Algo que no le dieron a Mili

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Stephen Dorff y Mahershala Ali en True Detective. Foto: HBO.
(Johnnie Walker y la niña Lebron)

Mientras veía el capítulo tres de Juego de Tronos (temporada 8), hubo varias escenas que me hicieron sentir bastante tonto. Hay una que quizás resuma el sentimiento, aunque no tiene mucho peso dentro de la trama del capítulo. Allí estaba Jon Snow, luchando con el dragón de hielo, y de pronto, de la nada, se le ocurre gritarle. Después de pasar varias temporadas peleando con los caminantes blancos, Jon sabía que el Acero Valyrio y el Vidriagón les hacían daño, pero bueno, igual nadie les había gritado hasta ahora y valía la pena probar. A mí después de esto se me quitaron las ganas de todo, y a duras penas pude llegar al momento en que Lebron James encarna en una niña de ciento cuarenta y ocho centímetros para ajusticiar al Rey de la Noche. Igual cuando entré a las redes fui vacunado una y otra vez con el discurso de “este-es-el-mejor-capítulo-de-la-historia”, así que decidí desintoxicarme. Busqué entre carpetas e hice varias llamadas. Pasé por Sharp objects y Sex Education, para quedarme finalmente con la tercera temporada de True Detective, pero solo porque antes había leído en algún lado el regreso de Nic Pizzolato como guionista. Pizzolato tiene, hasta la fecha, un average de cero en cuanto a dragones, pero estoy seguro de que si apareciera uno en una de sus series, nadie cometería el error de gritarle. Pongo mis manos en el fuego.

(Pero quién es ese Nic)

Sí, ¿quién es ese Nic y por qué es tan incómodo que a su nombre le falte una k? ¿De dónde es que regresa? Bueno, en mi caso, vi por primera vez su nombre en una revista de literatura joven norteamericana. La revista compilaba a diez o doce autores del tipo que salen cada año con la promesa de ser el próximo David Foster Wallace y luego terminan siendo gerentes de una concesionaria de autos. Siempre es mejor hacer el camino al revés, como Donald Ray Pollock por ejemplo, que trabajó más de cuarenta años en una fábrica de papel y luego de sentó y escribió su monumental Knockemstiff. Pero el camino de Nic Pizzolato no tiene nada que ver con ninguna de estas dos variantes, a estas alturas ya no va a escribir algo como Knockemstiff, y no figurará como vendedor de camionetas Ford en ninguna tienda de Arkansas. En aquella vieja revista, Las carreras, el cuento de Pizzolato, era el mejor de la selección. Desprendía algo distinto. Por eso no me sorprendió cuando en el 2014 lo vi de nuevo en unos créditos como creador y guionista de True Detective, una serie de ocho capítulos que fue uno de los fenómenos televisivos del año. Pero bueno, fenómeno televisivo era la Jessica Fletcher de los domingos de Arte Siete, así que nos movemos en otra dirección. Digamos, mejor, que en algún momento uno de los personajes le dice a otro: “Creo que la conciencia humana es un trágico paso en la historia de la evolución”. Y el capítulo sigue, y se acaba, y pasa el tiempo, y en el 2019 todavía está ahí esa opinión, dando vueltas en tu cabeza. Lo único es que, en el ocaso de aquella temporada, a uno le quedaba un mal sabor. Porque Pizzolato lo había llevado todo hasta ese punto casi perfectamente, y entonces daba la impresión de que no sabía muy bien qué hacer con aquello. Al final uno quisiera haber ido hasta su casa a decirle: no, no, te sientas y escribes algo mejor. Pero, como se ha dicho, “the writer is not your bitch”, y tenía derecho a arruinarlo de la manera que entendiera. Y ahora Nic, después de que la segunda temporada de su show fuera un fiasco total, está de regreso para la tercera, listo para arruinarla, quizás, de una manera distinta.

(Lo que no le dieron a Mili)

Voy a ir directo a decir que, en efecto, la tercera temporada de True Detective me ha funcionado como plan de desintoxicación. Justo después de haberla terminado, me puse a revisar algunas críticas en la web, y de pronto me vi, por más de tres horas, leyendo una seguidilla de comentarios de alguna noticia que hablaba sobre el final de la temporada. Los comments estaban divididos, había gente que decía que era mejor que la primera temporada y otros clamaban que había sido pésima. Había algunos muy divertidos. Un hombre que usaba Dallas como nombre de usuario, pedía que regresaran los personajes de Matthew McConaughey y Woody Harrelson y acabaran de follarse. La opinión que más me gustó, no porque estuviera de acuerdo, era de alguien llamado Mili: “la trama se va haciendo una meseta donde no pasa mucho. No hay red de pedofilia, no hay culto satánico, no hay conspiración gubernamental. Ni siquiera matan al pibe, ¡es un accidente! El último capítulo decepcionante, no había conspiración alguna. Mala”. Mili, donde quiera que esté, quisiera disculparme con usted de parte de Nic Pizzolato, es realmente una pena que hayan decidido prescindir de un culto satánico. O de una conspiración, en su defecto. Y, sobre todo, es lamentable que el niño muriera en un accidente, y no fuera asesinado.

