«Slow Horses», una ácida y deliciosa serie de espías

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Recientemente hablamos por aquí sobre los espías de Le bureau des légendes y acerca de cómo se agradece que los creadores audiovisuales se atrevan a romper el patrón de los 007 y compañía, aportando nuevas ideas y manteniendo la esencia de este célebre género.

En esa misma línea transgresora, aunque con un sentido bastante diferente al de sus “colegas” franceses del Buró…, se ubica la serie británica Slow Horses, lanzada en abril por Apple TV+ y ya convertida en uno de los shows ineludibles de este año y hasta del último lustro.

Basada en la primera de la saga de novelas Slough House, de Mick Herron (conocido como el John Le Carré del futuro, o más bien, del presente), nos presenta a un grupo de agentes del MI5 (servicio de inteligencia que se ocupa de la seguridad interna del Reino Unido) que han cometido errores catastróficos en la línea del deber y han sido enviados al departamento conocido como La Ciénaga, un lugar de castigo, del cual difícilmente logren salir durante el resto de su vida laboral.

En ese sitio, los llamados “caballos lentos” viven haciendo trabajo de oficina bajo las órdenes de Jackson Lamb (Gary Oldman), célebre agente caído en desgracia que parece tener como objetivo principal en la vida convertir la de sus subordinados en un purgatorio.

Hasta La Ciénaga va a parar River Cartwright (Jack Lowden), otrora prometedor miembro del servicio que fue enviado a cumplir allí su “condena” luego de cometer —aparentemente— un grave error durante una misión de entrenamiento.

Tras un tiempo bajo el mando de Lamb, Cartwright desobedecerá las estrictas órdenes de su jefe de “no hacer absolutamente nada” y comenzará a investigar el vínculo entre un periodista de ultraderecha, un político hipócrita y el secuestro de un estudiante universitario de ascendencia árabe por parte del grupo de supremacistas blancos conocido como Hijos de Albion.

Al tratarse de una serie sobre espías, conspiraciones y agendas ocultas, uno esperaría que Slow Horses tuviera más suspense y se acercara al thriller, pero eso nunca pasa… demasiado. Sin embargo, la falta de vértigo constante es sustituida por una suerte de estado pasivo-agresivo que nos mantiene en tensión y se ve salpicado por constantes dosis de humor agrio y retorcido.

La trama, planteada sin fallas y de la forma más hermética que podríamos pedir, nos hace pensar en una especie de versión turbia y desaliñada de The Office, en donde confluyen espías, investigación, intrigas, traiciones y giros elegantemente colocados. Además, las escenas de acción, que no son muchas, han sido escritas por el guionista Will Smith (nada tiene que ver con el del manotazo en los últimos Óscars) de forma precisa y nos conmueven con su brutalidad y precisión, lo cual da el equilibrio necesario para que estos primeros seis capítulos se muevan sin problemas entre la calma y la tormenta.

Uno de los elementos que más destaca en el relato es que estamos en presencia de agentes torpes, desmotivados y vestidos como miembros de la clase media baja que son, quienes se las arreglan para desarmar el maquiavélico plan creado por sujetos sofisticados y con una paga ridículamente alta en comparación a la suya.

Al final, la trama de los terroristas domésticos que amenazan con asesinar a un joven inocente, sirve como pretexto para el viaje de redención de un grupo de personas defenestradas por ineptas o por haber molestado a la gente incorrecta.

Los personajes son sacados de los estereotipos de toda la vida sin que esto sea un defecto que señalar, sino más bien un sello de identidad de la obra de Herron y Smith. El showrunner aprovecha los tópicos para subvertir su uso común y armar una narración en donde cada uno de los caracteres —más o menos preconcebidos— encaja perfectamente dentro del combo que sostiene un argumento lo suficientemente complejo como para mantenernos atentos y, a la vez, bastante simple para que hasta el más “lento” de los “caballos” se entere de lo que pasa.

Entre chistes y persecuciones se palpa una calidez que contrasta con lo ácido del tono que tiene la serie. Detrás de la burla, los chistes oportunistas y el desánimo de tener que trabajar en la escala más baja del MI5, los protagonistas tienen mucha sustancia y la adaptación de Smith logra que nos resulte significativo todo lo que sucede con ellos.

No hay pega que poner sobre el elenco. Entre todos, Oldman está imperial como el maleducado y resolutivo Lamb, mientras que Kristin Scott Thomas se ve enorme en su rol de Diana Taverner, subdirectora general del MI5. El primero le da forma a un antihéroe alcohólico y pedorro, mientras que la segunda representa a una ¿villana? con muchos matices y un poderío descomunal en pantalla. Ambos levantan el show hasta niveles insospechados.

Hacia el final, las revelaciones, pactos y verdades contadas a medias, confluyen en una conclusión que resulta parcial y deja entrar las suficientes dudas para hacernos regresar a la segunda temporada (anunciada al cierre del episodio 6) en busca de respuestas y, por supuesto, de nuevas interrogantes que nos mantengan interesados en lo que sucede entre las oficinas chic de Regent Park y los cutres espacios de La Ciénaga.

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