Eustaquio Reemberto, Yamilka y Usnavys: Cuba y sus nombres propios

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Imagen: Cubalite.

Elegir un nombre no es algo que deberíamos tomarnos a la ligera. Ese sustantivo propio que funcionará como seña de identidad constante para cualquier persona, es una suerte de tatuaje que, para bien o mal, llevaremos a todas partes.

Antes de que nazca un bebé, habrá una pregunta que flotará en el ambiente con la misma sutileza con la que lo hacen los inspectores en La Cuevita. “¿Cómo le pondrán a la “cría”?”, será la interrogante que, en ocasiones, podría tener una respuesta preconcebida.

Por ese motivo, nos encontramos con personas que desde el día en que sus padres descubrieron el embarazo, fueron “etiquetadas” con el mismo apelativo de su abuelo/primo/tataratío, quien se llamaba Eustaquio Reemberto. Existen otros casos más complejos: conozco uno en el que la imaginativa madre decidió llamar “Lacandela” a su futura hija (no llegó a concretarse gracias al sentido común de una trabajadora del registro civil).

En Cuba hemos pasado por diferentes etapas a la hora de denominar nominalmente a la gente. Si nos remontamos al siglo XIX, e incluso antes, notaríamos la omnipresencia de los nombres compuestos, donde solían mezclarse el santoral católico, los antepasados y algún antojo materno. Era común, entonces, encontrar a María Gúdula Francisca Epifania de las Mercedes Velazco y López, o a un Gilberto Alderico del Niño Jesús Aldama Valdés.

Tales “pastiches”, que tenían tanta coherencia como algunos versos de Ricardo Arjona, siguieron apareciendo hasta que llegó máximo de dos nombres por persona, una medida para evitar que los documentos de identidad tuvieran que ser plegables.

No obstante, perduraron verdaderas combinaciones estelares como Felisa Consolación, Emeterio Justino, Pastora Genoveva, Reencarnación de Jesús o Librada de la Inmaculada Concepción.

En la etapa post revolucionaria, la situación fue tomando otro cariz. Con la oleada “sovietizante”, que incluía hasta clases radiales de ruso (las famosas Ruski Pa Radio), los cubanos dejamos de ser Eduardo, María o José, para comenzar a sentirnos Yuri, Katiuska, Liudmila y Alexéi.

Lo mejor del caso eran las fusiones entre pasado y presente, las mismas que produjeron frecuentes sesiones de “chucho” en la escuela. Era normal en aquel entonces que unos cuantos se vieran obligados a esconder la rara dualidad de llamarse Lenin Jesús, Gladys Zvarevska, Boris Lázaro o Amanda Pávlova.

Pasada ligeramente la euforia importada desde el Este de Europa, llegaron los años 80 y, entonces, nos dimos cuenta de que lo peor estaba por llegar. Al parecer, por aquellos años la población del archipiélago decidió tomarse muy en serio lo de la “generación Y”, y ese fenómeno produjo una vorágine de creatividad a la hora de inscribir a los niños.

Sucedió, pues, que la prima griega de la inocente “i” latina, se robó el protagonismo en los pases de lista. “Yamileisis, Yordan, Yhessica, Yurima, Yoauxuander, Yoisy…”,  bien podría haber sido la seguidilla de cualquier profesor de la época, aunque la verdad es que la tendencia perdura aún en estos tiempos.

Pese a que, al menos yo, noto cierta merma de los “ya-ye-yi-yo-yu”, no se pierden las nuevas alternativas. Tenemos una muy curiosa como Dayesi (“Sí” en idioma ruso, inglés y español, por ese orden) y otra de singular belleza, como el “exótico” Sisielsinay, versión invertida de un “exitazo” como Yanisleisis.

Pero no sólo en la “Y” nos quedamos ¡Qué va! Razón le sobraba a Máximo Gómez cuando dijo aquello de que nos quedarnos cortos, o nos pasamos media milla. Dos de los ejemplos más ilustrativos de la “creatividad” en la Mayor de las Antillas son los del  talentoso lanzador camagüeyano Vicyohandri (Odelín), y el de Yotuel (Romero), integrante del popular grupo Orishas.

El deporte es uno de los campos en que han llegado los aportes más notables. Tenemos por ahí nombres como Driulis (González), Marlenis (Costa), Yumilka (Ruiz), Laina (Pérez), Leuris (Pupo), Loidel/Laidel (Chapellí), Yipsi (Moreno) o Jeinkler (Aguirre) por sólo citar una pequeñísima fracción del enorme arsenal de originalidades que se conjugan en el Cerro Pelado y otros componentes del sistema deportivo nacional.

Seríamos injustos si dejáramos de mencionar algunas “joyas” inolvidables como Usnavys (US Navy), Onedollar (One Dollar) o Danyer (Danger), Mileidys (Milady) o Leidy Diana (Lady Diana).

Tras un repaso por todo lo anterior, hay que dedicarle un tiempo al orden de cosas actual. Hoy es bastante notable ese patrón que va de escoger nombres sofisticados y extranjeros para llamar a los “chamas”. Por eso es que los tenemos de “último modelo” como Estefan/ie, Melanie, Bryan, Kevin, Samantha, Vanessa, Alma, Aitana, Bianca, Katherine, Valeria, Christian, Christopher y Tiago… y luego están otros mucho más imaginativos, como Blue (azul en inglés), Índigo (variante del azul), o Whiskey (no necesita explicación, ¿cierto?).

Si la cosa sigue así, es casi imposible predecir cómo llamaremos a nuestros futuros descendientes. ¿Serán nombrados al estilo judeo-cristiano, o imitando al coreano o el turco? ¿Surgirán variantes más “modernas” que dejarán sin pelos a los funcionarios del carnet de identidad?

Yo, por si acaso, ya tengo decididos los de mi prole: Niño 1, Niño 2 y Niño 3. Cuando sean mayores, que elijan ellos.

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