«Tokyo Vice»: periodismo y mafia en una sinfonía cosmopolita

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Michael Mann es un hombre de vicios. No decimos esto porque conozcamos a fondo los hábitos de este productor, guionista y director estadounidense, sino porque basta con haber seguido un poco su carrera para darse cuenta de que parece tener una especial atracción por contar historias sobre el (sub)mundo del crimen y sus entresijos.

Mann, el mismo que produjo la aclamada serie Miami Vice (1984-1990), así como su remake en forma de filme (2006), además de otros como Heat (1995), The Insider (1999), Collateral (2004), Public Enemies (2009) o Blackhat (2015), ha vuelto a la carga con una nueva historia que tiene como pivote principal la historia de un periodista norteamericano en la capital nipona, a finales del siglo pasado y comienzos del actual.

Tokyo Vice (sí, la referencia es clara), distribuida por HBO Max y estrenada el pasado 7 de abril, está inspirada en el libro homónimo en donde Jake Adelstein narró sus vivencias tras haberse convertido en el primer reportero no japonés del Yomiuri Shimbun.

Todo comienza en 1999, cuando Adelstein, interpretado por Ansel Elgort (Baby Driver), deja su Misuri natal para irse a vivir al otro extremo del mundo y asimilar la cultura de ese territorio en toda su extensión, comenzando por el idioma. La meta de este joven es aprobar el examen escrito que le permita conseguir una plaza en uno de los diarios más notables del país del sol naciente.

Tras completar la prueba exitosamente, ganará su derecho a convertirse en parte del staff del medio. Una vez dentro, será asignado, junto a otro grupo de aprendices, al Club de Prensa de la Policía, sección coordinada por Emi Maruyama (Rinko Kikuchi) y considerada como el escaño más bajo dentro de la casta periodística del lugar.

Lo primero que aprenderá Jake es que en Japón las cosas no son como él esperaba y, por tanto, su trabajo como “reportero del crimen” se circunscribirá exclusivamente a replicar informes policiales y a mantenerse alejado de cualquier asunto que pueda meterlo a él o al periódico en problemas con la yakuza, la mafia local.

Sin embargo, sus ambiciones y el ego de la juventud lo llevarán a entrar cada vez más en los sitios más peligrosos de la ciudad. De la mano de su compatriota Samantha (Rachel Keller), una dama de compañía que trabaja en un club nocturno, y del detective Hiroto Katagiri (Ken Watanabe), descubrirá cómo funcionan las cosas y armará un relato que busca poner en palabras todas las reglas no escritas que rigen el parco y ceremonioso panorama tokiota.

El tono de la serie es una de los elementos que más atrae de este show, adaptado por el escritor J. T. Rogers. La atmósfera y la estética que aquí se nos presenta resalta por su verosimilitud, a pesar de sus ruidos (y también silencios), la tecnificación masiva, el exceso de población, los espacios reducidos y sobre todo esa sensación de falsa calma que se respira en sus calles y su gente. Aquí, detrás de las caras impasibles y los atractivos anuncios que marcan el paisaje urbano, todo está tan al rojo vivo como dentro del Monte Fuji.

Lo mejor de la tradición del thriller y del cine noir se unen para mostrarnos el caso de Jake y sus asociados, quienes intentan abrirse paso en la trama de una urbe, la cual se presenta como demasiado intrincada. Sin embargo, por el camino uno termina por descubrir que el protagonista real de este cuento no es el redactor, y menos aún el detective o la chica. Aquí la gran estrella es la ciudad, esa suerte de Godzilla de neón, cuyas capas parecen no terminar nunca.

Debido a que los guionistas han querido abarcar tanto, la narración suele irse muy seguido por ramificaciones que nos llevan a percibir la acción desde la perspectiva de personajes que aparentemente no aportan demasiado al argumento principal. Si bien esto puede ser entendido por algunos como un pecado, eventualmente se erige como un recurso valiosísimo en función de llegar más profundo y exponer varios matices de la vasta sinfonía cosmopolita que tenemos enfrente.

A falta de más de la mitad del 2022, podemos decir desde ahora que Tokyo Vice es una de las propuestas del año. Confusa a ratos e intencionalmente dispersa, esta radiografía de la capital japonesa, matizada por unos diálogos brillantes y el morbo que siempre aporta aquello de “inspirado en eventos reales”, hacen de esta serie (cuya segunda temporada aún no está descartada) algo que vale la pena disfrutar.

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