultado fue que seis meses más tarde había hecho Black Angel (1999), mi primer disco en solitario, el cual terminó vendiendo 600 mil copias y fue elegido entre los mejores del año de World Music en Europa.

Aquello fue un éxito grande, y en el proceso estuvo no solo Adriano, sino el gran cantante Carlos Embale, junto a quien tuve la oportunidad de grabar por última vez antes de su fallecimiento.

De ahí se desprendió Blen-Blen, un tema que se puso muy de moda en las listas europeas. Tanto fue así, que un día me llamó un amigo desde los Alpes suizos y me puso el celular en altavoz para que escuchara que lo estaban poniendo allá arriba, adonde la gente iba a esquiar.

Hábleme de su relación con Adriano Rodríguez

Edesio junto a Adriano Rodríguez, una de las personas más importantes en su vida personal y profesional. Foto cortesía de Edesio Alejandro.

Por cosas de la vida, me mudé hacia la casa en donde vivo ahora, en Alamar, y tiempo después llegó Adriano para convertirse en mi vecino de al lado. Desde que aterrizó aquí tuvimos un vínculo cordial, pero lo que más me llamaba la atención era que cantaba desde el amanecer hasta la noche: boleros, trova, óperas y todo tipo de canciones.

Aquello provocó que me interesara en conocerlo más y un día fui a verlo y le pregunté quién era él. Me contó de su carrera en la trova y de pronto caí en cuenta del hombre que el destino colocó tan cerca de mí.

Aunque mi generación no era la que más conocía a gente de esa época, fue inevitable recordar a una persona que había sido nada menos que la voz acompañante detrás de grandes dentro del movimiento de la trova tradicional cubana, como fueron Sindo Garay o Dominica Verges.

Adriano era una enciclopedia de la música y de la vida, algo que nos convirtió en amigos casi de inmediato. En el peor momento que he pasado, él estuvo ahí y fue mi salvador. Desde entonces y durante 25 años fuimos como padre e hijo.

Cuando él murió en 2015 me quedé sin alma, no supe qué hacer. Sentí que no tenía sentido sustituirlo y eso significó el final de un proyecto que nació y dejó de ser porque él estuvo ahí.

¿Qué ha ocupado su tiempo en el último lustro?

Después de la partida de Adriano, decidí dedicarme a apoyar a mi hijo Cristian, cuya carrera estaba en ascenso. Hasta ese punto había tenido un buen recorrido y consideré que era más importante unirme a su equipo desde la retaguardia, como manager, productor y socio, antes que reinventarme de nuevo y hacer algo más.

Además, juntos tenemos el proyecto Por tu amor, en donde nos dedicamos a ir por escuelas, hospitales o centros de trabajo con nuestros propios recursos y compartir no solo el arte, sino las lecciones que hemos aprendido sobre la importancia del amor.

Así hemos encontrado una manera de intentar rescatar los valores que se han perdido en nuestra sociedad y, personalmente, lo siento como una forma de pagar cualquier fallo que pueda haber cometido en mi recorrido por la vida.

¿Cómo entiende la influencia de su obra en el cine cubano?

La música en el cine necesita su espacio. Generalmente, el cine cubano es muy verbalista y considero que es una manera válida de hacerlo, pero también sería bueno intentar que la partitura tenga más protagonismo en el conjunto general y no solo sea un apoyo.

Tampoco es siempre acertado utilizar a cualquier músico para escribir para un filme, pues no todos saben adaptarse a ese rol y a veces hay quien crea pensando más en el destaque de la pieza que en su capacidad para meterse “por debajo” en cierto punto. La música para cine debe ser humilde y servir para sostener la escena, pues, aunque tenga su momento para brillar, nunca ha de perder su coherencia.

¿Dónde yace el secreto del éxito?

La fórmula que he seguido siempre es, metafóricamente hablando, la de coger un bate y tirarles a todas las pelotas que han pasado por delante. Desde que hice mi primer trabajo profesional, a los 16 años, me he ponchado; otras veces me ha salido un jit y también he dado algunos jonrones con las bases llenas.

