Retrospectiva: La sangre llegando al río

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Foto tomada de The Knowledge.

De mis contactos con la música nunca podré olvidar a aquel ocurrente teacher consolareño con el que trabajé durante mi servicio social. En las noches en el Pedagógico de Pinar del Río, mientras unos trataban de estudiar y otros se iban para la ciudad, Omar ensayaba con su grupo, montaba acompañamientos para otros artistas aficionados y, de vez en cuando, componía.

Uno de sus temas arrancaba con el verso «Rómpeme el billete del avión» que a todos nos resultaba un poco… gracioso, pues especulábamos sobre el posible videoclip, onda dúo Pimpinela, filmado en el aeropuerto de Borrego junto a una avioneta de fumigación de las que cubrían la -única- ruta Pinar-Gerona.

Mi contribución al ambiente bromista fue cambiar un poco la letra de Hoy quiero dedicártelo a ti, título real de lo que todos llamábamos Rómpeme el billete, incorporándole otros medios de transporte de por aquellos días. Entonces me salió algo así como «Rómpeme el billete del avión, y el ticket del cometa también, yo me voy pa’ Consolación y lo que me hace falta es un tren».

Un buen día, estoy viendo Joven Joven y, de pronto, un cantante de provincias orientales, que por aquel tiempo se estaba dando a conocer en los medios nacionales, suena aquello de «Rómpeme el billete… hoy quiero dedicártelo a ti.» Y como en aquella época no había celulares, y relativamente pocos teléfonos fijos particulares, tuve que esperar al lunes para contarle a Omar lo que había visto y oído.

Todavía lo recuerdo pensativo, tratando de asociar el nombre del artista -y que intencionalmente omito aquí- con el rostro de uno de los tantos a los que les descargó Rómpeme el billete… bueno… Hoy quiero dedicarte a ti… y que levantó el tema de principio a fin nada más y nada menos que en un programa de alta audiencia o ¿estaría pensando en la conversación entre Michael y Daryl en uno de los recesos de We Are The World?  Pero Omar, persona noble, siguió en lo suyo de cada día.

Algo… similar… en cuanto a reutilización de frases y acordes, artistas relativamente más o menos conocidos, y difusión en la TV nacional ya había ocurrido en 1979 cuando el cantautor Ricardo Quijano se alzó con el Gran Premio del Concurso Adolfo Guzmán de ese año. Aquella fue una de esas raras ocasiones en que jurado y público no entran en contradicción. Sin embargo, no pasaron horas del anuncio del máximo galardón a Ser de ti es ser de mí, cuando comenzaron a rodar los comentarios sobre el parecido de este tema con Si tú te vas, del fallecido cantautor español Camilo Sesto.

Ser de ti es ser de mí – Ricardo Quijano

Si tú te vas – Camilo Sesto 

Las similitudes en la música y letra de las primeras estrofas de ambos temas son claramente perceptibles, sin embargo, es evidente que coros y otros elementos resultan bien diferentes. Todavía me pregunto cómo es posible que Quijano, con sólidas credenciales de compositor junto a José Valladares -y laureado posteriormente en concursos de otras latitudes- se haya arriesgado con algo que tarde o temprano generaría toda suerte de opiniones.

Sin embargo, no me queda duda de por qué esa bola de humo pasó inadvertida ante jurados y, como se dice ahora, «Malanga y su puesto de vianda». Por aquel entonces, Camilo Sesto estaba prohibido en la radio y TV y sus canciones no eran ampliamente conocidas.

Si lo anterior fue plagio o no, es algo para la seria evaluación de expertos, con los debidos mecanismos legales, y no dejado a la suerte de la vox populi. Si eso hubiera ocurrido hoy, en la época de las redes sociales, mucha gente hubiera enrarecido el ambiente con comentarios como si fueran conocedores del tema. Y otros tantos, de los que viven la «realidad a la carta», se hubieran sumado a ofensas o improperios, por poca información, o simplemente por deporte.

Un ejemplo de cómo deben aclararse estas cosas lo constituyó el caso Selle vs. Gibb, en torno a la conocida canción How deep is your love. Sí, esa misma.

Una tarde de 1978, mientras trabajaba en su patio de Chicago, Ronald H. Selle, agente de ventas y músico semiprofesional, escuchó a alto volumen la melodía de su composición Let it end. Su vecino adolescente le explicó que How deep… era una de las canciones del filme Saturday Night Fever, por lo que Selle no tardó en ir al cine, escuchar nuevamente el tema y reconocer la melodía que había escrito y registrado en 1975.

En febrero de 1983 se inició el juicio en una Corte de Illinois. Selle explicó cómo compuso Let it end, grabó un demo, escribió la partitura, registró sus derechos de autor y la envió a varias agencias artísticas.

Por su parte, los hermanos Gibb presentaron como pruebas una grabación del proceso de ensayo y error en la creación de How Deep… en 1977. En ese momento, los Bee Gees grababan junto a su banda en el Chateau d´ Herouville, Francia, varios de los éxitos del mencionado filme, y donde el tecladista Blue Weaver tuvo un papel protagónico, entre otras razones, porque en su formación musical Barry, Robin y Maurice nunca sintieron que leer o escribir partituras era una de sus prioridades.

Cuatros días después, el jurado falló a favor de Selle, argumentando que las evidencias presentadas por los Gibb no contrarrestaban los criterios de los expertos presentados por el demandante. “Si cometimos un error,” agregó el representante del jurado, “ellos tienen suficiente dinero para pagarlo.” Pero eso no quedó ahí.

Un año más tarde, el caso fue resuelto en el Séptimo Circuito de la Corte de Apelaciones, el cual determinó que la instancia legal anterior no interpretó correctamente el principio de «pruebas basadas en similitudes evidentes». Y como no pudo demostrarse que los hermanos Gibb tuvieron acceso a la composición registrada por Selle, la Corte de Apelaciones se documentó con casos anteriores -o precedentes- en torno a «similitudes evidentes» y determinó que estas no eran suficientes para sostener una acusación de plagio. De esa forma, el veredicto del jurado de la Corte de Illinois fue revocado, los hermanos Gibb exonerados, y el caso Selle vs. Gibb constituye hoy un importante precedente en las leyes de derecho de autor en los Estados Unidos.

Es muy probable que todos no hagamos la misma lectura de los casos y circunstancias que he compartido hoy. Sin embargo, siempre que esté por delante la integridad y reputación de las personas, nadie debería lanzarse a emitir cualquier opinión que no esté avalada por hechos, evidencias, criterios de expertos e, incluso, procesos legales. Y quizás no pocas veces habrá que hacer como hizo mi amigo Omar, que consideró que no era tanto como para romper el billete.

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