«Resident Evil: Infinite Darkness»: acción, zombis y algo de contenido

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La franquicia Resident Evil (RE), nombrada originalmente en Japón como Biohazard, se ha erigido durante las últimas décadas como una de las más exitosas, no solo por sus videojuegos, sino también por varios filmes, tanto live action como animados, que han conseguido, con más o menos acierto, dar forma a un universo cuya fanbase crece constantemente.

Hace poco más de una semana, Netflix lanzó el más reciente producto de esta marca, una serie de cuatro episodios titulada Resident Evil: Infinite Darkness, la cual nos sitúa luego de los eventos del juego RE 4 y cuenta una historia que involucra a Claire Redfield, trabajadora de una ONG, y al agente especial Leon S. Kennedy, dos viejos conocidos para (casi) todos, quienes, desde sus respectivos puntos de vista, irán desentrañando lo que oculta el misterioso ataque zombi a la Casa Blanca.

Un sitio fundamental en la trama es Penamstán, país ficticio y colindante con China, que sirve como enésimo pretexto para una intervención humanitaria en pos de convertirla en una nueva Racoon City, o sea, un lugar de pruebas ideal para el virus que convierte a las personas en cadáveres hambrientos. De paso, al situar los sucesos en ese estado, se acerca la acción hacia el foco principal de la trama y también la realidad actual: el «gigante asiático», nación que, tras algo de investigación, resulta ser la principal sospechosa del ataque a Washington.

En primer lugar, hay que decir que RE: Infinite Darkness funciona más como un filme que como una serie, pues, aunque está segmentada en cuatro capítulos, la edición está pensada de forma tal que el tránsito entre los segmentos —cada uno de aproximadamente media hora de duración— suceda de una manera en la que parece que el show casi nos exige seguir hacia el siguiente y llegar hasta el final en una sola sentada.

La animación es muy similar a las cinemáticas de la mayoría de videojuegos actuales, aunque con una notable reminiscencia a anteriores versiones de RE. Si bien esta vez posee gráficos en alta definición y con un acabado fabuloso, la física de movimientos de los personajes es casi idéntica a las de hace una década. En términos generales, el CGI está por encima de la media que vemos en las series de estos días, resultando en una suerte de realismo caricaturizado que, pese a no desentonar, tampoco convence demasiado.

Como ha sido tradición en los anteriores filmes, la amenaza de los no-muertos-ansiosos-por-un-bocado-de-carne-humana es solo la fachada detrás de la cual se esconde la turbia agenda de sujetos y compañías poco escrupulosas. El pretexto chino vuelve a ser usado como vehículo para fomentar un posible conflicto, algo de lo cual se encarga esa amenaza desconocida que intenta sentar las bases para un negocio que involucra al arma biológica definitiva.

Vuelven a destacar en la historia, como viene siendo usual en las narrativas de RE, los personajes inspirados en gente común, quienes terminan enfrentándose, incluso sin buscarlo directamente, al terror zombi y la ambición de gobiernos o grandes empresas. En ese sentido, hay que destacar los diálogos que, sin llegar a ser particularmente profundos, vuelven a reflexionar acerca de la condición humana y el conflicto ético que implica poner ciencia en función de la maquinaria bélica.

Las escenas y coreografías de acción son de lo más destacado que tiene esta propuesta, encabezada detrás de cámaras por Eiichiro Hasumi y Hiroyuki Kobayashi. A lo largo del metraje, suceden varias secuencias trepidantes que le dan al show un ritmo fabuloso y, a la vez, la combinación de ese “vértigo” con las subtramas correspondientes, hacen que la serie sea un espectáculo, cuando menos, disfrutable.

En resumen: estamos ante un producto a la altura de su legado, uno que conjuga elementos de terror y suspense en torno a personajes conocidos por los fans de la saga, para quienes RE: Infinite Darkness resultará un platillo delicioso. No obstante, los “ajenos” al tema también podrían sentirse atraídos a pasar alrededor de una hora y cuarenta minutos de “desconexión” con los zombis como anfitriones.

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