«Lovecraft Country», el relato que H.P. jamás hubiera escrito

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Si H.P. Lovecraft se sentara hoy frente a su televisor 4K de 42 pulgadas a ver la serie Lovecraft Country, inspirada libremente en la propia mitología que él mismo ideó, creo que moriría de un infarto antes de llegar a la mitad del episodio piloto.

El show, que sí está basado directamente en la novela homónima publicada por Matt Ruff en 2016, toma muchos elementos de la mitología lovecraftiana y los vincula a unos personajes y un contexto totalmente opuestos a la visión original de su autor, que era un racista de marca mayor.

Aquí, los protagonistas son (casi) todos negros que viven y sufren en los años 50 del siglo pasado, época marcada por la sombra de Jim Crow y la segregación racial institucionalizada en los Estados Unidos. Visto lo visto, después de esta temporada, uno no puede menos que admirar cómo las genialidades de Lovecraft son —paradójicamente— utilizadas en función de algo completamente distinto a lo que él hubiera escrito.

En esencia, el relato se nos presenta en varios arcos argumentales e historias interconectadas que se construyen alrededor del veterano de Corea, Atticus Freeman (Jonathan Majors), quien regresa a buscar a su padre Montrose (Michael Kenneth Williams), desaparecido misteriosamente. En lo adelante, partirá en un viaje junto a su tío George (Courtney B. Vance) y su “vecina” Letitia Lewis (Journee Smollet).

A continuación se nos presentará en detalle a los restantes centros, que son Hippolyta Freeman (Aunjanue Ellis) y Ruby Baptiste (Wunmi Mosaku), la esposa de George y la hermana de Leti, respectivamente, a quienes se sumará Christina Braithwhite (Abbey Lee), hija del líder de una sociedad secreta que pretende encontrar la inmortalidad usando un volumen llamado El libro de los nombres.

El guion se desarrolla mientras echa mano de una mezcla poco ortodoxa de temáticas y géneros. Así, lo que en principio parece ser un road trip aderezado con criaturas de mil ojos y magia oscura, luego se va hacia el terreno de las casas embrujadas, pasando por las aventuras al estilo de Indiana Jones, las investigaciones detectivescas, los viajes temporales e interdimensionales y algún “ingrediente” más.

Cuando uno percibe semejante “batido de ideas”, entiende que esa es una de las razones que dan a la serie un matiz de antología a pesar de tener un hilo conductor bastante claro. Esto es evidente en los diferentes tonos en que se cuenta cada capítulo, así como en el coherente “desorden” en que se van presentando los hechos. Al final, en lugar de confundirnos con este fenómeno, los creadores se las arreglan para entretener y mantener el ritmo todo el tiempo.

La estética visual de la propuesta se va mucho por la corriente gore y el horror corporal que nos remite a los trabajos de David Cronenberg, John Carpenter o George A. Romero en filmes como The Fly, Vampires y Dawn of the Dead, en los cuales se deja poco espacio a la imaginación y las escenas violentas hacen una suerte de apología a la sangre.

No obstante, también hay que decir que el trabajo de arte y diseño de los que se acompaña perfectamente la trama, logra dar forma al ambiente cincuentero en muchas de sus dimensiones: desde los cafés pueblerinos hasta los tugurios de los barrios pobres de Chicago, e incluso Tulsa, Oklahoma, ciudad en donde se representa la masacre racial de 1921 de una forma bastante gráfica.

Más allá de los elementos formales, en este relato con libreto de Misha Green (Underground) y producido por Jordan Peele (Get Out), los sucesos históricos, la fantasía y los elementos terroríficos sirven como vehículos para convertir el material original en una metáfora de las monstruosidades del racismo y la guerra, así como sus eventuales consecuencias para la sociedad.

Si hay algo que llama la atención en los diez episodios que componen la primera temporada de Lovecraft Country, es el uso de varios discursos políticos como parte de la banda sonora. Cada una de esas alocuciones ha sido colocada en momentos climáticos del metraje para reforzar el tema central de la obra, o sea, la discriminación étnica, sexual y de género, y señalar a la vez su vigencia, seis décadas después de los eventos que aquí se narran.

En resumen, y aunque a algunos les ha parecido demasiado inconexa a ratos, esta serie es una recomendación total que hacemos para quien nos lea, sobre todo si disfruta de historias imaginativas y aterrizadas en la realidad que vivimos.

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