Esta cubana es la tramposa más célebre en la historia del atletismo

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Rosie Ruiz. Foto: Boston Globe.

Es 21, tercer lunes de abril de 1980, y en Boston es día de maratón. Nadie imagina que, a partir de esa fecha, el icónico evento sumará otro hito a su historia, aunque no será uno del cual se sentirán particularmente orgullosos.

Tras el disparo de salida, el primero en cruzar la meta es el estadounidense Bill Rodgers, con marca de dos horas, doce minutos y once segundos, un tiempo descomunal para la época. No obstante, a pesar de este increíble registro en la prueba masculina, lo que sorprende a todos es que después de él, la siguiente persona en cruzar la meta es una mujer.

Vestida con una camiseta amarilla que ponía “M.T.I” en letras azules y unos shorts blancos, la casi desconocida, identificada con el 50 como número de inscripción, se anotó el increíble crono de 2:31.56, gracias al cual, en ese instante, se convirtió en nueva recordista femenina para la célebre carrera norteamericana.

El comentarista de la televisión local atinó a decir entonces: “¡A la derecha, Rosie Ruiz de Nueva York! ¡Qué sorpresa! Nadie se había fijado en ella en los controles ¡Nadie había pensado en ella cuando empezó la carrera! ¡Una completa extraña para los expertos!”.

Luego se conocería más sobre esa mujer. Tenía 26 años de edad y trabajaba como secretaria en “La Gran Manzana”. El derecho a competir en la exigente prueba se lo había ganado un año antes al cruzar la meta del maratón neoyorquino, su única experiencia previa, de ahí que ni ella misma se creyó la hazaña, cuando en la lid bostoniana mejoró su anterior y único registro en 25 minutos y, como consecuencia, recibió la corona de laurel y la medalla dorada que la acreditaban como ganadora de uno de los eventos más duros del planeta en esa modalidad.

El primero en dudar fue el propio Rodgers, rey de la ruta varonil. Le pareció muy extraño el mínimo cansancio apreciable en ella cuando la vio llegar a la línea final. Hasta allí arribó sin siquiera mostrar marcas de sudor en las axilas, algo imposible para alguien que, supuestamente, había cubierto bajo el sol primaveral de la costa este un tramo de 42 kilómetros y 195 metros.

“Ella tenía sus mangas bajas, no levantadas como la mayoría de nosotros, quienes hacíamos eso para poder transpirar y refrescarnos… y ella ni siquiera estaba sudando”, contó Rodgers en 2019 a WBZ, emisora sucursal de CBS en Boston.

Las sospechas siguieron cuando la ex atleta, Katherine Switzer, entrevistó a la campeona después de la premiación. Entre estornudos nerviosos, Rosie contestó a las preguntas de la experimentada y galardonada corredora. Las alarmas se encendieron definitivamente cuando Switzer la interrogó acerca de los intervalos y la muchacha respondió que no sabía nada de eso.

En un tiempo en que no existía el monitoreo digital de los corredores, los oficiales de la justa debieron comenzar a investigar detalladamente tras las sospechas sobre la inadvertida campeona. Miles de fotos pasaron delante de sus ojos, pero el rastro de la joven de amarillo no apareció.

Ocho días después de la competencia salió a la luz el escándalo: Ruiz jamás corrió el maratón, sino que cortó camino y se unió a la carrera una milla antes de la meta, razón que explicaba la ausencia en su cuerpo de los estragos físicos naturales tras semejante esfuerzo.

Hurgando en su pasado, los jueces deportivos se dieron cuenta de que, en el ’79, Rosie tampoco había jugado limpio. Esa vez el atajo había sido a través del metro, según contó después la fotógrafa Susan Morrow, testigo ocular. Sin embargo, como en aquella ocasión no resultó vencedora y, además, alegó tener una lesión de tobillo, nadie reparó en la irregularidad. Pese a ello, su historia de —falsa— superación conmovió a un mecenas que le pagó el viaje a Boston para que siguiera cumpliendo su maratónico sueño.

Lo que la delató en esta última ciudad fue, entre otros elementos, el testimonio de unos alumnos de Harvard que recordaron haberla visto salir de la multitud circundante para meterse en el circuito a la altura de Kenmore Square, aproximadamente a una milla del final de la carrera.

En una entrevista concedida a CBS por esos días, al ser cuestionada por el periodista sobre si dudaba haber corrido en la célebre prueba, ella lo negó, diciendo: “no hay dudas en mi mente. Yo sé lo que hice y lo probaré de nuevo en el futuro”.

El veredicto final fue anunciado por el entonces director del maratón, Will Clooney, quien se presentó en una conferencia de prensa y declaró: “hemos investigado todas las posibles facetas y hemos llegado a nuestra decisión sin malicia hacia persona alguna”, tras lo cual procedió a otorgarle la corona a la verdadera vencedora, la canadiense Jacqueline Gareau (2:34.28).

Años más tarde, Rosie confesó a una persona cercana que, al cometer el “crimen”, nunca tuvo la intención de ganar la carrera. “Ella no sabía que las primeras chicas de la competencia aún no habían pasado, su intención solo era cruzar la meta, llegar. De hecho, se sorprendió mucho cuando la señalaron como ganadora”, confesó esa persona.

A pesar de lo anterior, Ruiz demostró ser reincidente en sus intentos de hacer pasar gato por liebre, pues en 1982 fue arrestada por robar efectivo y falsificar cheques en la compañía de bienes raíces en donde estaba contratada. Al año siguiente, volvió a ser apresada al tratar de venderle cocaína a unos agentes encubiertos.

Durante las próximas décadas, intentó mantenerse lejos de los medios, que quisieron seguirle la pista con tal de averiguar si había iniciado una vida honrada. Por el camino supieron que había nacido el 21 de junio de 1953 en La Habana y que había llegado a Estados Unidos con 8 años. Separada de su madre desde pequeña, vivió con primos y otros familiares lejanos en Florida. Posteriormente, estudió música, fue maestra de piano y se graduó de esa materia en el Wayne State College de Nebraska.

En 1977 se mudó a Nueva York y quedó encantada desde el principio. No obstante, tras el fiasco del maratón, regresó al soleado estado sureño y allí consiguió trabajó en el Laboratory Corporation of America y después en Better Business Bureau, en donde se desempeñó como contadora, notaria y agente inmobiliaria, entre otros roles.

Tras conocer a su gran amor a finales de los 80, se casó, tuvo tres hijos a lo largo de 26 años de relación y cambió su nombre a Rosie M. Vivas. Su vida terminó antes de lo esperado, cuando el 8 de julio de 2019 falleció a los 66, luego de una década de batallar contra el cáncer.

El principal legado de esta aspirante a corredora fue el término “hacer un Rosie”, con el cual los deportistas se refieren a aquellos que se desvían de la ruta establecida para terminar antes la carrera.

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