Inicios del béisbol en Cuba, una guerra entre orgullos

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Esteban Bellán participó en el histórico partido celebrado en el Palmar de Junco. Se convertiría, además, en el primer latinoamericano en jugar este deporte de forma profesional en Estados Unidos. Foto tomada de Wikipedia.

Corrían los primeros meses de 1858 y Nemesio Guilló se embarcaba junto a su hermano Ernesto y Enrique Porto en un frágil bote de vela con rumbo a Mobile, Alabama, un puerto en la costa sur de los Estados Unidos, para matricularse en el Spring Hill College, el lugar donde comenzaría todo.

Sus padres los habían enviado para que recibieran la mejor educación. Heredarían los negocios de los Guilló, una familia respetada por su nivel económico en los círculos de poder habaneros.

A su regreso, en 1864, Nemesio, el más pequeño (18 años), trajo consigo los principales instrumentos -un bate de madera y una pelota blanca y roja- para jugar un sport muy popular en Estados Unidos a los que los americanos le decían balltown. Acá lo llamaron “juego de pelota”.

En cuanto se reacomodan en Cuba, salen a divertirse y, por qué no pensarlo, a alardear sobre sus descubrimientos. Los baños del Vedado, propiedad del Dr. Luis Miguel sirven, primero, como terreno para las “batallas campales” entre los muchachos, pero luego hallaron que, cerca de los límites de El Carmelo, existía un lugar mucho mejor para desarrollar el juego con soltura y decidieron trasladarse hacia el nuevo espacio.

Las reglas eran bastante sencillas: cuando uno bateaba, los rivales debían capturar sus conexiones tres veces de aire o al primer bounce para ganarse su derecho ejercer la ofensiva. Era algo muy similar a lo que llamamos como “fongueo” o “al taco”.

Así surgió el team rojo que, en 1867, se convierte en el Habana Base Ball Club (BBC): un grupo de veinticinco hijos de ricachones habaneros a quienes se les conoció como “los Claveles Rojos”.

Nemesio, su hermano mayor, Porto, y los adiestrados en el nuevo deporte jugaban en los días festivos o en cualquier tiempo libre. El nuevo sport causó revuelo: era el rechazo a lo español, a lo viejo.

Rápidamente, sus hazañas se volvieron populares entre los adinerados de toda Cuba. Comenzaron a gestarse rivalidades que serían históricas. Los Claveles Rojos de Nemesio alcanzaron gran prestigio en la región occidental.

Un grupo de estadounidenses aficionados al juego (algunos marineros y otros residentes) se enteraron de las victorias de los capitalinos y, creyéndose superiores, los invitaron a su “cuartel general”, el mítico Palmar de Junco de Pueblo Nuevo, Matanzas.

Nemesio tuvo la oportunidad de medirse con los “reyes del béisbol”, con los “creadores”. Tenían a un pelotero de la calidad de Esteban Bellán, quien también jugaba en el poderoso Unión de Morrisania, el team campeón en los Estados Unidos. Los incrédulos habaneros marcharon, confiados en su escasa experiencia, hacia el sitio del duelo.

Al final del día 2 de septiembre de 1867, el partido terminó en empate. Fue una agradable experiencia con cuatro bases y diez jugadores a la defensa. El menor de los peloteros Guilló estaba frustrado con el resultado, aunque se alegró de no haber perdido.

Nemesio, en impotencia interna, 56 años después, en entrevista realizada por Guillermo Pi para el Diario de la Marina, mintió al decir que ganó por paliza a los americanos. Al parecer, era cuestión de orgullo propio (y nacional).

La venganza matancera

Para 1874 Matanzas tuvo su propio equipo de béisbol y convocó al poderoso Habana BBC a celebrar un “amistoso”. Lo de amistoso era porque no había una liga como tal y, entonces, el objetivo era definir cuál sería el mejor de Cuba. Los Claveles Rojos, para la fecha, comenzaban a convertirse en el principal elenco a derrotar.

A las doce y cuarenta y cinco de la tarde del 27 de diciembre de ese año salieron ambos conjuntos a la grama del emblemático “Palmar de Junco”. otra vez como campo de batalla.

Nemesio Guilló vestía impecable camisa blanca, pantalón de dril de igual color, botines negros, el pequeño sombrero de pajilla y la clásica corbata roja. Sus rivales, con igual indumentaria, pero con corbata de otro color.

El público fue “numeroso”, pero esperaban a más personas. Problemas de divulgación.

Desde el primer inning el juego se “calentó: los habaneros protestaron porque el pitcher estaba “to throw” (tirando) la pelota, no “to pitch” (lanzando), motivo por el cual la bola llegaba con mayor rapidez al home.

El umpire falló a favor de los demandantes, pero como los matanceros no retiraron a su serpentinero porque estimaban que este les garantizaba ciertas ventajas (el atleta solo lanzaba así), decidieron que ambos bandos podían romper la regla.

Durante las dos primeras entradas todo se mantuvo en empate a dos carreras, pero Ricardo Mora, el lanzador rojo, estaba “encendido” y, como podía pitchear como quisiera, amarró a sus rivales con su gran velocidad.

La “toletería” capitalina no se hizo esperar y desbordó una cruel ofensiva. Bellán conectó tres batazos de cuatro esquinas y anotó siete. Mora defendió su juego. Logró una corrida de cuatro bases (jonrón) y marcó otras seis impulsado por sus compañeros. El resto produjo una enorme cantidad de hits. El Habana fue imbatible.

La presencia de cuatro anglosajones en la nómina matancera no pudo impedir la derrota y, a las cinco y cuarenta cinco de la tarde, se terminó el juego con un desproporcionado marcador adverso de nueve carreras por cincuenta y una, a favor de los Claveles Rojos.

Esta vez Nemesio debió quedar satisfecho. El Habana era el mejor club de Cuba. Los retadores debieron entregar el bat de su asociación. Ese sería el primer y último símbolo de su descalabro.

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Alain Mira

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