Las historias de Silvio Rodríguez

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Silvio Rodríguez. Foto tomada de tranvias.uy.

Pájaro carpintero

Estábamos Alejo Carpentier y Taylor Swift y Silvio Rodríguez y yo jugando dominó. Carpentier finalmente estaba aprendiendo de qué iba la cosa. Pero de lo que de verdad iba la cosa era de ver quién se llevaba a Taylor Swift a la cama. Así que cuando Carpentier se cansó de perder, tiró todas las fichas al suelo y volcó la mesa. Luego se dio un trago de licor de coco y dijo ¡Recórchoris!, o algo parecido. Hacía rato, Silvio y yo pensábamos que la decisión de Taylor giraría en torno a nosotros dos, y esto solo contribuyó a que nos reafirmáramos en la idea. De pronto, Taylor Swift le dijo a Silvio: El verso de tus canciones que más me gusta es ese que dice “…como un dios en edad de jugar”. Silvio no se acordaba de cuál de sus canciones se trataba y se quedó callado. Carpentier se dio cuenta de que había llegado su momento y pensó en algo cargado de “sexualidad” para decir. Habló de un ensayo que estaba escribiendo (Dublín: eses. Un estudio sobre la cobra de Joyce) y Taylor quedó encantada, así que ambos se fueron, y Silvio y yo nos quedamos practicando las erres. Palabras como “romper”, “sombrilla” o “Rigoberto” eran las más difíciles.

Festival de poesía

Fernando Pérez, Silvio Rodríguez y yo estábamos de jurado en un concurso de poesía (No sé qué criterio siguieron para elegirnos como jueces). En el momento de decidir, no nos poníamos de acuerdo. Fernando Pérez quería premiar un poemario en el que todas las metáforas eran climáticas (siempre que llovía era porque la gente estaba triste o muy jodida o algo parecido, como en sus peores películas), y yo me había decantado por uno titulado Variaciones sobre la ley de Sturgeon (no lo leí, pero era una variación de algo con lo que estaba muy familiarizado, por lo que no hizo falta). Silvio no se acababa de decidir por ninguno, y se nos terminaba el tiempo, así que lo presionamos. Lo presionamos tanto que empezó a llorar y yo me puse muy nervioso porque nunca pensé que Silvio llorara; y después empezó a llover y entonces ya me di cuenta de que todo estaba perdido.

Y también está el tema de los sueños

El tema sobre la mesa era “Los Sueños”, así, con artículo y todo. En realidad, nadie quería hablar de eso, pero ya estábamos ahí y existía un, cómo se dice, compromiso. La verdad es que pensé que el debate sería muy aburrido, pero entonces una feminista se subió al estrado y dijo que había que hablar en términos de “los sueños” y “las sueñas”. Luego empezó a quitarse la ropa y al quedarse en su ropa interior, se dio cuenta de que aquello no tenía mucho futuro, así que se volvió a vestir. De pronto, me di cuenta de que estaba en un sueño. O en una sueña, ya que estamos. En este sueño, Michel Houellebecq estaba a mi lado, y se mordía los dedos de los pies de una manera atroz, hasta que le empezaron a sangrar las encías. Luego se incorporó, con toda la boca ensangrentada, y le dijo a un viejo que se parecía a Allen Ginsberg (aunque en realidad era un poeta de Alamar) que su pensamiento tenía demasiados exergos, y no se necesitaba tanta ayuda para perder. Yo me paré y aplaudí, y Silvio, a mi lado, me dijo que yo era un inmaduro y que aplaudir era una tontería. Esa fue nuestra primera pelea seria. No sé por qué estoy diciendo esto. Nunca tuve un sueño parecido. Lo prometo.

