Viñeta vulgar: «Un asunto de familia»

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Fotograma del filme japonés. Foto tomada de Revista Mutaciones.

Hirokazu Koreeda vuelve sobre la familia como si no existiese otra forma recóndita a la cual volver. Lo de Koreeda es la supervivencia. Dice que Un asunto de familia le trae a su padre fallido, pero el filme no es sobre su padre, ni sobre nadie. El filme se vuelve ecuménico y eso, si se quiere, podría volverlo demasiado compasivo. La compasión se consolida cuando Koreeda victimiza a la familia y desmonta el Tokyo de Shibuya, tan Broadway, casi elitista: hay una familia que roba para afianzarse como familia.

Koreeda plantea el «objetivo» de un «examen de conciencia». Lo dice en una entrevista reciente. Lo dice como si el cine cumpliese, necesariamente, una función fiscalizadora: muchos son conscientes -y esto es una tesis- de que el declive de las familias llega, hasta cierto punto, por el deterioro de un estado de bienestar. «No nos tomamos el tiempo para fijarnos en ellas», espeta el cineasta. Visto hasta ahí, el filme pudiera ser una consigna fútil, como todas, pero aparece la estética de la desgracia y lo ecuménico se vuelve, digamos, viral: todos somos, por defecto, desgraciados. Desde ahí partimos, hasta que la madre regaña a Shota porque se le olvidó robar el champú. Cuando la trama se complica, la desgracia se torna complaciente: «en general, no se escoge a los padres», dice un personaje. Alguien muere luego. Disculpen el spoiler. En estos caso, morir es, casi siempre, lo de menos.

P.D: El filme en cuestión fue galardonado con la Palma de Oro en Cannes y acá se proyectó recientemente en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

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