Aunque siempre fui selectivo, me vinculé a todos los proyectos que me interesaron, y creo que por ahí fue que tuve éxito: de tantas veces que lo intenté, varias terminaron saliéndome bien.

Hay proyectos que, desde que tú los concibes, sabes que tendrán más alcance que otros. Hay muchas cosas que he hecho sabiendo que no serían duraderas, pero fueron partes de mi obra y estoy orgulloso de ellas. No obstante, he tenido la bendición de “poncharme” pocas veces, incluso desde joven.

Al final, la vida es una sucesión de la propia acumulación de las cosas que uno va haciendo. Con lo que haces hoy te vas preparando para mañana. Esa es la clave. Uno tiene que estar listo para hacer lo que venga y yo nunca me he detenido.

Crecer en una zona como San Leopoldo es del tipo de cosas que no se olvidan ¿Cómo logró liberarse de esa influencia y encaminarse por otra vía?

Yo soy músico desde que tengo 11 años, cuando hice un grupo de rock en el barrio. A los 13 entré en el Conservatorio, y años más tarde me llamaron para una obra en el Teatro Martí. Sin embargo, no siempre las cosas fueron tan sencillas.

Fui un muchacho de la calle que creció en el barrio de San Leopoldo. En aquel ambiente marginal yo era un personaje más, y a pesar de que mi madre luchó muchísimo por sacarme de ese mundo, terminé convertido en una suerte de delincuente juvenil.

Cuando descubrí verdaderamente la música, logré coger otro camino y pude salvarme del futuro no tan prometedor que me esperaba. No exagero cuando digo que actualmente la mayoría de mis amigos del barrio están presos o han muerto, ninguno de ellos por causas que uno consideraría como naturales.

¿Qué pasó con sus estudios de guitarra?

Una vez en el conservatorio, me enamoré de la música de conciertos y mi vida cambió. Nunca dejé de tocar rock y hacer la música a mi manera, pero ese momento inicial fue el de dirigir una orquesta y conducirla con mi guitarra. No obstante, aquello no pudo ser.

Me gradué en 1978 de la Amadeo Roldán y, aunque mi maestro me recomendó como guitarrista para la agrupación de conciertos, no me dieron la plaza. En cambio, sí me mandaron a hacer el servicio social en Pinar del Río como profesor, una cosa que siempre he detestado.

Durante ese lapso tuve otra mala experiencia cuando no me avisaron para participar en el prestigioso concurso Tárraga, con sede en España. Resulta que llevaba tiempo preparándome para ello, y cuando hicieron la prueba para elegir al cubano que viajaría hacia allá, nadie me dijo y quedé fuera.

Otro factor que me jugó en contra fue el cambio de profesor que tuve en el ISA, en donde estudiaba a distancia. Un buen día, mi maestro Flores Chaviano, instructor mío por varios años, decidió irse del país y su sustituto quiso cambiar todo lo que él había hecho. Yo le propuse montar una obra y ver quién era mejor entre los dos, pero finalmente continuó con sus métodos y un buen día guardé mi guitarra, me fui y no toqué más nunca.

El teatro fue un espacio fundamental en su formación ¿Qué lo llevó hasta ahí?

Siempre digo que lo malo que me ha pasado ha servido de impulso para hacer las mejores cosas de mi carrera. Todos hemos tenido momentos en que nos han roto las alas del corazón, pero hay que saber levantarse y seguir. De lo que se trata es de saber escuchar las señales de la vida.

Visto lo visto con la guitarra, tras terminar mi servicio social me negué a seguir dando clases y, como consecuencia, me declararon desertor del sistema de educación nacional. Por suerte, como ya yo conocía a la gente del Rita Montaner, debido a obras previas en las que habíamos compartido, me fui hasta allá y me contrataron como asesor musical.

Allí, además, dirigí espectáculos teatrales y hasta tuve cierta formación como actor que posteriormente me serviría muchísimo.

