«The Leftovers», una serie para olvidarse de los porqués y disfrutar el viaje

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Hace unos años me “crucé”, fortuitamente, en un disco duro ajeno, con las dos temporadas de Carnivale, críptica e inconclusa serie de HBO que tomaba la crisis estadounidense de los años 30 como pretexto para contarnos una versión única sobre la eterna lucha entre luz y oscuridad.

Desde el minuto uno, aquella trama llena de misterios, verdades a medias, mensajes turbios y personajes complejos y entrañables, me encantó como espectador y también abrió mis ojos para poder ver detrás de tanta bazofia de vampiros, romances adolescentes y policíacos del montón, y descubrir un universo televisivo mucho más profundo del que alguna vez imaginé.

Casi una década después, durante la cual pasaron por delante de mí más de 250 títulos de todos los géneros y productoras imaginables, di con otra producción que me recordó mucho a Carnivale y, de paso, confirmó (una vez más) que cuando aparece el logo de HBO, con toda su estática y su coro de voces, se viene algo, como mínimo, bueno.

The Leftovers (2014-2017), basada en la novela homónima de Tom Perrota, narra la vida en el pueblo de Mapleton, Nueva York, tres años después de “la partida repentina”, evento cataclísmico como consecuencia del cual desapareció, sin explicación alguna, el 2% de la población mundial.

En un primer momento, la intención del show, creado por el propio Perrota y Damon Lindelof (Lost) fue reflejar de una forma extremadamente humana, cómo ocurría el duelo de esas personas que debían lidiar con la pérdida repentina de sus seres queridos. Mientras unos se refugiaban en sí mismos, otros se unieron a sectas y algunos se rebelaron, pero la realidad primaria en Mapleton era que nadie había conseguido superar ese instante en que la vida se les rompió en un abrir y cerrar de ojos.

Durante los compases iniciales, parece que al frente de la mayoría de conflictos está el jefe de policía, Kevin Garvey (Justin Theroux), un tipo que sobrevive a duras penas la locura que le sobrevino luego del abandono de su esposa, Laurie (Amy Brenneman); la partida de Tom (Chris Zylka), el hijo mayor, y los cambios de humor de Jill (Margaret Qualley), su hija adolescente, la única que se ha quedado más o menos cerca de él.

No obstante, el reparto se convierte en coral de inmediato, e introduce los conflictos de la propia Laurie, el pastor Matt (Christopher Eccleston), su hermana, Nora Durst (Carrie Coon), quien perdió a toda su familia; Meg Abbot (Liv Tyler), nueva adquisición de los Remanentes Culpables, secta liderada por Patti Levin (Ann Dowd).

Los choques entre credos y otras maneras de ver esta nueva vida, marcan el día a día en el pueblo. De un lado están los que aún no aprenden a dejar ir todo, a la vez que del otro se colocan quienes se burlan, literalmente, de los que sufren, e intentan provocarles, tal vez en un intento por ayudarles a seguir adelante.

Pasado el impacto que es la primera temporada, luego la segunda y la tercera, se demuestra la enorme autoconfianza de los showrunners, quienes subieron un poco las luces, se despojaron de la seriedad excesiva, pusieron la oscuridad en función de un humor bizarro y disfrutable, e incluso mudaron a todos hacia Texas o Australia.

Igualmente, por el camino fueron incluyendo a nuevos personajes o explotando más a algunos conocidos, lo cual les permitió sacar partido al talento de Regina King o Kevin Carroll para reenfocar la propuesta narrativa y, a la vez, conservar la audiencia ganada hasta ese punto. No importó que a ratos todo pareciera una suerte de pastiche entre Lost, Supernatural y Desperate Housewives, además de Carnivale.

El juego de Perrota y Lindelof apostó por doblar la realidad de todas las maneras posibles y el resultado fue el de un producto impredecible, sólido y con mucha área de desarrollo, toda vez que el material de origen permitía imaginar cualquier cosa y meterla en la mezcla, pues las bases establecidas así lo permitieron. Durante casi una treintena de episodios junto a Garvey y, sobre todo, la insuperable Nora, somos partícipes de un viaje desde el duelo más áspero, pasando por la aceptación de la realidad hasta las últimas consecuencias y cerrando con un canto sutil y hermoso al amor, esa fuerza que termina imponiéndose eventualmente a cualquier obstáculo.

Desde ahora, le advertimos que The Leftovers no es una serie a donde uno debería ir buscando respuestas, aunque claro que podría terminar encontrando alguna por ahí. Lo más aconsejable es dejarse guiar y sentarse a disfrutarla sin prejuicio alguno, que es lo que, al fin y al cabo, resultaría muy sano hacer con la vida de este lado de la pantalla.

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