Retrospectiva: Amigos como tú y yo

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Captura de pantalla de uno de los encuentros a través de la plataforma Zoom.

Según un dicho popular, “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde” …»o lo recupera”, diría yo hoy. Si no son suficientes mis palabras, las de una compañera cuya salud ha sido tempranamente afectada, son mas elocuentes: “este grupo me ha sacado de la cama.”

Compartimos nuestras vidas durante cinco años, primero en una secundaria básica en el campo y luego en la Vocacional -así se le llamaba por aquellos tiempos- de la gran ciudad provincial. Cinco días a la semana nos despertábamos con Los Compadres a las 5:50 de la mañana y, después del supuesto silencio a las 10 de la noche, algunos seguíamos despiertos, escuchando en un radiecito de pilas la música de emisoras nacionales y extranjeras, pegados a una de las columnas del albergue que, según muchos, servía de antena.

Cada año nos turnábamos las sesiones para asistir a clases o trabajar en los cítricos o frutales cercanos a la escuela. Los miércoles por las noches teníamos recreación. Unas veces venían Los Brutos o Los Trimmers y, en otras, la diversión prometida no llegaba. Como señal de inconformidad, uno de esos miércoles a alguien se le ocurrió jugar a los escondidos en la plaza de nuestra unidad de pre. Primero comenzaron tres o cuatro, y diez minutos más tarde llegaban a 70 los escondidos.

En la primera escuela, los sábados cada quince días podían resultar aburridos; de vez en cuando nos llevaban en guagua a la playa Las Canas, o a algunos lugares conocidos de la provincia. En otras ocasiones salíamos a explorar territorios cercanos y llegábamos hasta los confines de los Camilitos, a las cortinas de pinos donde se escuchaba el sonido del viento, o descubríamos una mata de marañones en las cercanías del pre Guiteras.

Los domingos eran días interesantes, pues, desde horas tempranas, cada uno de nosotros se apostaba en un lugar u otro esperando a que nuestros padres vinieran a visitarnos. Unos ansiaban la comida y otros la oportunidad para aprender a manejar. En todo el perímetro de la escuela, en los espacios del sótano, en los jardines o pasillos, cada familia armaba su picnic y otras hacían la sobremesa en los viales aledaños, convertidos en polígonos de conducción.

En ese ambiente, durante la primera semana sin pase, fui testigo de una gran muestra de solidaridad, pues la familia de Bárbara, una compañera de aula con la que por aquel entonces no tenía mucha amistad, me vio un poco “triste” porque mis padres no llegaban y me invitó a almorzar con ellos.

Años después, fue mi mamá quien me trajo un pollo asado completo. No tuvo tiempo de prepararme más cosas, ni tampoco para quedarse un rato: tenía que irse rápido en la «botella» que pudo encontrar para llegar. En lugar de marcharme con mi pollo asado a la tranquilidad de los pinares, salí a buscar a Gustavo y a Figueroa para compartirlo con ellos. De momento apareció el primero, y devoramos nuestras porciones con tanto gusto y apuro, que nos miramos como diciéndonos “¿y por qué no nos comemos lo que queda y no le decimos nada a Figueroa?”.

Pasó el tiempo, terminamos el doce grado y llegaron las despedidas en dos partes. En lo que caminábamos del albergue a las guaguas, la grabadora del Porras sonaba a todo volumen con Brick House, de Comodoros. Días más tarde regresamos para el acto de graduación: parte política en el teatro de la escuela y después viaje a la Cueva del Indio, donde estuvimos más de dos horas esperando por unas cervezas que, nos decían, estaban enfriándose y nunca nos tomamos. Con la caída de la noche nos regresaron a nuestras casas y fue la última vez que vi a muchos.

