Ejercicio casero: Día 32

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Foto tomada de Esto no es arte.

Ahora, tan cerca y tan lejos de todo, pienso en esto. Porque todavía no he podido salir de la cama, y ya se me agotan los argumentos…

Me gustan las mujeres que van a la batalla o a la fiesta con el mismo cuerpo, mujeres reales que no le temen al crecimiento feliz de su abdomen ni al agrietamiento de sus muslos por el tiempo; las que se comen un pan y se embarran la boca, y eructan si les parece. Hay algo bueno en una mujer que no le teme al tiempo y sabe que el cuerpo envejece y muere y que debe darlo por hecho, y sabe que en la vida hay cosas mejores: contar nubes, hablar de sabios griegos. Me gustan las mujeres que aman a los hombres por sus mentes y no por la circunferencia ampliada de sus bíceps ni por la enarcadura perfecta de las cejas ni porque otras mujeres más torpes y sucedáneas amaron antes a ese mismo hombre sin preguntarse por qué. Hay pocas cosas más tristes que una mujer enamorada de un hombre intrascendente.

Las mujeres que me gustan ven en el cuerpo un medio para disfrutar el sexo y no interponen el cuerpo en el acto poético del sexo. Por eso son mejores esas mujeres que me gustan: porque no saborean un pene con la plasticidad estúpida de las actrices porno, sino con los mismos ademanes que usan para comerse un pan sin que les importe embarrarse la boca. Esas mujeres reales y conscientes de que sus cuerpos están llenos de gases, líquidos y olores no tan placenteros, siempre amarán mejor y reinventarán el sexo porque se darán con humildad tremenda y sin intentar coreografías tontas. Y por ser mujeres inteligentes esas que me gustan, mujeres que no fingen el amor para poder disfrutar de este, expondrán su esencia porque igual, mujeres como las que me gustan solo podrían estar con un tipo como yo que las entienda. Como entiendo y sé, por demás, que esas mujeres que no me gustan las he tenido a mi lado y llegaron como las mareas para irse luego y dejar apenas la espuma. Las mujeres que no me gustan siempre piensan que para excitar a un hombre deben ponerse una tanga sexy y de encaje, roja preferiblemente, y desfilar semidesnudas con la luz encendida más para mostrarse que para mostrar. A esas mujeres en realidad no les preocupa lo que uno siente porque lo que debe ser perfecto, piensan, no es su habilidad para excitar a un hombre sino los mecanismos pueriles para hacerlo. Por eso no me gustan esas mujeres: jamás se comerían un pan conmigo a las dos de la madrugada ni les daría igual que, al menos por un tiempo, la barriga les creciera solo por estar feliz y por vivir la vida entera y no de pedacitos. Tampoco entenderían que el sexo es una trama, un contacto argumental entre esos mismos cuerpos que, mientras se aman, inevitablemente están muriendo.

Así, tenemos que no me interesa una mujer con senos planetarios, caderas abiertas como ensenadas ni con nalgas para la discordia… Amo las mujeres con defectos. Hay pocas cosas más trascendentes que el relato corporal de una mujer que ha vivido.

La mujer que me gusta es difícil de encontrar porque la llevo dentro y se la pongo a cualquier muñeca con un par de piernas y brazos, con senos mínimos como uvas. Pero el tipo de mujer que me gusta no entendería nada de esto ni le importaría. Y por ser ella tan genuina, tan natural y única, por estar tan de acuerdo conmigo, leería este ejercicio doméstico, se lo guardaría en el bolsillo o entre las piernas, y seguiría de largo…

PD: Si quieres leer las entradas anteriores, puedes hacerlo aquí.

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