Una cita

Doble cita a ciegas. Cuando Silvio y yo llegamos, descubrimos que se trataba de Violeta Parra y Ariana Grande. Silvio se pide rápido a Violeta Parra y yo quedo aliviado. La noche fluye, todo parece encajar. Estamos jugando a “Quién es quién en la Wikipedia” y la cosa marcha bien hasta que Violeta Parra comienza, cada vez más, a entretenerse con su teléfono. Lo hace tanto que llega un momento en el que Silvio se molesta y le pregunta qué hace. Violeta Parra responde que no pasa nada, es solo un artículo que está leyendo. El artículo se llama Virtudes y efectos de Jen Selter. Le preguntamos que quién es la tal Jen y ella dice que nadie, solo se trata del mejor culo de Internet. Y sus palabras querían ir más allá; lo que ella quería decir es que ese era el mejor culo del mundo, eso era lo que quería decir. Porque si tu culo no está en Internet, entonces no existe. Por tanto, el mejor culo de Internet es el mejor culo del mundo. Violeta Parra dice que, en todo caso, nunca había visto uno mejor, y entonces salta Ariana Grande, y se pone de nuestro lado. Dice que ese es precisamente el problema: lo que uno no ve. Dice: ¿No te parece que hay un montón de buenos culos africanos que nunca saldrán en la red? Ariana me ha sorprendido, pero, extrañamente, deja de gustarme. Luego definitivamente lo echa a perder todo cuando habla de las donaciones que ha hecho a la UNICEF. Silvio también sabe que la noche está perdida, sin embargo, propone que ahora juguemos a “Una ruleta en el güiro”. Me sorprende su capacidad de sacrificio. Pone la cabeza en la mesa y cierra los ojos. Violeta Parra le da un pequeño toquecito y pregunta: ¿Quién dio?

Salir a la calle

Santiago Feliú y Silvio y yo fuimos al cine a ver Memorias del subdesarrollo. En el cine estábamos Santiago Feliú, Silvio, la acomodadora y yo. Nada más llevábamos tres minutos de película, cuando Santiago Feliú dijo: ya va siendo hora de que hagan una versión de esta película a color. Entonces Silvio se viró hacia él y le dijo: ¿Qué pasa, Santi, quieres que salgamos afuera ya?

Carrusel

Una tarde, después de un concierto de Silvio Rodríguez, mi madre quiso ir a los Caballitos del Mónaco (para el que no lo sepa, me refiero a un carrusel con caballos de metal en edad núbil que se dejan montar por niños, en un circuito francamente repetitivo). Por supuesto, en un principio no querían dejar que mi madre se montara, porque estaba un poco pasada de edad y todo eso. Pero Silvio vio al encargado y le dijo: está bien, yo soy Silvio Rodríguez. Mi madre escogió un caballo color malva que estaba entre los más bonitos. El carrusel empezó a dar vueltas. Silvio tiró algunas fotos de mi madre girando. Yo solo quise mirar. Y tuve una rara sensación de inmovilidad, como si todo estuviera detenido, excepto el carrusel. Cuando el carrusel terminó de repetir su recorrido, mi madre preguntó si podía hacerlo de nuevo, y Silvio asintió. Aquello iba a demorar un rato.

El aparato más importante

Silvio Rodríguez le prestó a mi madre un aparato de risa. Uno de esos dispositivos modernos que tienen tres tipos de risas –una macabra, una festiva y una irónica. Silvio me dijo que estaba trabajando en una especie de experimento y quería saber si podía utilizar a mi madre como conejillo de indias. Claro que acepté, luego de cobrar una comisión generosa. Si vas a utilizar a mi madre en algún proyecto, los dividendos tienen que ser elevados. Cuando dejamos a mi madre en una habitación vacía junto al aparato de la risa, durante los primeros veinte minutos no pasó nada. Mi madre lo miraba asustada, sin reconocerlo. Después de un largo rato, se acercó y lo olió. Le pasó la lengua e intentó utilizarlo de distintas formas que ahora no vienen al caso. Entonces dio por fin con el elemento que accionaba la risa. Se asustó y lo lanzó contra una de las paredes. Silvio y yo esperamos del otro lado de la pared de vidrio, sin decir nada. Recuerdo a Silvio con su bigote ralo y su camisa bacteria, prácticamente con la nariz pegada al cristal, muy interesado en analizar las reacciones de mi madre. El experimento en sí mismo era tedioso, tuvimos que esperar otra media hora antes de que mi madre se atreviera a acercarse una vez más. En esta ocasión lo hizo de forma más resuelta. Rápidamente adivinó las tres variantes de risa con que contaba el aparato y lo dejó tranquilamente en el piso. Comenzó a reírse ella, imitando las tres formas de risa –una macabra, una festiva, una irónica. Lo hacía bastante bien. En un momento determinado, lanzó violentamente el aparato contra el suelo, y este se partió en varios pedazos. Silvio comenzó a escribir algo en su cuaderno de notas: era evidente que mi madre quería saber de dónde salían las risas. Como esto resultó imposible, tuve que anticiparme a los hechos y entrar a la habitación. Silvio siguió tomando sus notas, y yo tuve que entrar antes que fuera demasiado tarde y mi madre se lanzara ella misma contra la pared para descubrir de dónde salía su risa.

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Daniel Fonseca

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