Solari, Messi y la batalla de Anfield

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Solari, en el partido ante la Roma en el Olímpico. Foto: Paolo Bruno/ Getty Images.

Perder en Ipurúa y ganar en Roma. Estridente contradicción. Una más, a estas alturas, para el Real Madrid. Una, eso sí, que poco habrá gustado a Solari, cuya prosa exquisita estampada hace unos años en las páginas de El País inevitablemente delata una personalidad enemiga de este tipo de locuras. Deberá acostumbrarse, sin embargo. Levantar copas de Europa y arrastrarse moribundo por campos de poca monta es, pésele a quien le pese, una cualidad inherente al club forjado por Florentino en los últimos años.

A algunos les gustará. Otros exigirán la perfección prometida por el más ganador de los equipos del mundo. En el Olímpico, tierra sagrada ya para los merengues –también por aquello de Manolas el año pasado ante el Barça-, ganó el vigente campeón con contundencia, pero sin brillantez. Abusó de las carencias de su servil anfitrión, capaz de fallar un gol y regalar otro. Pero ganó. Y lo hizo con Marcos Llorente en la contención.

Si Casemiro no está, el joven canterano es la mejor opción. Solari enmendó su primera metedura de pata en Ipurúa, asumió un rol pragmático y dejó de lado los inventos de sus predecesores en temporadas anteriores. En este tipo de posiciones clave la improvisación se paga caro. Llorente devolvió la confianza con 90 minutos espléndidos, corriendo como el que más y frustrando muchas de las opciones en ataque de la Loba.

Del resto, nada destacable que contar. Lucas jugó de titular e Isco –aquí el titular sensacionalista de turno- vio el partido desde un palco del Olímpico. Comienzan las rencillas. El fútbol rara vez logra separarse de situaciones típicas: cada entrenador se enamora de algunos jugadores, los malcría y, si no están bien, los expone al aficionado de forma cruenta, todo de forma inconsciente; siempre hay uno, por el contrario, cuya antipatía lo lleva, pese a la calidad que tenga, a calentar banquillos. Con Solari, parece que le ha tocado al malagueño.

Un día después, lejos de Italia, al sur de los Países Bajos, el artista tocó otra de sus excelsas melodías. Messi lo hizo de nuevo. Agarró el balón y comenzó a sonar la música. Otra obra artística sin parangón a su cuenta. Intentarán quitarle méritos, siempre en vano. A decir verdad, cuesta hasta describirlo ¿Para qué gastar tinta relatando un hecho que sucede un día sí y otro también? Dígase Messi y ya se ha dicho todo.

De toda la jornada, lo más relevante fue, quizá, la batalla anunciada por Nápoles, PSG y Liverpool para la última jornada, con el Estrella Roja como invitado de lujo. Los tres gigantes dependen de sí mismos, pero uno quedará fuera. Los franceses, a priori, parecen los más seguros. Sin embargo, visitar Belgrado es algo parecido a lanzarse a las calles bonaerenses cuando el ómnibus de Boca llega al Monumental. Una osadía. El plato fuerte estará en Anfield. Pocos minutos después de que la gente amarre las bufandas a su cuello tras cantar el You´ll never walk alone, Ancelotti y Klopp pelearán por un cupo. Quien gane, clasifica. Uno de los grandes quedará. Tendremos, entonces, serio candidato al trono de la Europa League.

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