Fragmentos de béisbol cubano (I): Veinte años atrás

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Hace casi veinte años (no sé por qué escribo este texto), aparecía “chiqui” Darcourt en el documental Fuera de Liga, golpeando bolas de billar. Minutos después, explicaba que sus camisas habían sido partes de soluciones de problemas. Hace casi veinte años, Kendry Morales (en esa época todavía no era “Kendrys”), en su temporada de debut, se miraba al espejo y luego advertía que veinte años después quería volver a ver aquello. Hace casi veinte años, “el Duque” triunfaba en Nueva York y Arocha tenía su academia en Florida. Dos señores, sentados frente al Capitolio, se auxilian de la gramática oficial en cuatro palabras: “el dólar los venció”. Otros, en el Parque Central, decían sentirse orgullosos del Duque; en ese mismo frame aparecía un hombre, a la extrema derecha, que apuntaba que también estaban orgullosos de Pacheco.

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Hay un desconsuelo formidable en Fuera de liga. Y no me refiero a la parte en que Enriquito llega al banco después de cometer aquel error ante Pinar del Río. Hay cierto desconsuelo en la cara de Anglada cuando dice que mañana debuta como manager y que mañana también es su cumpleaños. Hay desconsuelo en el campo de entrenamiento de la academia a donde mandan a practicar a Industriales. Hay desconsuelo cuando alguien ve que Kendry conecta un elevado en el entrenamiento, y dice “buen prospecto ese” o algo parecido. Hay desconsuelo en los ídolos que parecen desconsolados porque el desconsuelo es, por lo general, una materia automática.

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Esta tarde he googleado “Yobal Dueñas”. Hace veinte años tenía varios recortes de Granma y Juventud Rebelde sobre Yobal Dueñas. La posición de Yobal en el home plate era única: no se inclinaba apenas, agarraba el bate con los brazos ligeramente estirados. Siempre he admirado esa estética de béisbol antiguo (Babe Ruth, esbelto, casi en reposo, con deseos de llegar al dugout lo más rápido posible). Por aquella época también tenía fotos de Reinier Yero, un cátcher que conectaba enormes batazos, pero tomaba el bate de forma extraña. Se ponchaba bastante también.

En lo que estaba: los resultados de Google al buscar “Yobal Dueñas” (nota: los tuyos pueden ser distintos; influyen en ello múltiples variables):

“Hijo del pelotero cubano Yobal Dueñas es arrestado en Miami por voyeurismo”.

“Yulieski Gurriel es el mejor pelotero de los últimos 10 años”.

“Hijo del pelotero cubano Yobal Dueñas es acusado de voyerismo por grabar debajo de la falda de una mujer”

“Escogí a los Yankees por la tradición de El Duque y Contreras”.

Moraleja No. 1: nunca te acuerdes de Yobal Dueñas si estás triste.

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En la Mesa Redonda, un directivo explica la nueva estrategia de trabajo para mejorar la calidad del béisbol en Cuba. Menciona cifras de planteamientos. Habla de trabajo en la base. Habla de la nueva estructura. Habla como si pasase de una viñeta a otra: exponiendo puntos. Hace veinte años existían, quizás, otras situaciones, pero, para seguir en la misma línea del señor comisionado:

No

se

iban

del

país

tantos

jugadores…

Moraleja No. 2: El problema del béisbol en Cuba no es esencialmente técnico, ni táctico, sino (para terminar con este punto):

so

cio

gi

co.

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Instrucciones (solo disponibles en YouTube) para seguir triste (quizás triste no sea la palabra) durante más de quince minutos:

  • El giro en la parte baja de la pierna derecha de Yasser Gómez al hacer swing;
  • Los fildeos hacia delante de Reutilio Hurtado;
  • Los tiros a home de Eddy Rojas;
  • El año de novato de Luis Borroto y sus curvas en la zona baja;
  • Los pantalones altos de Luis Ignacio González;
  • Las canas de Carlos Yanes;
  • Las preselecciones de sesenta peloteros.
  • El casi eterno coqueteo de Sancti Spíritus;
  • La curva de Faustino Corrales;
  • Los hits por el centro del terreno de Osmani Urrutia;
  • Los pitchers que tiraban sinker;
  • Los pitchers que tiraban screwball;
  • La aplanadora (volumen I y II);
  • Los conteos de Nelson Díaz;
  • Las rectas de Maels;
  • El extraño caso del jonronero efímero, hijo de Cheíto Rodríguez;
  • Las postemporadas largas;
  • El ponche de Oscar Gil a Cepeda;
  • Los peloteros de los Metros que nunca jugaron con Industriales.

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El béisbol de aquellos años pasaría a la posteridad en un argumento campechano de Lázaro Vargas (búsquenlo en Fuera de Liga, cerca del minuto veinticuatro):

“Aquí pueden batear cuatro mil, tres mil. Si no ganamos, esto es una mierda y todo el mundo es una mierda: desde Rey, que es el manager, hasta el que bateó 400”.

Apliquen una interpretación sentimental: estamos hablando de un hombre que lo ha ganado todo.

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Un día, el padre de un amigo alquiló un juego de la Serie Mundial del 2000. Alguien le había dicho que lanzaba “el Duque”, pero que no nos hiciéramos muchas ilusiones porque “el Duque” no había tenido un gran año. O sea, no había estado como en el 99. El video, en formato EP, para que pudiéramos ver casi todo el partido. El audio, pésimo. De todos modos, era en inglés de la FOX, que probablemente no sea como el inglés de otra cadena, cosa que interiorizaría años después.

A veces los videos se acababan en el octavo. En un momento llegué a aborrecer a Joe Torre. Si traía demasiados pitchers, mi partido, seguramente, se acababa en la parte alta del octavo. El tipo que grababa los casetes no pausaba la grabación entre innings, ni tampoco cuando llegaba la sustitución de algún pitcher. Hubo un tiempo en que podía recitar comerciales de Gillette y Ford de memoria, sin entender lo que decían. En realidad, no odiaba a Torre. Odiaba al tipo que grababa los casetes.

Aquella vez lanzó Roger Clemens.

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Mi abuelo me guardaba los periódicos en los que aparecían fotos de Urgellés en los Metros. Decía que algún día volvería a Industriales. También confiaba en Heriberto Collazo. Nunca me explicó qué le veía, pero yo no quería las fotos de Collazo.

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Nunca sabríamos cuánto habría cambiado la historia del béisbol cubano si muchos peloteros espirituanos de hace casi veinte años no hubiesen llegado lesionados a los play off. De cualquier manera —y quizás ahora mismo no venga al caso—, mi abuelo decía que Yulieski no se iría jamás, porque era hijo de Lourdes. Y Lourdes era el “héroe de Parma”.

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Si pegabas las fotos en una libreta con rayas… al pasar los meses, en las camisas de los jugadores aparecían líneas horizontales. Sucedía con las gomas de pegar líquidas.

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