«Unsane»: Un selfi

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Fotograma de Unsane. Foto tomada de The Verge.

La mente de Sawyer (Claire Foy) puede comunicarse con el pasadizo que conduce a la mente paralela de John Malkovich; puede ser una sucesión de espacios —su trabajo, la casa, un bar, una clínica de rehabilitación mental—, como los cuadrantes en Dogville… Es, si se quiere, el hueco por donde cae Alicia en la maravilla, un país (la mente) que es el ecosistema de la locura.

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No se puede dudar la intención de Steven Soderbergh de convertir una obsesión en la expresión de la vida, como lo hizo antes en Sex, Lies and Videotapes, o en Side Effects… Lo repite en Unsane, thriller sicológico con vetas puntuales de un terror colorido; pintadas paranoicas con toques de un humor resultante en lo grotesco de algunas situaciones.

El cineasta norteamericano dirige también la fotografía, cuya singularidad técnica es quizá el elemento más destacable en esta película: es la primera en filmarse cien por ciento con smartphones (iPhone).

Los planos son los mismos que capta la cámara de un celular en la mano del usuario: puede estar sobre la mesa, entre los vasos mientras se bebe alcohol, en la esquina, muy cerca, por donde se escurre el humo de un cigarro. Y este experimento resulta una transformación de la realidad misma a la que está acostumbrado el espectador: de la sofisticación tecnológica y la superproducción del cine actual, a la simpleza de un trabajo manual con la cámara.

El ruido de la imagen —resultado lógico de un equipo no profesional— nos recuerda la grabación con cámaras caseras, esa estética “doméstica” apreciable en filmes como Julien DonkeyBoy o algunos cortos de David Lynch, técnica empleada también en su largometraje Inland Empire —otra muestra de un cine claustrofóbico, la misma aberración sicológica (pero en los códigos de Lynch, llevada al extremo) a la que tan bien se ajusta ese efecto, cuando natural, de imagen gastada.

Hacer cine con un iPhone igual supone la complejidad de todo experimento: algunas cosas pueden salir mal. Sucede con la iluminación, con el difuminado de algunas imágenes. Sin embargo, la decisión de no retocarlas o rectificarlas durante el montaje y la edición fue un acierto de Soderbergh. Así, el filme evoca a la irrealidad onírica de los primeros planos, a la asfixia provocada por un primerísimo primer plano a la punta de un cuchillo, a la pupila dilatada de Claire Foy; mientras, en las tomas abiertas su cuerpo luce impersonal y distante, apenas un saco de huesos dentro de una bata de hospital.

Lo negativo: el guion es un cesto de letras. La historia no sorprende, no es nueva, tampoco induce el miedo. Pero no dilata el aburrimiento, sus lapsos.

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De una ciudad a otra el cuerpo de Sawyer Valentini. Nueva vida, nuevo trabajo y la aventura del sexo con desconocidos entre periodos menstruales. En su cuerpo renovado, la mente oprimida por un acosador a 750 kilómetros del presente.

En Google comienza la búsqueda: “Grupos de apoyo para víctimas de acoso”. El rebote: Centro de Comportamiento Highland Creek.

Sawyer va a la clínica, allí firma los papeles de su confinamiento involuntario luego de un diálogo de 15 minutos con una masa humana. Desde entonces, el acosador imaginario de Sawyer se convierte en un rostro recurrente, al fin, en el cuerpo humano de su trastorno.

En lo siguiente hay peleas, pastillas, peleas; la petición voyerista de una violación… Más pastillas; un cameo de Matt Damon.

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El bosque, la noche es la simulación azul oscura de una placa ante la cámara del iPhone…

—Solo estamos tú y yo. Aprenderás a amarme. Dentro de un año, tal vez dos.

El acosador llora, acomoda su cuerpo entre la hojarasca, junto a la anatomía inconsciente de Sawyer…

—Tendremos una familia […] Una niña con tus ojos y tu sonrisa.

Dos movimientos, entonces…

En la noche, en la simulación de la cámara de un iPhone, la sangre se ve más oscura.

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