En resumen, fue una experiencia increíble que me enseñó a “ver” la música y a partir de la cual ya pude ser capaz de imaginar y crear espacios creíbles y coherentes desde cero. El teatro me formó como artista y terminó dándome la idea general de mi primer grupo oficial.

¿Por dónde empezó su relación profesional con el cine?

Después de un tiempo en el teatro, yo me sentía con ganas de incursionar en el cine. María Elena Ortega, quien trabajaba en análisis dramatúrgicos de las películas, sugirió mi nombre a varios directores, pero siempre sucedía que ellos escogían a alguien más y mi oportunidad no llegaba.

Fernando Pérez estaba a punto de dirigir Clandestinos, que sería su primer largometraje, y tanto María Elena como Sebastián Elizondo, primer asistente de dirección de la película y amigo mío, mencionaron a una persona que podría encargarse del trabajo, pero Fernando les dijo que ya tenía a alguien en mente y no necesitaba sugerencias. Un día, él les dijo a los dos que los llevaría a casa del músico, y cuando llegaron a donde yo vivía, ambos le intentaron reclamar y él contestó: “es que nadie me dijo cuál era el nombre”.

Yo vi el primer corte de Clandestinos en un reproductor Betamax, medí los tiempos que entendí que llevaban música y, luego de repasarla ocho o diez veces, pasó algo insólito hasta entonces para mí: sentí que la película me dictaba la melodía. Mi cerebro, a través de los ojos, metió toda esa información en la interfase y así surgió todo. Recuerdo que me fui para el Festival de Música Electroacústica de Varadero y llevé para allá el televisor con el video y un sintetizador. Me metí adentro y logré escribir la partitura en poco más de una semana.

Hubo una cosa que hice conscientemente en ese filme y fue mezclar a la sinfónica con sintetizadores y rocanrol. Mi intención fue la de cambiar la sonoridad de la música para cine en Cuba, no porque hasta entonces se hubiera hecho mal, sino porque sentí que debía hacerla distinta a los precedentes que existían en aquel momento.

¿Cómo ve la música popular cubana de hoy?

Hace mucho tiempo siento que la música se está deteniendo, pero no es cosa de ahora. Durante varios años estuvimos cerrados al mundo y nos desarrollábamos cada uno como podíamos y éramos muy creativos. De pronto nos abrimos al mundo y empezamos a hacer música que se parecía a cualquiera. Incluso costaba diferenciar a las orquestas por su sonoridad, salvo algunas excepciones. Esto pasó porque al intentar llegar al resto del mundo, a unos les dio por imitar a los que más sonaban o vendían, y en ese camino dejaron de sonar particulares y personales.

Lo que quiero explicar es que yo encontré ese éxito tan grande cuando hallé mi sonido y mi estilo, lo cual te indica que sólo podrás trascender y ser universal si eres fiel a ti mismo y a tu idiosincrasia.

¿Cuál es su postura en torno al reggaetón y otros géneros urbanos?

No creo que el reguetón sea malo, sino que lo hacen mal. La gente dice que el ritmo es igual, pero por ahí te das cuenta de que cada género tiene eso mismo también: el son, el rock, la conga y todos los demás cuentan con características que, evoluciones aparte, mantienen su esencia en los temas.

¿Qué le pasa al reguetón? Que casi todos usan los mismos tres acordes y la melodía apenas varía, lo cual provoca que casi no se diferencien entre ellos. Creo que el llamado cubatón ha hecho algo más interesante en ese sentido.

Lo que sí realmente veo mal de estos géneros urbanos es el mensaje. Personalmente, yo digo muchas “malas palabras”, pero lo hago en determinados círculos de confianza porque en la vida hay que saber adaptarse y tener una ética, por eso es que, a pesar de que siempre quise poner alguna de esas “palabras” en una canción, jamás lo hice. Lo más “malo” que logré insertar en un tema fue un coro para una pieza en la película Hacerse el sueco, en donde dice: “…qué mala se está poniendo la cosa, qué mala se está poniendo. Ay, coño, qué mala está”.