Tomamos diferentes caminos: unos pocos hacia la UH, otros hacia la CUJAE, algunos a las escuelas de medicina o estomatología y varios a diferentes regiones de Europa. Con la pérdida de aquellos contactos, se crearon nuevas amistades que por mucho tiempo pensé eran las mejores que había hecho. Aún así, yo seguía repitiendo el cuento de cómo «el Fíguero» finalmente se comió aquel día su posta de pollo asado.

patreon cubalite

Pero siempre hubo alguien con la iniciativa de reunirnos y así fue que Monina se encargó de localizarnos, movilizarnos y eso de re-encontrarnos comenzó a hacerse costumbre, sorprendentemente, en una época donde no había correo electrónico, e incluso algunos ni teníamos lo que se conoce como teléfono fijo.

Treinta años después del adiós de Viñales pude ver en un mismo sitio a casi 50 de aquellos con los que compartí un importante tiempo de mi vida, mucho más que lo que lo hice con mi propia familia en esa época. No he encontrado palabras para describir la energía y el entusiasmo del momento, pues me resultaba extremadamente alegre saludar de nuevo a compañeros que no eran de mi círculo de relaciones cercanas. Meses más tarde organizamos un evento en La Habana, donde ya vivía buena parte de nosotros, con una impresionante participación pinareña gracias a la gestión de Kalule, quien propició un viaje de leyenda.

Hace apenas un mes nos vimos las caras de nuevo por video chat, quizás la manera más efectiva de lograr cierta “masividad”. Fue entonces el Rubio quien tomó la iniciativa de crear un grupo de WhatsApp y desde entonces no paramos de comunicarnos. No pasan días en que no se incorpore alguien nuevo y hay quienes se han convertido en “detectives” voluntarios localizando a “gente perdida” -Jorge, el Calde, Puebla- o sirviendo de puente de comunicación entre aquellos con menos posibilidades para conectarse.

Ya no son Los Compadres los que nos despiertan, sino los mensajes que desde Europa mandan la Chapo, Orquídea, Ana, Isela o el subdirector Armando. O las conversaciones que entre Gladys y Evelio, Rakelita, Magalis, Cuesta, Inés, La Nina, Fany, Juana Elena, Lina y Carmen Rosa tuvieron la noche anterior: al abrir los ojos puedo encontrar más de 100 mensajes sin leer. Hemos celebrado cumpleaños con postales y fotografías de platos y bebidas que mandan todos -desde Mandy hasta Luisín- o música que seleccionamos. Seguimos de cerca la salud de la hija de Hildita -sumándose al grupo de las abuelas- o la de nuestra compañera Tana, los triunfos de las hijas de Juan Carlos, El Súper o Maribel, las ocurrencias de Joaquín, las preocupaciones de Rita por atender a los más desvalidos de su familia.

Con una mezcla de realidad y humor, comentamos -como lo hizo el Moro hace unos días- que, cuando estamos en la cama y miramos hacia la mesita de noche y vemos medicinas, entonces significa que de verdad nos estamos poniendo viejos. Tampoco nos han faltado consejos para cuidarnos.

Mi cumpleaños fue también en estos mismos días en que Rafael, Teresita, Frank y Bertila fueron agasajados por el grupo de manera tan original. No sé si a ellos les sucedió lo mismo, pero hubo un instante en que me di cuenta de que, entre las tantas vivencias que he tenido, sobre todo en los últimos años, está la de haber redescubierto una amistad que con el transcurso del tiempo ha multiplicado su valor.

Y como mis lectores siempre esperan algo de música, aquí les dejo tres temazos conectados con mi Retrospectiva de hoy.

Con Casa de ladrillos, de Comodoros, nos despedimos hace casi 40 años. Lionel Richie tocaba el saxofón y quizás no imaginaba su éxito como solista en años próximos…

Amigos como tú y yo – Silvio Rodríguez y Amaury Pérez

That´s what friends are for – Dione Warwick, Stevie Wonder, Elton John y Gladys Knight

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Un comentario

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  1. Quisiera hacer una reunión parecida con los egresados del Presente Arbelio Ramírez en Ciudad Libertad. Por favor, contácteme. Recordar es volver a vivir

GDiaSan

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