Red de pedofilia aparte, la tercera temporada de True Detective funciona muy bien, la mayor parte del tiempo. Aunque bajo la clasificación de serie policiaca, este es apenas el punto de partida para reflexionar sobre el impacto que tiene el tiempo en nosotros, las cuentas pendientes y el sentimiento de culpa. En esta ocasión la trama se articula alrededor de Wayne Hays (Mahershala Ali) y Roland West (Stephen Dorff), quienes investigan la desaparición de dos niños en la región de Ozark, en el Medio Oeste americano. La serie se desarrolla, efectivamente, a partir de tres planos temporales que abarcan treinta años, en los que los detectives buscan resolver el caso, que llega a volverse una parte importante de sus vidas. Creo que True Detective III podría calificarse de muy buena, de no ser porque uno tiene la impresión todo el tiempo de que es una variación de la primera. Pizzolato buscó generar la misma atmósfera cargada y enrarecida; la relación entre los policías funciona, si se mira bien, según los mismos códigos, y aunque el cruce de líneas de tiempo es una estructura más complicada, tiene su génesis en la primera. Y hay algo de deshonesto en eso, en el intento de replicación de lo “especial” que puede haber tenido algo en algún momento. Como si jugaran contigo a recrear un sentimiento y te pidieran sentirte de la misma manera.

(Lo que no me dieron a mí)

Esto de la replicación se hace presente incluso en el final. Spoiler: el caso que sirve como excusa para que se ponga a existir esta historia no se resuelve, al menos no de la manera en que funcionan los policiacos regularmente. Y a mí eso me gusta mucho. En el plano temporal correspondiente al 2015, un Wayne Hays ya viejo, retirado, y con problemas de memoria que se agravan con rapidez, se lanza a resolver el caso de una vez, como si le fuera la vida en eso. Como algo que tiene que hacer antes de dejar de existir. Y resulta que, justo cuando localiza a la niña desaparecida, que ya es una mujer, y sale a buscarla, cuando se baja del carro y la ve a pocos metros, se olvida de lo que ha ido a hacer ahí. Se le olvida donde está y le pregunta a ella misma dónde se encuentran y cómo ha llegado hasta ese lugar, le pide que por favor llame a su hijo para que venga a buscarlo, etc. De haber tenido la posibilidad, yo obligaba a Nic Pizzolato a terminar la serie en ese instante en que el detective y la desaparecida hablaban con total naturalidad sobre cualquier cosa, sin reconocerse y sin que el peso de treinta años de incertidumbre los aplastara. Forzar ese encuentro, ese reconocimiento, hubiera implicado darle sentido a lo que no lo tiene. Después de eso quedaban, quizás, un par de escenas más, para aligerar el peso de la anterior. Pero las dos o tres que escoge Pizzolato redundan en su propia manera de arruinarlo, vuelven a ser cursis y medio lacrimógenas, y la última recuerda demasiado a la escena final de Moonlight. Es True Detective una serie que se toma en serio a sí misma, hasta que su propio creador decide pasarle la mano, con un poco de lástima, y contradice todo lo que decía ser.

“Siento que esta temporada tiene más luz que las anteriores y creo que busca más esperanza”, ha dicho Nic Pizzolato. Y yo recuerdo a Foster Wallace cuando dijo algo así como que la literatura servía para perturbar a los calmados y para calmar a los perturbados, y me parece que True Detective se queda siempre a la mitad: no llega a perturbar ni a dar la calma necesaria. Si es cuestión de dar esperanza, lo primero que me viene a la mente es si sobrevivió o no Ghost, el perro huargo de Jon Snow, a la batalla de Winterfell. Quizás Pizzolato podría ir a formar parte del equipo de guionistas de Juego de Tronos y organizar un regreso triunfal de este perro. Yo creo que puede funcionar. La esperanza es lo último que se pierde. O algo así.

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Daniel Fonseca

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