Uno oye esos temas y pudiera parecer que ahora a las mujeres les gusta ser agredidas y avasalladas. No entiendo el disfrute en eso. Uno puede hacer una canción y sugerir mil cosas en ella de forma implícita sin llegar a ser vulgar. Lo peor de este fenómeno no es solamente los que lo hacen, sino la cantidad de gente que lo consume.

¿Qué significa ser parte de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos?

Edesio es miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Foto tomada de su perfil en Facebook.

Presenté mi currículum a la Academia cuando me lo pidieron y meses después me enteré de que había sido propuesto para ese estatus. Actualmente soy miembro votante dentro del Departamento de Música, el grupo más pequeño (alrededor de 300 personas) y selecto de todos. Eso me da el derecho de votar no solo en ese apartado, sino también en el de mejor película en cada edición de los Premios Oscar.

Cuando se celebró la ceremonia de iniciación de nuevos miembros, declaré que aquello era un tremendo compromiso y honor, sobre todo porque jamás soñé con llegar ahí, donde están los más grandes músicos de cine de todo el mundo. Además, como cubano y latino, entendí que era una posibilidad de darle diversidad a la elección en un momento en que es más necesario que nunca antes.

Cada año me ocupa un tiempo enorme porque debo ver decenas de películas con la intención de conocer los candidatos y poder votar por la que me parezca mejor. Es un reto grande, pero lo hago con placer.

¿En qué sentido se diferencian los músicos cubanos de sus colegas del resto del mundo?

Existe un falso concepto, difundido incluso por músicos extranjeros, de que los cubanos somos los mejores del mundo. La verdad es que en todas partes hay gente brillante, incluida Cuba, pero no hay nada que nos haga superiores.

Los músicos tenemos una forma distinta de ser y contamos con la posibilidad de hablar un mismo idioma, hecho que no nos convierte para nada en seres superiores, pero que sí nos da una perspectiva distinta a la del resto. Nuestro arte es un medio de comunicación muy importante y ese es un don de todos. Puede decirse que hay quien trabaja más o menos o tiene una “suerte” que le permite una carrera más reconocida, pero al final estamos en igualdad.

Eso sí, hay que decir que la música cubana está entre las más reconocidas del mundo. El son, por ejemplo, es un género tradicional que ha llegado a tener una influencia mundial, algo de lo que no puede valerse, por la razón que sea, otro tan ancestral como es la polka, que es igual de buena o tan difícil de hacer como el mismo son. La gran diferencia es que el sonido cubano ha logrado hacerse más internacional. Más nada que eso.

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5 Comentarios

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  1. Un muy buen musico al cual admiro mucho y soy seguidor de sus canciones y composición

  2. Excelente entrevista, muy realista y digno de reconocer que el es grande, sacrificado y muy dueño de su arte, como todo cubano a luchado por salir adelante y sus logros significan abnegación por su trabajo, ahí está el resultado, felicidades a Edesio Alejandro, recuerdo una vez en la Escalinata que se le borro toda sus partituras de la música que tenia para ese día y el pidió un carro para que lo llevarán a su cada para recuperar las y poder hacer su concierto, mal día aquel, conozco muy de cerca quien lo llevo.

  3. FELICITACIONES, para Edesio
    Me gusto mucho la publicación.
    Me gusta su música
    GRACIAS

  4. Muy sugerente la entrevista con preguntas y respuestas inteligentes y sabias. Edesio talentoso músico y atento con los periodistas. Una vida que ha afrontado con pruebas difíciles pero ha tenido la ayuda de Dios. Músico muy esforzado y con resultados meritorios. Yo le deseo salud y que el trabajo junto a su hijo tenga parabienes. Un abrazo sincero🌸

  5. No conozco personalmente a Edesio, pero si su trabajo musical y siempre lo he calificado de una excelente calidad. En cuanto a su hijo Cristian, no me pierdo cada jueves el programa En Zona. Es de lo mejor de ahora en nuestra televisión. Evidentemente tiene de asesor a su experimentado padre. Felicitaciones para ambos. Les deseo salud y éxitos.

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