La importancia de una segunda oportunidad

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Juan Miguel Hernández. Foto tomada de su perfil en Facebook.

Cualquiera con un poco de sentido común encontraría un patrón muy claro en el deporte cubano de estos días. En esta época de jugadores de alquiler, contratos y limitaciones por parte del INDER, muchas historias se vuelven anónimas. Jugar fuera de Cuba, sin “licencia” del organismo que maneja la práctica atlética de este archipiélago, es una actitud que a los rácanos encargados del asunto, les sabe a pecado.

El fenómeno ha resultado en la pérdida de lo que Antolín el Pichón llamaría el “talento local”, pues ante la falta de raciocinio, se impone a veces tomar un camino que sea, digamos… más coherente con uno mismo.

Algo así le pasó a Juan Miguel Hernández Massino, un no-tan-joven futbolista, oriundo del barrio habanero de Lawton, quien hace un par de temporadas decidió marcharse a Antigua y Barbuda (A&B), cercana nación caribeña que en poco tiempo se ha convertido en una suerte de refugio para muchos jugadores de la Mayor de las Antillas.

“Los motivos por los cuales vine a jugar acá en 2016, fueron dos muy claros. Primero que todo, estuvo el componente económico, porque aunque el fútbol es mi vida, en Cuba no se paga y son demasiados años en esto, sin ninguna motivación. Lo otro fue que lo vi como un reto personal, como forma de demostrarme a mí mismo, y a todos aquellos que nunca confiaron en mí, que yo sí podia”.

Desde que tiene uso de razón, “Pompi” —como le conocen todos— recuerda estar pateando balones. Cada vez que regresa de Antigua, y tiene “un chance”, juega por el equipo del municipio de Diez de Octubre, y de ser posible, defiende también los colores de La Habana.

Su debut en torneos nacionales fue en 2003, cuando solo tenía 18 años e Industriales se enfrentó en la cancha de Zulueta, al entonces potente once villaclareño, conocido como el “Expreso del Centro”.  Siguió vistiendo la camiseta azul hasta que cumplió 23, momento en que le tocó tomar una decisión difícil.

“Por esa época se me juntaron muchas cosas: estaba recién graduado de la Universidad, decidí formar una familia y para colmo eliminaron la participación de Industriales en el nacional. En ese entonces Domingo Hernández, entrenador de La Habana, no me dio oportunidades y entonces paré de jugar. Empecé a trabajar en la Aduana, y no dejé de participar en el provincial. Aunque pasaron otros dos entrenadores en esos seis años por el equipo de la capital, solo uno me propuso integrarme al equipo, y yo decidí que para mi familia lo mejor era seguir trabajando”.

Pero como él mismo dijera, “del diablo son las cosas”, y como al azar a veces le da por ser demasiado caprichoso, en 2015, “por mero embullo, y porque extrañaba lo que era jugar”, a Juan Miguel le dio por enrolarse en una nueva aventura. Se sumó al equipo de Mayabeque, y las cosas salieron tan bien que el estado de forma alcanzado en ese momento lo llevó pocos meses más tarde a poner rumbo hacia Antigua y Barbuda.

El primer equipo de ese país con el que jugó fue el Pigotts Bullets. Recuerda que el partido del debut fue contra Hoopers, en donde entonces militaban sus compatriotas Marcel Hernández —hoy estrella del Cartaginés costarricense— y un histórico como Yenier Márquez, defensor central igual que él.

Sin embargo, a poco de haber empezado a desempeñarse con el Bullets, debió regresar a Cuba, a causa de ciertas diferencias económicas existentes entre él y el club. Pero su ausencia no duraría tanto. Volvió a mitad de temporada para vestir los colores del Liberta FC, institución en donde vivió alegrías y algún que otro enojo.

“Cuando llegué, el equipo era último en la tabla con apenas tres puntos y 31 goles encajados. Nadie creía en ellos, pero en la segunda vuelta hicimos partidos increíbles: ganamos tres en línea, salimos del descenso, y a falta de una jornada, nos notificaron la terrible decisión de que la Liga nos quitaba tres puntos por una alineación indebida sucedida en la décima jornada. Tras eso, el equipo se derrumbó, perdimos en la última jornada y descendimos. Aquello fue muy feo, porque sentimos que nos habían quitado en los despachos, lo que tanto trabajo nos costó lograr en la cancha”.

