La verdadera historia del criminal cubano que «arrasa» en «Heist», la nueva serie de Netflix

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Karls Monzón. Foto: Bustle.

Las series y filmes de robos son, a la par de los de vampiros, zombis y los dramas médicos/policiales, material de primera para el cine y la televisión. Propuestas como la estelar Ocean’s Eleven, la explosiva La casa de papel o la fabulosa Catch Me If You Can, han marcado pautas en el pasado más o menos reciente de este género.

Sin embargo, la variante de los documentales true crime también se ha impuesto gracias a su estilo más directo y la presencia de los mismos protagonistas para contar los hechos en cuestión, pese a que este tipo de relatos igualmente podrían haber sido utilizados por Hollywood y superestrellas como Brad Pitt, Leonardo DiCaprio, George Clooney o Tom Hanks.

Ahora bien, ¿cómo reaccionaría usted si le dijéramos que uno de las últimas series documentales de Netflix se basa, en parte, en la historia de un grupo de cubanos que cometieron uno de los robos más sonados de todos los tiempos en el estado de Florida?

Heist (nombre del show estrenado este 14 de julio y que, según varias fuentes, ha gozado de gran popularidad) narra, en seis episodios, algunos de los atracos que más notoriedad han alcanzado a lo largo del tiempo en EEUU. Entre todos ellos, le dedican el tercer y cuarto episodios a Karls Monzón, cabecilla de un plan increíblemente similar al que se cuenta en la cinta Goodfellas (1990), dirigida por Martin Scorsese.

El propio Monzón contó que jamás había escuchado de aquel largometraje antes de llevarse 7.4 millones de dólares del Aeropuerto Internacional de Miami el día 8 de noviembre de 2005. Según él mismo dijo a Salon en una entrevista  de 2017, se enteró de aquella similitud un par de días después de ser arrestado, cuando los medios empezaron a señalar que él y sus asociados habían copiado el modus operandi utilizado por Jimmy Conway, Henry Hill y Tommy DeVito, personajes interpretados por Robert DeNiro, Ray Liotta, y Joe Pesci, respectivamente.

En el momento en que Monzón decidió meterse en aquella aventura, llevaba más de una década viviendo en Estados Unidos, sitio al que llegó procedente de Cuba en 1989, un cambio de aires que sería descrito por él de la siguiente manera:

“Fue como ir a otro planeta. Cuando era niño, vi en el cine y la televisión que en los Estados Unidos si trabajas duro, puedes conseguir lo que quieres”.

Obsesionado con el “sueño americano”, a la altura de 2005 nuestro protagonista era un trabajador modelo, que se desempeñaba como chofer al servicio de la empresa constructora United Rentals. No obstante, en casa, él y su esposa Brandy (aka, Cinnamon), con quien se había juntado en los 90 y casado en 2002, tenían un enorme problema: tras años de tratamientos de fertilidad fallidos y abortos espontáneos, ambos habían visto resentida su estabilidad emocional y también la economía familiar. En medio de aquel temporal, apareció Onelio Díaz con una idea salvadora.

El señor Díaz, empleado de seguridad de la empresa Brinks, le trajo la buena nueva de los montones de dinero pertenecientes a la Reserva Federal, que eran dejados sin vigilancia en MIA, siglas con que se conoce al aeropuerto miamense. A partir de ese tip, Monzón, junto a su tío Conrado Perera, su cuñado Jeffrey Boatwright y su compañero de trabajo, Roberto Pérez, fueron armando un plan que incluyó el robo de dos camionetas Ford F450 y concluyó con ellos apuntando sus armas a personas y llevándose varias bolsas llenas de efectivo.

Años más tarde, Karls explicó que no tenían idea de que aquello sería un problema de grandes proporciones, pues había sido algo aparentemente sencillo: coger el dinero, marcharse y luego repartirlo de forma tal que ninguno de los implicados tuviera razones para armar un lío. Las cosas que dice un iluso, ¿cierto?

La supuestamente hermética madeja que habían tejido los criminales empezó a descoserse rápidamente cuando Jeffrey Boatwright se creyó Floyd Mayweather Jr. y, con sus excesos, comenzó a levantar sospechas en el mundillo del hampa y también del FBI. Ni siquiera las dos ocasiones en que unos matones (enviados por el propio Monzón) amenazaron a Jeffrey para que se detuviera, sirvieron para evitar el desastre que vendría. Meses más tarde, el FBI dio a conocer una recompensa de 150 “grandes” para quien pudiera dar información que llevara a su captura.

Un soplón desconocido, posiblemente alguien muy cercano a Karls, se dirigió a las oficinas del Buró y “cantó” la verdad, con la cual los federales decidieron “pinchar” sus comunicaciones, a la espera de que ellos mismos se delataran. Esto último sucedió de la forma más inesperada, luego de que los propios sicarios antes contratados intentaron secuestrar a Boatwright de forma unilateral, y esta vez pidieron 500 mil dólares como recompensa. Las llamadas entre ellos y Karls, en donde este se negó a darles semejante cantidad, fueron las evidencias definitivas que llevaron a su arresto, justo antes de que el artífice principal de la trama inicial se dispusiera a liberar al cuñado, AK-47 mediante.

Tras su aprehensión por parte de las fuerzas del orden, sucedió que solamente los 1.6 millones que estaban en poder de Monzón fueron recuperados. Este cooperó con la policía y reconoció su culpabilidad por los cargos de robo a mano armada y en 2006 aceptó un trato para declararse culpable y cargar con una condena de 17 años en prisión, idéntica a la que le tocó a Jeffrey Boatwright.

Del resto del “equipo”, Onelio Díaz recibió una pena de 16 años, de los que cumplió 13; a Conrado Perera le tocaron 11, que terminaron siendo seis, mientras que Roberto Pérez sí completó los seis ciclos originales. Finalmente, a Cinnamon/Brandy le tocó una sanción de tres años.

Karls salió bajo palabra en 2016, pero no pudo considerarse como un hombre completamente libre hasta 2018. Pese a ello, después de todo lo vivido, le quedaba claro que sus malas decisiones le habían costado más de lo que imaginó alguna vez.

En prisión, consiguió bajar más de 72 kilogramos de peso y obtener el título GED, o sea, su diploma de preparatoria. Sin embargo, perdió algo mucho más valioso: su relación con Brandy.

Durante su tiempo encerrado, se comunicó con ella y le expresó sus deseos de que continuara con su vida, tal y como reflejan sus palabras emitidas para las cámaras de Netflix: “estaré aquí durante 17 años. No quiero que esperes 17 años. Haz lo que tengas que hacer. Intenta tener una familia”.

Además de lo sucedido en su vida marital, Karls estuvo ausente para su familia durante un lapso en el cual sucedieron los dos infartos de su madre y las crisis psiquiátricas de su hermano. Por ello, a la hora de resumir su desgracia autoprovocada, dijo: “este robo me costó mi sueño americano. Tenía la casa, tenía una esposa, solo necesitaba un hijo”.

En la actualidad, sigue viviendo en Miami con su novia y su hijastro. En su perfil de LinkedIn puede verse que se dedica a manejar un camión de Regulated Towing Inc, rol que tiene desde enero de 2017. Todavía ni él ni el FBI saben dónde está el resto del dinero que fue robado hace (casi) 16 años.

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