Falso 9: Suspensión

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El “falso nueve” es, generalmente, un tipo que fue desnaturalizado porque otro de mayor jerarquía lo necesitó de esa forma. Es esta una columna en la que leerás sobre las desfiguraciones que supone el fútbol. Quizás leas en ella todo lo contrario: nunca se sabe dónde acabará un “falso nueve”.

La historia siguiente ocurrió hace unos días en el partido entre Genoa y Hellas Verona: Mattia Destro agarró un balón cerca de tres cuartos de cancha, corrió buscando el área, enganchó a un defensor hacia la izquierda y, ante la salida del arquero para achicar, definió por encima de este con un toque sutil. Todo ello con una botella de agua en la mano. La jugada tenía cierta ergonomía barrial; el Destro que se desplazaba con el pomo, bien podría haber sido el mismo que, tiempo atrás, usaba los contenes de las aceras para hacer una pared y dejar en el camino a un rival. Lo del pomo de agua, en este caso, quizás funcione como un llamado de atención irreprochable: el fútbol moderno sigue siendo –todavía– un procedimiento más suburbial que purista, menos delicado que vulgar.

Las imágenes del gol de Mattia se viralizaron en cuestión de minutos. Suele suceder con situaciones extemporáneas o paroxísticas. Sobre todo, paroxísticas. Esa acción cubría ambos límites: una carrera con conducción de balón que parecía salida de un partido de 1903, cuando todavía la servidumbre, “la moral y las buenas costumbres” no habían llegado totalmente al deporte, y tal vez a nadie le pareciese raro que un futbolista iniciara un sprint con un pomo en la mano; encima, fue el gol de la victoria del Genoa (con remontada incluida). Poco, en cambio, trascendieron las declaraciones del delantero al finalizar el juego: “me di cuenta de que en ese momento tenía una botella de agua en la mano, pero realmente me costaba entender dónde podía tirarla. Había pedido una en el banquillo, mientras el partido se había trasladado a nuestra mitad del campo. Luego, sin embargo, se fue de repente y yo me dije: ‘¿Tirarla a la cancha? No’. La sostuve en mi mano y en un momento el juego se movió hacia nuestro frente y así fui a anotar mientras la mantenía conmigo ¿El próximo objetivo? Sin un zapato podría hacerlo, pero pensaré en algo aún más extraño”. Frases similares a esa última oración, con tono a medio camino entre la comicidad y la extravagancia, se vuelven bastante comunes entre los jugadores que van en caída libre pero les cuesta asumirla (un caso ejemplar podría ser el de Balotelli, quien, al ganar el Golden Boy en 2010, casi al inicio de su carrera, soltó: “solo hay uno que es un poco mejor que yo: Messi”).

Destro lleva años en estados distintos de decadencia, como si esta última, en verdad, pudiera dividirse en períodos de declive y de regresión, como si el declive en sí no fuera bastante supremo y necesitase lapsos, cada uno menos doloroso que el inmediatamente superior. En 2012, cuando irrumpió en la selección italiana luego de una temporada con el modesto Siena, muchos hablaron sobre él con los términos burdos que se emplean al referirse al futuro. Solo ha estado en 8 partidos con la Nazionale. Anotó una vez. Tuvo momentos de regularidad en la Roma y en el Bologna. Fracasó en el Milan. Parece recuperar las maneras en el Genoa. “Parece” igualmente es una palabra burda, si se quiere. Al menos acaba de marcar un gol como si se moviese desprejuiciado dentro de un juego con menos engagement y menos social: el típico fútbol silvestre de niños “todocampistas” que persiguen una gloria, cuando más, municipal. Un leve instante de suspensión dentro de la propia estética del declive.

P.D: Si quieres leer otras columnas publicadas en Falso 9, puedes hacerlo aquí.

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