Al año siguiente el panorama se despejó, y con el Liberta logró el ansiado ascenso. En lo que va de la actual temporada llevan tres victorias y dos derrotas, y con nueve puntos marchan empatados en el tercer puesto de la Premier Division, principal torneo que allí se disputa.

“Aunque muchos no lo crean, los cubanos suelen adaptarse rápido y aquí hay muy buena calidad. Tenemos muchos jugadores jamaicanos, haitianos, paraguayos y panameños, que están subiendo el nivel competitivo. Es una liga física, con transiciones defensa-ataque muy rápidas, y por eso hay que estar concentrados todo el tiempo. Lo primordial es darse cuenta de que no estamos en el Campeonato Nacional de Cuba, en donde cada roce es falta. Aquí dejan jugar mucho, y por tanto las entradas suelen ser muy duras. Por eso cada cual debe mostrar no solo su calidad, sino también su carácter ante este tipo de acciones, cosa que los cubanos tenemos muy bien incorporada”.

En 2017, tras su regreso luego de completar su temporada inicial en A&B, jugó con la Habana, pero el año pasado no pudo hacerlo, porque el DT de la Habana (Lorenzo Mambrini), no quería que ningún jugador de los que estaban allá integrara el equipo.

“Él se fue con una burda excusa, y su sucesor, Laureano Arrojo, decidió asumir esa misma posición, a mi entender, incorrecta. Eso es algo que solo pasa en el equipo Habana: todas las provincias locas por que regresen sus jugadores, y van ellos y nos desechan”.

La selección sigue siendo otro sueño pendiente, la guinda del pastel a su carrera deportiva, porque… ¿a quién no le gustaría ponerse al menos una vez el uniforme de las cuatro letras? De cualquier forma, él sabe que no es algo que debe quitarle el sueño. Al final, ese es un tema de los entrenadores.

“Ojalá se empiecen a tomar en cuenta a los jugadores de Cuba que juegan en el extranjero, pero ya eso se va de las manos de los atletas. Eso es decisión del seleccionador y de la comisión nacional”.

Para Juan Miguel, el fútbol cubano ha ido ganando muchos espacios en los últimos años, lo cual repercute en la masividad de su práctica. No obstante, cree que las fallas organizativas y la poca calidad de los torneos locales han sido el principal lastre para el desarrollo de ese deporte.

“No sé de quién es la culpa. Solo sé que hasta el año pasado había provincias que entrenaban 4-5 meses para un campeonato nacional de seis juegos. Eso limita, y mucho, el avance de este deporte. A mi consideración, deberíamos tener en todas las categorías, desde sub 13 en adelante, campeonatos nacionales que se acerquen a los 30 partidos por equipo. Se necesitan mejores terrenos, porque para colmo, los pocos que tenemos están muy maltratados.

“Otra cosa son los implementos, pues lo mismo chamarretas, pelotas, señales que botines están ausentes de las canchas. Los entrenadores muchas veces tienen que ser magos para poder sacar una preparación adelante. Y eso es al máximo nivel, imagínate en las categorías inferiores, que es donde se debe aprender a jugar de verdad. Los managers de la base no tienen nada para trabajar. Lo poco que les llega es gracias al gran esfuerzo que realizan los padres”.

Estar lejos de su gente durante cinco o seis meses al año ha sido lo más duro que le ha tocado vivir. Los sacrificios que ha hecho con tal de acercarse a su sueño futbolero no han sido nada sencillos.

“El fútbol es mi pasión, pero la familia es toda mi vida. No es fácil estar tiempo lejos de tus hijos, tu esposa, tu mamá, tu abuela, tu hermano o tus tíos. Y si fuera solo eso… pero está también la otra cultura, la forma de vivir diferente, el idioma ajeno. Al final, por mucho que te guste tu deporte, uno nunca se adapta a estar alejado”.

Incluso sabiendo todo eso, Juan Miguel mantiene una visión muy bien definida. Los cubanos deben empezar a insertarse más en otras ligas de mejor nivel, y luego deberían tener la oportunidad de juntarse en la selección. Allí, desde los cracks que juegan en la MLS –como Osvaldo Alonso o Jorge Luis Corrales–, hasta el más inexperto de los sub-17, deben entregarse a la camiseta con las mismas ganas, pensando en cosas grandes.

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