“Katla”, la serie islandesa que despega tarde, pero con fuerza

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Varias series producidas en Europa tienen un sabor completamente diferente al material estadounidense de toda la vida: en ciertos casos, son algo así como menús degustación contra filetes a medio hacer. Muchas de las creaciones televisivas del Viejo Continente suelen presentar historias de cocción lenta, pero que, eventualmente, terminan convertidas en platos fabulosos para la audiencia.

Uno de los últimos estrenos de Netflix, Katla, viene a ser la enésima prueba de este sello de calidad, que no deja de sorprenderlo a uno de este lado de la pantalla. Filmada y producida totalmente en Islandia, continúa, además, la estirpe de dramas y misterios nórdicos que ya han convertido a Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia en países con una particular “pegada” en el mundo del audiovisual.

La acción tiene lugar en el pueblo de Vik, locación real, ubicada en el extremo sur de esa isla, sitio en donde se juntan el mar, el glaciar Mýrdalsjökull y el volcán que da nombre al programa. En medio de la erupción más intensa desde 1918, una serie de extraños acontecimientos comienza a inquietar a los pocos habitantes que permanecen allí, a pesar de la constante lluvia de ceniza que impregna todo alrededor de la villa.

En el asentamiento, todos parecen pasar por algún tipo de lucha interna, ya sea por la pérdida de un familiar o por la tensa situación que los hace vivir el despertar del volcán desde hace un año. La paleta de colores se mueve por los grises, tal y como estamos acostumbrados a ver en este tipo de materiales, pero aquí el ambiente natural da una sensación mayor de esa frialdad y desesperanza que quieren transmitir los guionistas.

De pronto, todo cambia cuando empiezan a aparecer, envueltas en ceniza volcánica, personas que se encontraban en la lista de desapariciones o fallecidos durante diferentes lapsos de tiempo. Estas entradas en escena de personajes que parecían haber salido definitivamente de las vidas de Vik, hacen que se remuevan traumas y otros eventos del pasado, lo cual marca la esencia de los conflictos que armonizan la trama.

Si algo hubiera que señalar después de ver los ocho episodios iniciales (cantidad inusual para una serie de este tipo, con lo cual podemos inferir que Netflix fue muy en serio con la propuesta), es que el ritmo de la narración suele ser lento, incluso para los estándares nórdicos, que son espesos por naturaleza. Los largos planos de paisajes, los diálogos cortos y el silencio orgánico, son ingredientes fundamentales a lo largo de la temporada, con los que tal vez se les va un poco la mano a los escritores.

Otro recurso que se emplea en demasía a lo largo del relato es el cliffhanger, elemento que va de colocar a los protagonistas en situaciones complicadas (pueden ser de peligro o, simplemente, de tensión psicológica o emocional) hacia el cierre de cada capítulo, de forma que el público siga “enganchado”, con tal de ver cómo salen de esos embrollos los héroes del cuento.

No obstante, y aunque los primeros tres o cuatro segmentos de aproximadamente 45 minutos resultan casi tan espesos como la nube tóxica que desprende el volcán, la inercia se va rompiendo y las variables se despejan bastante hacia el final de esta primera parte. Así, lo que empieza muy parsimoniosamente, va poniéndose más “sabroso” y termina satisfaciendo mucho más de lo que uno imaginó en principio, pese a que un par de episodios de menos no hubieran molestado a nadie.

Si bien son importantes los componentes científico-ficticios, que son la base de esta nueva agitación que sucede en Vik, es la explotación (en el buen sentido) de los dramas individuales y familiares lo que da un valor superior a esta serie. Los personajes son, más allá de las sorpresas inesperadas, el plato fuerte de Katla, gracias a su detallada construcción y las estelares actuaciones de Gudrún Eyfjörd (Grima), Aliette Opheim (Gunhild), Íris Tanya Fligenring (Asa), Thortein Bachman (Gísli), Bjorn Thors (Darri), Ingvar Sigurdsson (Thor), Sólveig Arnarsdóttir (Magnea) y Gudrún Gísladóttir (Bergrún), entre otros.

Haciendo un resumen: Katla es un show que tarda en despegar, pero lo hace con coherencia y sin violentar innecesariamente la historia, una que, por demás, tiene suficiente sustancia como para dejarse disfrutar. Definitivamente, no es de esas series adictivas ni tan promocionadas, pero vale la pena dedicarle unas horas.

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